Política. Crítica.
Por Roberto Alvarez Quiñones…
Los hermanos Raúl y Fidel Castro, y la élite político-militar que los sostiene en el poder, consideran que el pueblo cubano es estúpido y que, contrariamente a lo que sostenía Abraham Lincoln, se le puede engañar todo el tiempo.
La cúpula del Partido Comunista de Cuba (PCC) ahora anuncia que someterá a consulta con sus militantes, los de la UJC, y representantes de las organizaciones de masas, los documentos del VII Congreso partidista en los que se conceptualiza la “construcción de un socialismo próspero y sostenible”.
O sea, se trata de la repetición –actualizada– de la célebre frase de “Ahora sí vamos a construir el socialismo”, pronunciada por Fidel Castro en diciembre de 1986, un cuarto de siglo después de declarar el carácter socialista de “su” revolución.
El Comandante en Jefe, que siempre se ha percibido a sí mismo como un iluminado al frente de un rebaño de imbéciles (en el que él incluye a su hermano), con aquella frase insólita causó estupor, indignación y a la vez risa, todo mezclado. Desde Punta de Maisí al Cabo de San Antonio la gente se preguntaba ¿y qué rayos hemos estado haciendo hasta ahora?
El objetivo de aquella afirmación de Castro fue que sirviera de apoyo propagandístico al “Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas”, es decir, el regreso al estalinismo-maoísmo centralista, echar abajo el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía (SDPE), y como respuesta suya a la perestroika de Mijail Gorbachov, que ya comenzaba a mostrar la inviabilidad del sistema económico comunista.
El SDPE había sido la rectificación del disparatado sistema de financiamiento presupuestario centralizado de la economía –como una sola empresa gigante subsidiada– aplicado por Stalin en la URSS en los años 30 y 40, y por Mao en China hasta su muerte en 1976, y que fue copiado y empeorado en Cuba por el Che Guevara.
El desastre fidelista-guevarista
El único economista marxista verdadero de la cúpula castrista, Carlos Rafael Rodríguez, en los años 60 trató de convencer a Fidel de que como aquel sistema de subsidios infinitos había fracasado en la URSS lo mejor era adoptar el cálculo económico que aplicaban los soviéticos desde la muerte de Stalin en 1953.
El cálculo económico soviético, que tampoco salvó del colapso al socialismo, al menos estaba basado en la racionalidad capitalista: las empresas tenían que ser rentables sin recibir subsidios, trazaban su propio plan técnico y financiero. Tenían autonomía en contabilidad, la selección de proveedores y clientes, disponían de fondos propios. Y los trabajadores duplicaban o triplicaban sus salarios si sobrepasaban las metas trazadas.
Pero el Che, al igual que Mao, consideraba al cálculo económico un regreso al capitalismo, y decía que si a las empresas se les daba autonomía se convertirían en “lobitos entre sí dentro de la construcción del socialismo…”.
Fidel, hipnotizado por la “genialidad “del argentino ministro de Industrias, quien con su engañoso cargo de Asesor Técnico dirigía también la JUCEPLAN y toda la economía nacional, no le hizo caso a Carlos Rafael. La barbarie guevarista llegó incluso a lo que no se atrevieron ni Stalin ni Mao: se erradicaron las relaciones mercantiles entre empresas y los cobros y pagos entre ellas.
Y ya el Che estaba presionando a Fidel y al Gobierno para eliminar en Cuba el dinero, físico y contable. Todo ello al compás de la emulación socialista y el trabajo voluntario masivo que lo que logró fue hundir la economía cubana y empobrecer a los cubanos a niveles dramáticos.
No fue hasta 1980 que se aplicó el cálculo económico. Pero no duró mucho. Castro, muy nervioso por las reformas en la URSS, lo desmanteló. Sumergió al país nuevamente en el estalinismo guevarista y dejó claro que los aires perestroikos no llegarían a la isla a poner en peligro su monopolio del poder.
¿Alguien cree en las musarañas?
Ahora, 30 años después, con su hermano Raúl al frente del régimen, se repite la historia. El PCC en vez de liberar las asfixiadas fuerzas productivas pretende hacer planes económicos basados en un fetiche contranatura de musarañas llamado socialismo, en el que hoy no cree ningún cubano en su sano juicio, y cuyo cadáver yace sepultado en las murallas del Kremlin.
Los Castro con esos documentos del VII Congreso del PCC le pasan por encima al hecho de que de los 35 países en los que en el siglo XX se implantó el comunismo (incluyendo en esa cifra a las 14 repúblicas socialistas colonias de Rusia, y las 5 colonias de Serbia en Yugoslavia) un total de 31 de ellos desmantelaron el sistema comunista por inservible.
Otros dos (China y Vietnam) lo desmontaron solo en materia económica porque siguen regidos por Partidos Comunistas. Únicamente Cuba y Corea del Norte lo mantienen intacto y por eso se ubican entre las naciones más pobres de Latinoamérica y Asia.
Por otra parte, este intento por maquillar un modelo económico-social probadamente fracasado, se produce en condiciones mucho peores que las que había en 1986, cuando Fidel exclamó “Ahora sí…”. Entonces Moscú le regalaba a Cuba miles de millones de dólares y le entregaba gratuitamente todo el petróleo que se consumía.
Hoy no existe la URSS y Venezuela, el mecenas sustituto, está sumergido en la peor crisis económica, social y política de su historia. Se comienzan a desplomar paulatinamente el “Socialismo del siglo XXI” y el populismo latinoamericano, al tiempo que el desgaste de la nación cubana en su conjunto es ya agónico.
Nunca en más de medio siglo los Castro han estado más débiles y vulnerables que ahora, no sólo en lo económico, sino en lo ideológico. Y ni hablar militarmente.
Esa nueva convocatoria a construir un “socialismo próspero” constituye un insulto a la inteligencia humana y una burla al pueblo cubano, pues los primeros que no creen en el comunismo son los integrantes de la nomenklatura.
Esa élite dictatorial lo que quiere no es el “mejoramiento” del modelo diseñado por Marx y aplicado por Lenin, sino pasar el poder —por razones biológicas— a una generación más joven de militares y familiares de los Castro que se encargará de instalar un régimen neocastrista de capitalismo de Estado, autoritario y con rasgos fascistas, postsoviéticos y chinos, para enriquecerse ellos solos. Cuentan para eso con un próximo levantamiento del embargo norteamericano y, por el momento, que se aprueben en Washington los viajes turísticos a la isla.
Liberar las fuerzas productivas
Lo que necesita Cuba, sin consultarlo con nadie, es que se liberen las asfixiadas fuerzas productivas. Crear un sector privado amplio —no sólo de cuentapropistas—, y permitir la creación de pequeñas y medianas empresas privadas en todas las ramas de la economía que puedan asimilar los cientos de miles de trabajadores sobrantes que deberán ser cesanteados en el asombrosamente improductivo sector estatal.
La isla demanda miles de millones de dólares en inversiones, que los empresarios privados puedan importar y exportar para poder compensar la obsolescencia tecnológica cubana, el desabastecimiento de insumos y equipos, la desorganización, la negligencia y la bajísima productividad de la fuerza de trabajo estatal, una de las más bajas del mundo porque hace medio siglo que no tiene posibilidad de entrenarse para ser eficiente.
No, los cubanos no son tontos ni estúpidos. Saben que, con congreso o sin congreso del PCC, lo que el régimen tiene que hacer es iniciar ya las profundas reformas estructurales que necesita el país desesperadamente. En todo caso, ese debió ser el único acuerdo del VII Congreso.
Claro, en realidad lo que deben hacer el general Castro y su claque es renunciar de una vez y organizar al fin las elecciones prometidas por Fidel en enero de 1959. Dejar que los cubanos sepulten para siempre la pesadilla que han sufrido ya por demasiado tiempo.
Y que no torturen más al pueblo que dicen representar.
[Este trabajo lo envió el autor especialmente para Palabra Abierta]
©Roberto Alvarez Quiñones. All Rights Reserved