Periodismo. Entrevista a José M. Fernández Pequeño.
Por Ángel Lago Vieito…
El escritor de origen cubano José M. Fernández Pequeño, reciente ganador del Premio Anual de Cuentos José Ramón López en la República Dominicana, revela detalles en torno a su arma secreta contra el desamparo.
No importa qué haga –impartir clases, coordinar proyectos culturales, editar un libro o tomar una cerveza–, José M. Fernández Pequeño (Bayamo, Cuba, 1953) siempre está escribiendo, o al menos madurando en su cabeza lo que después será una narración o un ensayo. Acaba de coronar quince años de vida en la República Dominicana con el Premio Nacional de Cuentos José Ramón López por su libro, aún inédito, El arma secreta. A lo largo de esos años dominicanos ha publicado otros dos libros de narraciones: Un tigre perfumado sobre mi huella (1999) y Tres, eran tres (2007); uno de literatura para niños: Cuentos para Angélica (2003); y cuatro de ensayo: En el espíritu de las islas; los tiempos posibles de Max Henríquez Ureña (2003), La mirada en el camino (2006), Distantes y distintos; comunicación profesor-estudiante en la universidad dominicana (2008) y Las voces y los ecos; brecha generacional e incomunicación en la universidad dominicana (2012); los dos últimos escritos junto al antropólogo cubano Jorge Ulloa Hung.
Como en los últimos meses ha estado ofreciendo diversas charlas sobre el arte de narrar, primero en el Taller de Narradores de Santiago de los Caballeros y luego en Miami, donde lo sorprendió la noticia del premio, le propongo comenzar por ahí esta conversación.
Ángel Lago: ¿Qué factores precisa juntar un narrador?
Fernández Pequeño: En mi opinión, talento, motivación y voluntad. En esas tres llamas se cuece el oficio.
A.L.: ¿Podrías definir esos conceptos?
F.P.: El talento se manifiesta como una propensión inevitable a vivir a través de la literatura y por un placer único al experimentar con las palabras y verlas construir realidades que de otro modo serían impensables. La motivación es un impulso. Nace de la seguridad de que el mundo no estaría completo –ni la vida propia valdría la pena– sin tu escritura. La voluntad es lo que permite conectar a los otros dos integrantes del trío y hacer que el texto exista. Por el talento no hay que preocuparse, existe o no al margen de tus deseos. La motivación se alimenta en la misma medida que te entiendes como alguien diferente y tratas de encontrar tu propia voz, aquello que solo tú puedes decir de esa manera. La voluntad es decisiva. He conocido a muchísima gente con un talento tan descomunal como su falta de voluntad para hacer carrera literaria. Los entiendo. Se necesita tener un coraje de acero-níquel para sentarse a escribir mientras todo alrededor te está diciendo que pierdes el tiempo, que debías ocuparte en algo más productivo, o que eso no te va a llevar a ningún lugar. Los escritores son necios irremediables.
A.L.: ¿Y por qué escribes entonces?
F.P.: Porque soy un necio. Porque me gusta nadar contra la corriente. Porque adoro pelear a la riposta. Porque escribir es la única manera en que puedo entender al mundo y entenderme a mí mismo. Y porque si no escribo me muero de desamparo.
A.L.: ¿Cómo planeas tus libros? En concreto, ¿cómo planeaste “El arma secreta”?
F.P.: Los libros de ensayo son el resultado de procesos de investigación que planifico de manera consciente y cuya aplicación toma años de trabajo. Adoro el suelto tono ensayístico con la misma intensidad que detesto los informes de investigación, con su cruda y pedante pretensión de cientificismo. Los libros de narrativa no los planifico en absoluto y también me cuestan años de trabajo. Pero en ese último caso no tengo la posibilidad de decidir. Cuanto escribo está inserto en mi vida diaria, me llega como idea revelada por un suceso, un olor, una frase que alguien pronuncia y que me sienta a escribir sin saber siquiera cómo termina la historia ni de dónde vienen esos personajes. En esos casos soy como un médium y me dejo llevar, disfruto la voz del narrador que me habla al oído y la forma en que va naciendo el texto. Me gusta tanto esa primera escritura, que a veces la dilato para gozarla durante más tiempo. Después, claro, hay un período de investigación, de completamiento, de corrección que puede tomar mucho tiempo. En el caso de “El arma secreta”, para que tengas una idea, hay un relato cuya primera redacción fue hecha en 1989, cuando todavía yo trabajaba en la Casa del Caribe de Santiago de Cuba; igual, hay otro que armé en enero pasado, mientras estaba de visita en Cuba. Entre ambos, corren siete cuentos más que fui escribiendo mayormente de madrugada, mientras braceaba en el multiempleo dominicano.
A.L.: Pero una simple lectura del libro revela que entre esas nueve piezas existe una fuerte unidad. ¿Cierto?
F.P.: Cierto. Un día, a mediados de 2012, me puse a releer los numerosos relatos que había ido escribiendo y, para mi sorpresa, descubrí que varios de ellos estaban íntimamente conectados. Por diversos que sean sus asuntos y enfoques, ocho de los textos recogidos en el libro hablan de personas comunes y corrientes cuya cotidianidad más palmaria se ve alterada por algo extraño, en ocasiones insólito, hecho que los obliga a examinar su vida con otros ojos. Puede ser la aparición de un pájaro azul que camina por las paredes de la casa, unos pasos que resuenan cada madrugada en el apartamento de arriba, el ojo que brota en la frente de un niño, o la forma en que alguien aquejado de una enfermedad supuestamente mortal descubre que puede escuchar el sonido interior de los objetos y los seres vivos a su alrededor. El caso es que, a partir de ese momento, los personajes comienzan a descubrir verdades en las cosas más elementales de su existencia que antes habían permanecido ocultas. Allá por noviembre o diciembre pasado compartí este descubrimiento con un grupo de escritores en un encuentro que propició el Taller de Narradores de Santiago. Entonces escribí el relato que da título al libro y funciona como anclaje conceptual de toda la propuesta.
A.L.: ¿Se diría entonces que son relatos minimalistas?
F.P.: No sé, para mí esas son distinciones sin importancia. Detesto la crítica literaria que clasifica los textos según la preponderancia social o la novedad de sus asuntos, con lo cual se coloca más cerca de la propaganda o de la publicidad que de la valoración serena e inteligente. Da igual si el relato trata sobre la invasión norteamericana a Irak o sobre las dudas de un limpiabotas mientras se debate en la duda de si emplear o no sus pocas ganancias para comprar un teléfono celular. Lo que importa es la profundidad de la reflexión que el texto desata sobre el ser humano, cuán vivos pueden estar esos personajes. En el caso de este libro, hay una focalización sobre personas comunes y corrientes sometidas a las presiones de una época que las enceguece con su apariencia de poder ilimitado a través de la tecnología, mientras les roba la conexión con lo inmediato, el disfrute de lo sencillo, la aventura de la mirada interior, el valor de la pertenencia y del intercambio cercano, frente a frente. Más allá de los argumentos y los narradores, muy distintos en cada cuento, el libro juega con las nociones de poder y triunfo que se barajan en un mundo abaratado por el consumo desmedido y dominado por la farándula como suprema gesticulación para celebrar el éxito social. Todo corriendo por debajo de los conflictos de los personajes. Si el libro cumple esa intención, es cosa que no me corresponde decir. Por ahora me alegra que el jurado así lo haya entendido y que haya sido capaz de expresarlo en su veredicto con palabras más precisas que estas mías.
A.L.: Ciertamente, creo que el relato final del libro, “El arma secreta”, tiene la virtud de hacer más visibles esas propuestas. Quizás sea porque posee en sí mismo un cierto componente de extrañeza, al ser el único que no se desarrolla en nuestra época y poseer un fuerte carácter metafórico… ¿Cómo se te ocurrió usar el motivo de los juegos de mesa antiguos?
F.P.: No puedes negar que eres historiador. Ni te imaginas el trabajo que me costó encontrar un contexto adecuado para ese argumento, hasta que di con los enfrentamientos entre la República de Roma y el Imperio Parto en el siglo I antes de Cristo. Durante mucho tiempo anduve obsesionado con la historia del conquistador que, al terminar su brutal acto de conquista, se percata de que la verdadera gloria había estado siempre muy cerca de él, en casa, donde quedó perdida para siempre. Además de ser el elemento insólito que dinamiza la mirada sobre un contexto de depredación y muerte, los juegos de mesa antiguos acumulados en las habitaciones del rey Azebac introducen en el relato un contrapeso lúdico, de pura imaginación y misterio, frente al acto del poder, siempre mostrenco, violento y grandilocuente. Al final de la confrontación, el conquistador es un hombre aplastado por su “victoria”, mientras el esclavo demuestra el valor de su libertad creadora al vencer a su peor enemigo: el miedo. Es muy fácil encontrar muchos paralelos contemporáneos a esa situación, empezando por el pretexto del arma secreta y terrible que supuestamente posee aquel a quien se desea invadir.
A.L.: En su dictamen, el jurado del Premio Anual de Literatura llama la atención sobre la maestría en las maneras de narrar. En mi caso, me siento más atraído por el lenguaje, en el que resulta difícil distinguir hasta dónde llega el cubano y dónde comienza el dominicano. ¿Fue esa mixtura un propósito del autor?
F.P.: Para alguien que narra a partir de lo que la vida le propone a diario, la experimentación verbal que es toda literatura tiene que estar referida al habla y no a la lengua. Este fue un tópico muy debatido en los encuentros con los escritores del Taller de Narradores de Santiago. Si por propósito entiendes un plan de abordaje lingüístico trazado antes de sentarme a escribir, la respuesta es no. Nací en Cuba, donde viví 45 años seguidos, y me he dejado abrazar durante década y media por la cultura dominicana, viva y poderosa. Ha sido un intercambio fluido, a veces conflictivo, siempre enriquecedor, que me llena de orgullo. La recreación del habla a través de los narradores que conducen el libro no podía ser otra, en la misma medida que nunca me he sentido tan cubano como en el momento de transitar los vericuetos del ser dominicano, y viceversa. Ahora mismo, antes de que llegaras, estaba conectado a Facebook y encontré que la escritora Odette Alonso, cubana radicada en México, protestaba por un “pinche mosco” que la estaba molestando. La expresión es imposible en Cuba, forma parte de lo que Odette ha heredado en sus ya numerosos años mexicanos. Nuestras culturas han sido siempre así de ricas y creadoras porque también han sido así de abiertas y flexibles. El nacionalismo estrecho que tanto prolifera entre nosotros es una invención del poder, que busca mantenernos encerrados para usarnos mejor, y de sus acólitos indispensables, los intelectuales con más ambición, complejos y miedos que talento y coraje.
A.L.: ¿Intentas decir que el libro nunca se habría escrito de no haber vivido todos estos años en la República Dominicana?
F.P.: Definitivamente sí, incluso si te refieres a los tres relatos cuyo argumento no se desarrolla en territorio dominicano. De la misma manera en que el libro tampoco habría sido posible si yo no hubiera nacido en Cuba. A la República Dominicana le debo haber madurado esta voz, haber aprendido a ser paciente y haber encontrado a mi esposa. ¿Te parece poco?
A.L.: Me parece muchísimo. ¿Alguna insatisfacción respecto al libro?
F.P.: Sí. Eran diez los relatos y no nueve, pero el cierre de la convocatoria para los Premios Anuales de Literatura llegó antes de terminar la corrección del titulado “Las preguntas”, algo que lamento porque es otro de los relatos que tienen lugar en Santiago de los Caballeros. Escribo muy despacio y nunca propongo un texto de cuya terminación no esté satisfecho, así que me vi precisado a escoger: el cuento o el concurso. De todas formas, el relato ya está completo e irá en el próximo libro.
A.L.: ¿Ya hay próximo libro? ¿En qué trabajas?
F.P.: Aparte de una novela escrita en 2010 y sobre la que aún trabajo, en un libro de relatos que tendrá una mayor presencia de asuntos cubanos. Ahora mismo estoy obsesionado con la historia de un tipo que se empeña en sembrar una montaña allá por los años sesenta del siglo que despedimos no hace tanto. Ya te imaginarás…
Pues no es fácil imaginarlo hasta que la idea gane cuerpo en esa verdad de múltiples dimensiones que es la literatura. Antes de terminar, le pregunto a Fernández Pequeño qué necesita ahora mismo. La pregunta tiene su trampa. Como lo conozco desde hace tanto tiempo, quedo a la espera de que responda: “¿Ahora mismo? Una cerveza”. En cambio, sonríe suavemente y dice: “Tiempo para escribir, eso, todo el tiempo que sea posible”.
[Esta entrevista originalmente fue publicada en Acento, República Dominicana: http://www.acento.com.do/index.php/news/100246/56/La-literatura-es-cosa-de-necios-Entrevista-con-Jose-Fernandez-Pequeno.htm, y se reproduce ahora en Palabra Abierta]
[La foto de José M. Fernández Pequeño, que aparece como imagen destacada, ha sido tomada de Cubaencuentro]
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