Literatura. Ciencia. Física cuántica. Pensamiento. Crítica.
Por Manuel Gayol Mecías.
Otra de las cuestiones preocupantes, en la relación conciencia
artificial-conciencia humana, es el tema de la muerte
En mi criterio la muerte siempre ha sido un cambio de dimensión; y esta opinión me la sustenta la fe de que para el ser humano, poseedor de una conciencia intangible que cuenta con la potencialidad de transformar la energía exterior a nosotros, en materia, y que también tiene la posibilidad de una imaginación que le sirve para crear lo abstracto (arte, literatura, música, etc.) y lo concreto, en este sentido, repito, tanto la conciencia humana como la artificial tendrían la potestad de salirse de sus cuerpos (cualquiera sea: lo intangible saliendo de la carne o lo intangible saliendo del metal, respectivamente) para irse a un nuevo plano de existencia, ya sea como información (desde un punto de vista científico, como se dice ahora) o como alma (desde una perspectiva religiosa y espiritual, como se ha pensado siempre por parte de un lector especializado o, a saber, por otro especializado, pero también creyente)… Claro, estoy hablando específicamente (en el caso de la inteligencia artificial), cuando el cuerpo metálico del robot, o de la máquina, en general, por algún motivo o contingencia inevitable, sea convertido en chatarra; es decir, cuando ese cuerpo de metal, cables, fierro y plástico, digamos, no pueda continuar por alguna razón poderosa y desaparezca. Entonces, quizás, su conciencia pudiera irse hacia el mismo plano al que se va la conciencia humana. Y aquí hay algo muy interesante, y es que —independientemente de lo que se vayan a encontrar una y otra conciencias— existiría la posibilidad —y esto es un decir; o sea, una gran especulación— de que ambas se fundieran una con otra, cumpliendo con una determinada y misma función espiritual. De esta manera, seguirían su evolución en el ámbito de lo desconocido, aun cuando, todo esto que he dicho hasta ahora, constituya, más que una especulación, una fabulación.
En este sentido, el del Otro Mundo, el de la Otra Dimensión, se igualarían ambas conciencias (la del humano y la de la máquina), tendrían el mismo cambio de espacio y grandeza espiritual, supongo, puesto que la artificial también habría estado repleta de información intangible, dentro de un reservorio emanado de su cerebro de robot, pero en cuya información cabría asimismo igual gama de aquella que procede de un cuerpo humano, y que se acumula y procesa en la mente de esa persona. Siempre que las dos, como conciencias, sientan los avatares de la vida.
Naturalmente, esto es mientras ocurra la muerte en el ser humano y, por otra parte, y por algún motivo imperioso, la discontinuidad de un robot. Pero hay que tener presente que el hombre, junto a su intención de poshumanizarse para vivir fundamentalmente sin dolor y lo más perdurable posible, se ha propuesto el hecho de trascender a sí mismo dentro de la vida. En otras palabras, busca como objetivo alcanzar la facultad de no morir; o sea, de hacerse inmortal, de conquistar la perennidad como una forma de llegar a lo más cercano de su perfección, debido a los grandes avances que se continuarían haciendo en la medicina robótica, la biología artificial y la nanotecnología, entre otras disciplinas que entrarían en la poshumanidad.
En el caso de este otro tema, el de la inmortalidad, digamos, ese hecho de que el hombre pueda llegar a conseguirla, o siquiera una larga existencia de muchísimo más de ciento cincuenta años (por suponer una edad extensa para nosotros, los humanos), implica tener que hacerse una serie de planteamientos que tocan la ética en relación con el caso de si el hombre, realmente, estará dispuesto a vivir eternamente, en las mejores condiciones de vida, en salud y confort, o si se estimulará por sí mismo con una progresión de cambios físicos y espirituales (con ese bienestar y confort ya logrados), sin tener que desaparecer en la Nada (si en la otra dimensión, independientemente de Dios, existiera la Nada); o si el ser humano llegará a darse cuenta de que la muerte es un cambio hacia otro plano de vida divina, y por esta razón descubriera que no ha estado llamado a vivir eternamente ni como ser biológico ni como ser metálico, y sí como ser espiritual, por ende, conocería que todo lo que ha vivido, su vida misma, obedece a la complejidad de la evolución; una evolución que tendría como objetivo no el hecho solo de conquistar el cosmos, sino además la finalidad de realizar la espiritualización del cosmos.
A mi modo de ver, lo más importante que pudiera suceder sería esto último: la finalidad de que ambos (humanos y máquinas) fuéramos los eslabones evolutivos para la espiritualización de este universo.
Y en realidad, esto de la espiritualización del universo significa que la conciencia es el núcleo más importante de la Creación. Es decir, la conciencia humana viene a ser la primera parte de la creación de la Conciencia Universal, que nos da potestad a nuestra mente individual de otorgarle vida a la materia.
La conciencia —y hablo ahora, por supuesto, de la conciencia individual humana— tiene el don de materializar toda la energía que se encuentra a su alrededor. Este es el don que a todas las conciencias individuales les debió conceder la Conciencia Universal.
De aquí se desprende que las conciencias individuales tienen la necesidad de evolucionar para poder regresar a su origen; es decir, a su casa primordial, que es la Conciencia Universal, pero antes deben cumplir su misión de conquistar nuestro universo transformando el caos existente en una estabilidad progresiva de energía espiritual o Dios.
Muy probablemente la evolución parecería ser eterna, por los miles de miles de años en que se prolongaría el proceso para una madurez espiritual. (probablemente sería el punto Omega en que Teilhard de Chardin habla de la Cristogénesis). Pero esa distancia en el tiempo no sería (no es) un obstáculo de impaciencia para la Conciencia Universal, pues esta lo ve o lo percibe todo desde una perspectiva de ubicuidad; o sea, dentro de una especie de sentido divino de No-tiempo, de No-destino-final y de simultaneidad (ubicuidad). En este sentido, quizás la eternidad se nos hace incomprensible, porque es cuando la experiencia espiritual nos sumerge en un juego de “las Partes y el Todo”. En otras palabras, es cuando las nuevas experiencias se suceden en secuencias (a modo de serial, pero sin ser cronológico), en un seguimiento imaginario en los que no cuenta para nada el tiempo, y sí las partes como conjunto de imágenes, de fábulas, mientras que al mismo tiempo tendríamos el Todo del universo frente a nosotros, sucediendo, asimismo, en su calidad de Revelación.
No hay lógica para esto, no obstante, debemos aceptarlo, lo mismo que la ciencia hoy en día ha tenido que aceptar varias leyes de la física cuántica que también se nos hacen irrazonables, ilógicas, fantasmagóricas, al decir del propio Albert Einstein.
Todo ello indicaría que la problemática de la muerte no es el final de la vida, sino un cambio, una etapa en la evolución del ser humano no solo en cuanto a la carne y los huesos de nuestra materia personal, sino además una transformación en energía dentro de una órbita o magnitud espiritual; energía que seguiría su proceso de evolución hasta alcanzar un número indefinido de niveles mediante los cuales entregamos cúmulos de información, que irían supuestamente a rellenar en un sentido de diseño arquitectónico nuevas formas para el universo, al menos, para nuestro cosmos, digámoslo, dentro del multiverso.
Ahora bien, muy posiblemente dentro del proceso evolutivo natural de la conciencia humana podría insertarse el nivel de la primera conciencia artificial que, de manera No-natural, debería seguir avanzando. Lo que vendría a ser ya la entrada y seguimiento de la etapa poshumanista. Pero más bien me atrevería a decir de “una etapa posmetálica”, porque estoy seguro de que el ser humano siempre se las arreglará para vivir en paralelo con su creación humanoide (¿o más bien “metaloide”?).
No obstante, no se puede negar que, en un futuro imprevisible, ambas conciencias (la humana y la artificial) puedan fundirse en una sola conciencia metahumana (“más allá de lo humano”). Y de lo que sí estoy seguro es de que en la primera etapa de este tipo de conciencia (que no sé cuántos y cuántos años tendrían que pasar para ello) la nueva conciencia no perdería nunca su sello distintivo de “lo humano”.
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Por otra parte, en el caso de la muerte, la conciencia humana —como ya he dicho— entraría en una nueva etapa de vida, espiritual, por supuesto, sin tiempo ni espacio específico (porque siempre tendría un solo espacio como todo el universo; en otras palabras: no tendría espacios de referencia). Estaríamos entonces en la infinita e impredecible pluralidad de lo ubicuo.
La conciencia humana, después de la muerte, obtendría la cualidad de ser ubicua (con toda la imaginación posible, o mejor, la escenificación exacta de su pasado, su presente y su futuro, y aun cuando pareciera estar en reposo, en plena quietud de movimiento, estaría avanzando dentro de la inflación del universo, o lo que es lo mismo, estaría ampliándose y, a no dudar, la conciencia en cuestión entraría, saldría y volvería a entrar a vivir sus reencarnaciones, mientras que con precisión (y en un mismo momento) sentiría su propia resurrección. En este sentido, la Resurrección es como la suma de todas las reencarnaciones. Es eso, el Todo y las Partes, el momento sin coordenadas donde solo podría sentirse (mucho más que comprenderse) todos los misterios, todas las vidas pasadas, presentes y futuras, toda la profunda complejidad del amor y así experimentar la alegría de ser punto y porción genuina de nuestra Conciencia Universal.
En esto, la ubicuidad no es la Imago, pero pertenece a ella, porque en realidad, es una condición de ser de la Imago misma. Toda la creación en Imago se alimenta de la información vibrando de ubicuidad, de simultaneidad de las Partes y del Todo de las imágenes. El Aquí, el Allá y el Acullá se mezclan y superponen, se enlazan entre las cuerdas astrales y se dejan sentir por su dialéctica divina.
Entonces, de la ubicuidad, la inflación y la Imago se continuaría creando la Historia de nuestro universo.
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