Las democracias temen al castrismo

Written by on 17/04/2018 in Critica, Política - No comments
Política. Crítica. 
Roberto Alvarez Quiñones.

Los Compadres 1979. “Cómo cambian los tiempos, compadre…” y “No quiero llanto”.

Pienso que una  guaracha del  célebre dúo cubano Los Compadres debe haber sonado bastante en los oídos de Raúl Castro, y la cohorte de oportunistas y represores de la nomenklatura dictatorial, luego de la VIII Cumbre de las Américas. La contagiosa guaracha decía: “Como cambian los tiempos, Venancio, qué te parece…”.

Y sí que cambian, Venancio, aunque deben cambiar más aún. En esta cumbre  el  jefe de la delegación de EE.UU.  no se reunió con su homólogo de Cuba (como Obama lo hizo muy sonriente con Raúl Castro), sino con Rosa María Payá. El secretario de Estado en funciones, John J. Sullivan, y el embajador de EE.UU. en la OEA, Carlos Trujillo, no conversaron con funcionarios castristas, sino con opositores cubanos.

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No obstante, la cumbre no fue capaz de llamar al rompimiento de relaciones diplomáticas con Caracas, o de aprobar sanciones, o de  redactar una contundente declaración contra la dictadura chavista. Y ni mencionó a la tiranía castrista, la madre de todas las dictaduras habidas nunca en todo Occidente.

Con ello quedó de manifiesto  el miedo que le tienen las democracias y muchos de sus líderes a la agresiva y desestabilizadora izquierda populista del continente, y también al brazo largo y movilizador del castrismo, que opera desde el Estrecho de Bering hasta el de Magallanes, y convierte en lobos a las ovejas.

Claro, Raúl Castro sabía que el ambiente en Lima sería diferente al de Panamá en 2015, y no fue a última hora que decidió no asistir, como dijeron los medios. El general en realidad nunca pensó asistir.  Desde que Maduro fue rechazado trazó su estrategia: no iría ni siquiera el primer vicepresidente del país, y reforzó con esbirros del MININT y de las Brigadas de Respuesta Rápida la representación de la “sociedad civil” en la cumbre.

La no asistencia del tirano se evidenció con el boicot  incivilizado y grotesco que realizaron las turbas “civiles”. Interrumpieron actividades oficiales e insultaron, no ya a los cubanos opositores al régimen, sino  al secretario general de la OEA, Luis Almagro, a quien le gritaron “traidor”,  “vendepatria” y “agente de la CIA”. Al secretario de la OEA, en 2015, el procastrista José Miguel Insulza,  nunca le insultaron.

Pero fue lo mejor que hicieron. El mundo entero percibió ese comportamiento como el pataleo de quien no tiene idea ni proyecto alguno que defender. Esos apandillados  eran puros oportunistas. Ninguno cree en el castrismo. Solo quieren ganar puntos ante la  élite dictatorial para ser ascendidos en la escala política y las prebendas económicas de la dictadura.

“Yo soy Fidel”

El propio canciller Bruno Rodríguez solo busca ganar méritos para ver si llega a “presidente”. Si se arrastra con

Bruno Rodríguez, canciller de la dictadura cubana. Wikimedia commons.

esmero puede tener un mejor pedigree que Miguel Díaz-Canel. Por eso defendió a  Maduro, y repitió que la tiranía  no se va a mover “ni un milímetro”. Todo muy democrático. ¿Cómo podía hablar sobre  “Gobernabilidad democrática frente a  la corrupción”, tema de la cumbre,  en representación del régimen más corrupto de la región, y de una  tiranía de 60 años?

Las huestes castristas hicieron en Lima lo único que saben hacer: boicotear, agredir, insultar, amenazar, repetir consignas idiotas. Esa es la “batalla de ideas” que aprendieron de su líder, allí también presente cuando gritaban “Yo soy Fidel”.  Y era cierto que era quien los guiaba.  Eso fue lo que enseñó Fidel a las “masas”.

Castro entró en la política pistola en mano, a tiro limpio, matando, intimidando a balazos a sus rivales, como pandillero de la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR), una de las más sangrientas bandas político-criminales del país.  Por eso cuando  quiso ingresar en el Partido Ortodoxo fue rechazado por Eduardo Chibás, quien argumentó:   “No quiero ‘gánsters’ en el partido”. Solo a insistencia de José Pardo LLada luego fue aceptado.

A ello se sumaron sus ideas fascistas,  su admiración por Mussolini y Primo de Rivera, y que recitaba de memoria fragmentos de Mein Kampf, de Hitler;  la lectura de algunos libros de Marx y Lenin, en especial El Estado y la revolución, y su admiración por Antonio Guiteras, nacionalista de izquierda, antiestadounidense y terrorista. Con esa amalgama política, teórico-práctica, encima fue que asaltó el cuartel Moncada, subió a la Sierra Maestra, y tomó el poder. Ello explica su comportamiento autoritario y delincuencial como jefe de Estado.

Castro gobernó basado en puñetazos sobre la mesa, para imponer su voluntad a todos.  No aceptó que el Partido Comunista estuviese por encima de él y de las Fuerzas Armadas. Invirtió el principio marxista-leninista del  “centralismo democrático” (la minoría acata la voluntad de la mayoría) en el PCC y era él quien imponía su voluntad a la mayoría. Enseñó  a no aceptar críticas ni respetar otras opiniones, y que quien no es “revolucionario” es un gusano (palabra tomada de Hitler) depreciable, un enemigo  al que hay que eliminar, humillar o apalear.  Y eso fue lo que hicieron sus “tropas de choque”  en Lima.

El consenso paraliza

En la VIII Cumbre, sin embargo, si bien se vio el declive del populismo de izquierda y un reverdecimiento de los valores de la democracia liberal, también es cierto que no hubo consenso para actuar en concreto, como debió suceder, ante  la trágica situación humanitaria que sufren los venezolanos.

Varios factores explican esa inacción. Ante todo, la OEA, con Almagro al frente,  debe poner fin a la práctica de que las decisiones en las cumbres sean tomadas por consenso y no por votación. Eso suena muy bonito, pero no funciona.

De las ocho cumbres realizadas, seis de ellas, desde la segunda  en Santiago de Chile en 1998, hasta la VII en Panamá, se efectuaron bajo los gobiernos populistas de izquierda, que llegaron  a ser 13 en 2011. La OEA, dominada por Caracas durante el mandato del socialista Insulza, veía con buenos ojos lo del consenso, aunque realmente en aquel entonces la izquierda  no lo necesitaba, pues era mayoría.

Empero, ahora es al revés, son pocos los gobiernos populistas, pero tienen de hecho poder de veto. No se puede aprobar nada contras las dictaduras de Venezuela y Cuba, pues  no hay consenso. Se oponen Bolivia, Nicaragua, El Salvador, Venezuela y, probablemente, Uruguay, así como varias islas del Caribe que reciben petróleo venezolano barato.

Con el consenso, las cumbres de las Américas sirven solo para hacer declaraciones no muy comprometedoras, y punto. Se parece al derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, que por el veto de alguno de los cinco miembros permanentes casi siempre resulta inútil.

También por el consenso es que Cuba va a las cumbres. Bajo el dominio chavista en la OEA, y con Obama en la Casa Blanca, se decidió que no importaba que los Castro jamás se hubieran sometido a las urnas. Los invitaron a regresar a la OEA. Y a asistir a las cumbres.

Pero basta ya, ha cambiado la correlación de fuerzas a favor de la democracia y el respeto a los derechos humanos.  Gobiernos populistas izquierdistas quedan cinco remanentes sin mucho peso político. Bolivia, Nicaragua, Venezuela, El Salvador y Cuba tienen 45.9 millones de habitantes, pero en Latinoamérica hay 625 millones. O sea, son castristas los gobiernos que representan a solo el  7% de los latinoamericanos y caribeños.

Y nadie se atreve a tocar al castrismo. ¿Por qué? Por dos motivos: 1) el temor de los gobiernos y de las fuerzas democráticas al agresivo poder movilizador y desestabilizador de los partidos y organizaciones de izquierda, y 2) porque no pocos presidentes y políticos no quieren buscarse problemas con la izquierda y más bien quieren complacerla para obtener votos en los procesos electorales. Así de simple.

Entre este año y el próximo habrá elecciones en 13 países latinoamericanos, incluyendo los más grandes y populosos. En  México, puede que gane la presidencia el populista Andrés Manuel López Obrador, pero en Brasil, Argentina y Colombia es poco probable que se produzca ese fatal retroceso. Ni en otros países tampoco.

Con el repliegue del populismo es inaceptable que la dictadura castrista siga participando codo a codo con los gobiernos democráticos y no sea sometida a sanciones, y que tampoco se tomen medidas drásticas contra la dictadura chavista.

En fin, los tiempos han cambiado, Venancio. La cumbre lo demostró al castrismo y al chavismo. Pero deben cambiar  más para extraer ambas espinas del continente.

 

 

 

 

©Roberto Álvarez Quiñones. All Rights Reserved

About the Author

Roberto Álvarez Quiñones (Cuba). Periodista, economista, profesor e historiador. Escribe para medios hispanos de Estados Unidos, España y Latinoamérica. Autor de siete libros de temas económicos, históricos y sociales, editados en Cuba, México, Venezuela y EE.UU (“Estampas Medievales Cubanas”, 2010). Fue durante 12 años editor y columnista del diario “La Opinión” de Los Angeles. Analista económico de Telemundo (TV) de 2002 a 2009. Fue profesor de Periodismo en la Universidad de La Habana, y de Historia de las Doctrinas Económicas en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI). Ha impartido cursos y conferencias en países de Europa y de Latinoamérica. Trabajó en el diario “Granma” como columnista económico y cronista histórico. Fue comentarista económico en la TV Cubana. En los años 60 trabajó en el Banco Central de Cuba y el Ministerio del Comercio Exterior. Ha obtenido 11 premios de Periodismo. Reside en Los Angeles, California.

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