Literatura. Crítica.
Por Carlos Penelas…
Lecturas veraniegas. Autora: Ana Yacobi
“Todo está dicho, pero como nadie escucha, es preciso empezar continuamente”
André Gide
Éste verano estuve releyendo a varios poetas griegos: Kavafis, Seferis Elytis, Varvitsiotis. Se los recomiendo, querido lector. Es un registro de voces que nos muestran esplendor, voces con quienes poder conversar, clásicas, formulan tiempo e historia. Bajo la influencia de estéticas renovadas europeas dan a la poesía universal un acento lírico renovado. También leí Diario de lecturas, de Alberto Manguel un trabajo lúcido que nos lleva a releer clásicos y ver a través de su escritura lo ecléctico de la literatura y de la vida. Une imaginación, tonos, recuerdos, diálogos. Gracias a este libro encontré el camino de un libro maravilloso: El libro de la almohada, de Sei Shônagon, escrito durante el período Heian (794-1185), el esplendor de la época clásica japonesa. Aquí la fineza, el papel, la caligrafía, la gradación de la tinta, el gineceo literario, el mundo de los emperadores, de las clases sociales pero también el sentido íntimo de la soledad, de la belleza. Intercambio de poemas, de acertijos literarios, de gustos especiales y refinados, de ceremonias, de sustento filosófico. No tema, lector, se lo recomiendo.
El primer paso hacia la cultura es la educación. La demagogia populista o el autoritarismo —tenaces siempre— denuncian con saña lo que ellas denominan el elitismo cultural. Sabemos que la gente de la cultura no merece la atención mediática ni goza de las prebendas de los políticos, los deportistas o las modelos. “Es muy difícil salvar a una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos”, escribió Ortega y Gasset.
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Robert Crassweller definió como el misterio político más grande del siglo XX: “el fracaso de la Argentina como Nación”. Todos sabemos de la existencia de instituciones jurídico-políticas meramente formales, cáscaras vacías. Desde los años anteriores a nuestra Independencia hay hilos conductores. Y un sistema de impunidad en todo. La decadencia se adueña de la escena. La corrupción se transforma en un movimiento nacional. Por adentro y por afuera de los partidos políticos. La tarea se vuelve sin duda más difícil de lo que podemos imaginar.
El aprendizaje como lo hicieron los clásicos grecolatinos o los hombres del Renacimiento resulta desproporcionado en estos tiempos. Los maestros del pensar han quedado en el olvido. Las pocas voces que se elevan con sabiduría y ética no llegan. Lo esencial se nos va escapando. El paraíso de la globalización empieza a tener fisuras. Los ejemplos en nuestro país sobran: desnutrición, analfabetismo, asesinatos, droga, desocupados, hambre, grosería cotidiana. Lo patológico instalado en un decorado manifiesto. Lo paradójico es la inmovilidad, un mundo en que la fuerza y la necedad se hallan de un mismo lado. Siempre. El pesimismo de fondo entre la mala fe y la buena conciencia. Y hay más. Sartre escribió hace varias décadas: “Hay algo que falta en la vida de la persona que lee, y esto es lo que busca en el libro. El sentido es evidentemente el sentido de su vida, de esa vida que para todo el mundo está mal hecha, mal vivida, explotada, alienada, engañada, mistificada, pero acerca de la cual, al mismo tiempo, quienes la viven saben bien que podría ser otra cosa”.
Estoy aburrido de las joyerías de palabras, de la publicidad de los autores cargados de lugares comunes, sin imaginación ni fuerza creadora. Son simulacros que duran dos meses, a veces tres. Y nos pasan a otros que son peores o iguales. Son decadentes, alejados del espíritu creador, desmitifican el mundo con su decorados. Lo mismo ocurre en las demás artes. Por eso hay que saber leer, buscar, indagar en la conciencia del hombre. La trivialidad, lo imbécil, la demagogia y los líderes —como la industria cultural en la cual vivimos— hacen el resto. El triunfo, por lo general, es una suerte de vulgaridad.
Estas breves líneas es un vago intento de buscar contenidos o significados en una sociedad enferma, donde los conflictos del individuo no hallan puntos de equilibrio. El intelectual nunca está de acuerdo con el mundo, y es lógico y sensato que así sea. El arte es simbólico, lo mismo que la naturaleza y el corazón de hombre. El creador se interesa por la responsabilidad de las formas. Lleva la mirada de la ética y de la estética.
El gran dramaturgo irlandés, Samuel Beckett, expresó en su prosa poética Rumbo a peor: “No hay futuro en esto. Por desgracia sí.”
[Buenos Aires, febrero de 2016]
[Este trabajo crítico de Carlos Penelas fue envciado especialmente por el autor para Palabra Abierta]
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