Lo que apetece a esas horas, si el tiempo acompaña, sería salir a darse un garbeo, antes de ponerse al tajo, para el café y el periódico. Así, y en atención a los mayorcitos, la legislación debería contemplar cafeterías abiertas de madrugada ( atendidas por aquellos con parecidas alteraciones circadianas) y quioscos con expendedor automático de prensa (la versión digital a esa edad no es plato de gusto) para que la objetividad de las noticias -en el supuesto de que así sea- supla la añorada subjetividad de los sueños desvanecidos.nY la segunda cuestión que apuntaba: el cambio de hora en ciernes. Su utilidad es más que dudosa, pero no hay duda que posponer el amanecer para los que ya llevan un par de horas despiertos en la oscuridad es, si más no, meterles sin necesidad el dedo en el ojo.
Por concluir: la unánime noche, por decirlo a lo borgiano, está muy bien si acompaña a los ronquidos; en otro caso, ¡luz, más luz! Y que te echen una mano (mejor si va provista de cuatro churros o una ensaimada) para empezar el nuevo día con optimismo. Porque no todo ha de ser, para los madrugadores a su pesar, encender el flexo y ¡hala!: esperar a que el entorno se despereze. Encima, y en pocos días, una hora más tarde.
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