Literatura. Historia. Crónica.
Por Mario Blanco.
Cuando oímos decir a alguien que es santiaguero, la piel se nos alborota del orgullo que sentimos al haber nacido en esa tierra ardiente pero generosa. Nos acusan de regionalistas, sobre todo los occidentales de nuestra isla, y es verdad, habría que hacer una encuesta para saber porque somos tan orgullosos de nuestra tierra natal, pero así somos.
Dicen que las personas ilustres son porque provienen de un gran linaje familiar o porque se han destacado en alguna actividad, y sobre el personaje que les quiero hablar hoy ambas cosas se conjugan, más su actividad que su linaje, pero su familia tenía una buena posición económica en aquellos tiempos. Pues bien, Pablo Lafargue nació en Santiago de Cuba un 15 de enero de 1842 dentro de una familia de hacendados, mixta en razas, francesa, dominicana, jamaicana y cubana, así provenían sus padres y abuelos. Les he encargado a mis amigos santiagueros averiguar en que casa y barrio nació, pues en ninguna biografía se precisa ese lugar, debe haber nacido hacia el centro de la ciudad, pues el lujoso barrio Vista Alegre, propio de la burguesía, se erigió a partir del siglo XX. Asistió a la mejor escuela primaria de la ciudad donde comenzó a destacar su inteligencia, pero tan temprano como en 1851 sus padres tomaron un velero rumbo a Francia donde se radicaron. Pablo asiste en Burdeos a la escuela secundaria, y más tarde inicia los estudios de medicina en París. Interrumpe sus estudios en 1865 por haber participado en el Congreso Internacional de Estudiantes en Lieja, y es expulsado de la Universidad por lo que se traslada a Inglaterra para continuar sus estudios, y es aquí donde conoce al alemán Carlos Marx y a su hija Laura, de la cual se hace novio y se casan más tarde. La influencia de Marx en la evolución ideológica de Lafargue es decisiva, al cual se une como discípulo y traduce junto con Laura de éste muchos de sus textos. A la muerte de Marx en 1883 es Pablo quien despide entre otros su duelo.
Es curioso el hecho que una vez terminados sus estudios de medicina en Londres, en ninguna biografía se habla de su desempeño como médico, si se destacan sus labores revolucionarias, fue miembro del Consejo de la Primera Internacional, y propagandizó la teoría marxista además de sus escritos, entre ellos su más famoso libro, “ El derecho a la pereza”, título provocativo, donde expone sus criterios de que lo más importante en el hombre no es su trabajo, sino su derecho al esparcimiento, a la libertad de escribir, divertirse en familia, tener tiempo para sus aficiones, disminuir la jornada laboral, etc., en contrariedad con el capitalismo que expone el afán por la obtención material en la vida. Tuvo tres hijos con Laura y todos perecieron siendo pequeños, cosa rara siendo el médico. En 1871, como consecuencia de ser un activo militante de la Comuna de Paris, se establece en España, huyendo, por la represión política. Allí influye, con la ayuda de Friedrich Engels, a encauzar la Internacional Española, en cierta medida anarquista, hacia el marxismo. En 1873, regresa a Londres, deja de ejercer la medicina y establece un taller de Litografía, pero tampoco le va bien y es ayudado económicamente a menudo por Engels. Vuelve a Francia y trabaja como editor del diario L’Egalité. Durante sus últimos años, después del Congreso en Toulouse en 1908, las diferentes tendencias socialistas se unificaron en un solo partido, y Lafargue solo mantenía escuetas comunicaciones escritas con algunos jóvenes marxistas, entre ellos Lenin, y comenzó a alejarse de la política viviendo en las afueras de Paris, en el barrio de Draveil. Su limitada contribución a la causa las hacia a través de algunos ensayos y artículos. Es así como en medio de la penuria económica y basado en una decisión anteriormente tomada, consensuada con su esposa Laura, llevan a cabo su suicidio, dejando esta ligera nota:
Sano de cuerpo y alma, termino mi vida ante la despiadada vejez que me ha quitado uno tras otro mis placeres y alegrías; y que me ha estado despojando de mis facultades físicas y mentales, puede paralizar mi energía y quebrantar mi voluntad, convirtiéndome en una carga para mí mismo y para los demás. Durante algunos años me había prometido no vivir más allá de los 70; y fijé el año exacto de mi partida de la vida. Preparé el método para la ejecución de nuestra resolución, fue una hipodérmica de ácido cianurado. Muero con el gozo supremo de saber que en algún momento futuro triunfará la causa a la que me he dedicado durante cuarenta y cinco años.
Y qué pudiéramos decir sobre la vida de este hombre que expresamos al inicio fue un ilustre, pero con la realidad del día de hoy vemos que su quimera no rindió los frutos esperados, que la ideología marxista que prendió años más tarde en Rusia de la mano de Lenin y posteriormente en muchos otros países que la abrazaron, unos espontáneamente, otros inducidos, puede valorarse de fracaso, aunque todavía hoy algunos la apliquen con tendencias o modificaciones bien distintas. A Lafargue se le critica su desentendimiento por la causa revolucionaria cubana contra la España colonial, al punto que atendiendo a una delegación de patriotas cubanos que buscaba su apoyo a la causa, exclamó, “una huelga en Francia vale más que todas las guerras cubanas”. Por otra parte, su actividad como médico quedó bien relegada a su afición por la política. La decisión de ejecutar el suicidio es un hecho siempre vituperable, aunque me imagino que en gran parte su frustración ante la vida debió llevarlo también a esa decisión, en lo social no formó familia, en lo económico vivió en la penuria sus últimos días, y en lo político, no llegó a ver el limitado triunfo marxista. Es verdad que salió siendo un niño de nuestro Santiago de Cuba, y que la vida francesa lo absorbió, pero es de los pocos casos que un coterráneo olvida así sus raíces. Hoy creo tendría también motivos para el suicidio.
[19/08/2022]
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