Literatura. Crítica.
Por Manuel Gayol Mecías…
(Panel sobre José Lezama Lima en la Esquina de Alejandría)
Festival VISTA. Diciembre de 2016
INTRODUCCIÓN
Alguna vez dije —y no creo haber sido el primero— que la ideología de Lezama era la imaginación, y esta para él venía a ser la esencia de la imagen, una esencia o fondo, una médula, naturaleza y sustancia sistémicas porque le daba surgimiento a todo un mundo infinito de axiomas creativos. Con la imagen (encarnada en la metáfora, en la atmósfera barroca, en el decir diferente, en los lugares exóticos de la Antigüedad, en un sorpresivo encuentro con los mitos y, entre tantas cosas más, en la búsqueda filosófica de lo cubano y del mundo a través de la poesía), Lezama asentó las bases de una Realidad imaginaria que provocaba la inquietud de hurgar en la belleza de lo aparentemente ausente, de lo erudito y de lo popular transferido a un nivel de alta envergadura, pero que está ahí, dentro de toda una cultura universal; cultura en la que él quería insertar a Cuba no como una isla más, sino como la “Isla llamada a ser”.
La exclusiva diferenciación de Lezama
Decir que la estética lezamiana parte de la poesía (el despertar del mundo en imágenes), y también, digamos, de “lo poético” (su transposición del mundo profundo que todos tenemos en nuestras intimidades) es implicar que su comenzar poético siempre termina en un ahondamiento filosófico, en el que el mundo, y en específico la isla, están marcados (o más bien necesitados) de una inevitable búsqueda de sus orígenes. Y ello, de manera que esa búsqueda contenga la potencialidad de una élite creadora. Y es, en sí misma, la búsqueda de Lezama, digo, de nuestra histórica élite creadora.
Esa potencialidad que unifica es la necesidad que tiene una sociedad —o más generalmente, un pueblo o nación— de encontrar sus raíces no solo en una cultura popular, sino también y con igual importancia, o quizás más, en una alta cultura que, de muchas maneras, funcione como guía del conocimiento y la sensibilidad imprescindibles para poder consagrar en un todo mixto, pero identitario, el progreso de esa nación o pueblo. Es como descubrir el tronco de un árbol cuyas raíces, en lo subterráneo del mundo, se alimentaran de lo mejor y más vasto de la cultura universal. De aquí que Lezama y los origenistas buscaran hurgar en nuestros contactos primigenios —en un José Martí, transfigurado en esencia primordial— que desde un barroco gongorino —como la voz de Lezama— hablara de nativos y españoles, de africanos y chinos, así como de otras tantas razas que han venido conformando nuestro ajiaco, de más excelso sabor, y proclive a una insularidad más universal.
La fijeza y reafirmación de una élite cultural no significa el desprecio o la ignorancia hacia una cultura popular, sino por el contrario: impone una plataforma como la que concibió Matthew Arnold en 1869*: “el empeño desinteresado por la perfección del hombre”, además de la necesidad de “conocer la mejor parte de lo que se ha dicho y pensado en el mundo”. Es sabido que una nación es fuerte y se puede consolidar en su estructura social, económica y política cuando su ámbito se afianza en una alta cultura y otra cultura popular, cuestión máxima que sería buscar y lograr una imbricación de una y de la otra.
No es de dudar, que esto fue lo que sentía y deseaba José Lezama Lima cuando aglutinó el grupo Orígenes, y, por otra parte, escribió cada una de sus obras, poesía, ensayos y sus novelas Paradiso y Opiano Licario. Y con ello, de hecho, expresó la voluntad de su Imago.
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* Matthew Arnold “nació en Laleham, Middlesex. Estudió en Rugby y luego en el Balliol College de Oxford, haciéndose “Fellow” del Oriel College en 1845. Más tarde fue secretario privado de Lord Lansdowne, Lord Presidente del Consejo, gracias a cuya influencia fue nombrado en 1851 inspector escolar (…). Algunos consideran a Arnold el puente entre el Romanticismo y el Modernismo. Su uso de paisajes simbólicos era típico de los románticos, mientras que su perspectiva escéptica y pesimista es propio de la edad moderna. La tendencia racionalista de algunos de sus escritos ofendía a muchos lectores, y se puso en duda su capacidad como erudito para tratar algunos de los temas que manejaba; pero sin duda alguna ejerció una estimulante influencia en su época; sus escritos se caracterizan por su fina cultura, alto propósito, sinceridad, y un estilo de gran distinción, y mucha de su poesía tiene una exquisita y sutil belleza, aunque aquí también se ha dudado si la alta cultura y amplio conocimiento de poesía no reemplazaban a veces el verdadero fuego poético…”. Por su parte, en alta cultura encontramos que “Arnold veía la high culture, sin implicar hostilidad hacia las formas de low culture (‘baja cultura’) o cultura tradicional, como una fuerza a favor del bien moral y político. En las distintas formas en que su punto de vista se generalizó, continúa siendo el concepto dominante de alta cultura. (Ambas citas y los datos biográficos sobre Matthew Arnold han sido extraídos de Wikipedia).
[Trabajo presentado en el panel de La Esquina de Alejandría, junto a la doctora Ivette fuentes de la Paz y la ponente y poseedora de las cartas inéditas de Lezama, su sobrina-nieta, Ileana Bustillo, en el marco del Festival VISTA de Arte y Literatura Independiente de Miami, diciembre de 2016].
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