Buenos Aires, diciembre de 2021Estimados lectores, me despido del año recordando un artículo que escribí en 2005. La cita de André Gide es la misma. Hay datos nuevos. Ejemplos: la pobreza en Argentina, este año alcanzó el 40,6% de las personas y al 31,2% de los hogares, según datos del INDEC. La indigencia llegó al 10,7% y al 8,2 %, respectivamente. La inflación es del 52,1% interanual. El más elevado de América Latina después de Venezuela. Leemos un informe: “Al no poder acceder a comprar dólares en el mercado oficial -que además de estar restringidos a US$200 por persona por mes tienen tasas que hoy alcanzan el 65%- las empresas y los ahorristas se vuelcan a los mercados paralelos, el más famoso de los cuales es el informal, llamado localmente el “blue”. La educación en Argentina cayó a límites inimaginables. Hay más datos. No quiero aburrirlo, no es mi intención ser molesto. Esta es nuestra situación. si le sumamos corrupción, inseguridad, hipocresía, relatos y mitología más los problemas tremendos en sanidad, el cuadro es sencillo de entender. Pero veamos lo publicado en junio de 2005.
El primer paso hacia la cultura es la educación. La demagogia populista o el autoritarismo – tenaces siempre – denuncian con saña lo que ellas denominan el elitismo cultural. Sabemos que la gente de la cultura no merece la atención mediática ni goza de las prebendas de los políticos, los deportistas o las modelos. “Es muy difícil salvar a una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos”, escribió Ortega y Gasset.
Todo corre el albur de parecer inútil o superfluo. Ayudado por la miopía gradual la ceguera se hace carne en la sociedad. Las nuevas generaciones – embrutecidas, destrozadas, ausentes – creen en Internet, una nueva fe. Irreparablemente vamos siendo un destino, una rutinaria indiferencia. Una confidencia de cualquier autor clásico la sentimos inmediata, necesaria para nuestro existir.
En Amor líquido, la última obra del sociólogo polaco Zygmunt Bauman se reflexiona sobre el modo en que los hábitos de consumo modelan cada uno de nuestros sentimientos. Tanto hombres como mujeres – machos y hembras – analizan sus afectos en términos de costos y de duración. Es una mercancía con plazo de vencimiento. “El deseo, escribe, es el anhelo de consumir. De absorber, devorar, ingerir y digerir, de aniquilar. El deseo no necesita otro estímulo más que la presencia de la alteridad.”
Robert Crassweller definió como el misterio político más grande del siglo XX: “el fracaso de la Argentina como Nación”. Todos sabemos de la existencia de instituciones jurídico-políticas meramente formales, cáscaras vacías. Desde los años anteriores a nuestra Independencia hay hilos conductores. Y un sistema de impunidad en todo. La decadencia se adueña de la escena. La corrupción se transforma en un movimiento nacional. Por adentro y por afuera de los partidos políticos. La tarea se vuelve sin duda más difícil de lo que podemos imaginar.
El aprendizaje como lo hicieron los clásicos grecolatinos o los hombres del Renacimiento resulta desproporcionado en estos tiempos. Los maestros del pensar han quedado en el olvido. Las pocas voces que se elevan con sabiduría y ética no llegan. Lo esencial se nos va escapando. El paraíso de la globalización empieza a tener fisuras. Los ejemplos en nuestro país sobran: desnutrición, analfabetismo, asesinatos, droga, desocupados, hambre, grosería cotidiana. Lo patológico instalado en un decorado manifiesto. Lo paradójico es la inmovilidad, un mundo en que la fuerza y la necedad se hallan de un mismo lado. Siempre. El pesimismo de fondo entre la mala fe y la buena conciencia. Y hay más.
Sartre escribió hace varias décadas: “Hay algo que falta en la vida de la persona que lee, y esto es lo que busca en el libro. El sentido es evidentemente el sentido de su vida, de esa vida que para todo el mundo está mal hecha, mal vivida, explotada, alienada, engañada, mistificada, pero acerca de la cual, al mismo tiempo, quienes la viven saben bien que podría ser otra cosa.”
Estas breves líneas es un vago intento de buscar contenidos o significados en una sociedad enferma, donde los conflictos del individuo no hallan puntos de equilibrio. El intelectual nunca está de acuerdo con el mundo, y es lógico y sensato que así sea. El arte es simbólico, lo mismo que la naturaleza y el corazón de hombre. El creador se interesa por la responsabilidad de las formas. Lleva la mirada de la ética y de la estética.
El gran dramaturgo irlandés, Samuel Beckett, expresó en su prosa poética Rumbo a peor: “No hay futuro en esto. Por desgracia sí”.