El impertinente Cao

Literatura. Periodismo. Crítica.
Por Waldo González López…
Fotos: Roberto Koltun (de El Nuevo Herald)…
Juan Manuel Cao

Juan Manuel Cao y su libro El impertinente.

Publicado en noviembre de 2014, por la Editorial Planeta Mexicana, en su Colección Temas de Hoy, El impertinente configura, sin duda, «Un testimonio periodístico demoledor contra el silencio y la resignación de un añejo conflicto que sigue sin resolverse», según se lee en la cubierta del volumen del conocido colega Juan Manuel Cao.

El propio autor lo definió en la entrevista de la colega Sarah Moreno, publicada en El Nuevo Herald, de esta suerte:

Es un libro de crónicas, un poco a lo gonzo, ese estilo que el neoperiodismo norteamericano puso de moda hace ya algún tiempo. Es un género donde la literatura se mezcla con el reportaje puro. Es también un libro de Cuba que transcurre fuera de Cuba: en Panamá, en Venezuela, en México, en Puerto Rico, en Argentina, en Washington y en Nueva York.

El también autor de la novela Te juro que soy (Grupo Planeta), merecedor de tres Premios Emmy (por sus reportajes de investigación), fue periodista de Telemundo y desde hace años integra el equipo de América TeVe, donde conduce el popular programa de opinión El Espejo, visionado entre lunes y viernes a las 10: 30 de la noche.

Ante todo, subrayo una virtud cenital del prestigioso periodista en su reconocida labor: su amplitud en la búsqueda de la verdad, suerte de open mind, cualidad tan necesaria en esta profesión que le impele invitar a su agudo programa televisivo a sus colegas con otros criterios, a fin de polemizar, buscando la verdad, desde diferentes ópticas, característica no común en otros espacios de tal cariz.

Así, como en El Espejo —al que, tal dije arriba, asisten invitados con criterios distintos y distantes de los suyos, por lo que disienten ante las cámaras entrevistador y entrevistados—, en las crónicas y, a un tiempo, testimonios-reportajes incluidos en su importante volumen, sin abandonar sus opiniones políticas (aprehendidas y aprendidas durante su intensa profesión de periodista exiliado), no las impone a sus convidados [que no son] pétreos, parafraseando el título de la clásica obra teatral de Tirso de Molina: El burlador de Sevilla o El convidado de piedra (1630).

Ya en el frontispicio de su valioso libro, advertimos una promisoria invitación en el valioso epígrafe con versos del gran poeta de La Divina Comedia, reveladores de la propia naturaleza de Cao y de quienes, como él, escogimos la emigración: vía de escape de ese otro «Inferno» dantesco: Isla-Prisión y Gulag, en que ha sido convertido nuestro país por el maldito castrismo:

Al exiliado:

Probarás cuán amargo es el pan ajeno

y cuán duro ascender y descender

por las escaleras de los demás.

 

Como muestra de los XV decisivos capítulos del volumen de 253 páginas, repasaré algunos, si bien todos sus textos concitan el interés del lector y revelan detalles del audaz reportero y su arriesgada labor en eventos internacionales, donde abordara a diplomáticos cubanos sin la preparación para tales cargos, como, entre otros, los defenestrados ex cancilleres Roberto Robaina y Felipe Pérez Roque.

De no menor interés, resultan otros capítulos, tales «Hugo Chávez y el juego de pelota», «En el ojo del huracán [Wilma] (Reportando desde el vórtice)», así como las entrevistas con Joan Manuel Serrat y con el hoy en decadencia cantautor Silvio Rodríguez.

De cualquier modo, creo aún más significativo el encuentro con «El disidente» Elizardo Sánchez Santacruz, a quien Cao conoció en la prisión Combinado del Este, cuando ambos estuvieron confinados.

Este comentarista recuerda a Sánchez Santacruz, en particular por El Camaján, panfleto publicado por una periodista siempre «oportuna», quien en ese libelo tilda al fundador del Movimiento Pro Derechos Humanos «lo mismo de mantener contactos con la CIA que con el G-2», tal precisa Cao.

De tal suerte, en estos capítulos —dotados de la agilidad y la agudeza del mejor periodismo, como de un cuidado en el lenguaje, tan cercano a la mejor literatura—, el lector disfrutará crónicas y reportajes de actualidad referidos a personajes y eventos que, reunidos en una amplia y variopinta gama de instantes decisivos, recogen tipos y momentos cruciales de la vida política de «Nuestra América», según la ya clásica denominación de José Martí en su ensayo homónimo.

Así, desde su entrada en el periodismo y la inmediata prisión sufrida con solo 20 años («El primer artículo que escribí en mi vida me lanzó de cabeza a la cárcel», tal Cao afirma en la línea inicial de su primera y excelente crónica: «De La Habana a Panamá», pórtico de su intenso y extenso itinerario-vademécum, de su fuga de Cuba al «duro oficio del exilio», como lo definiera el poeta comunista Nazim Hikmet), el libro incluye otros momentos significativos de su devenir, signado por el riesgo y la pasión, la irreverencia y la lucha contra el totalitarismo, ejemplificado por el maldito castrismo que asola nuestra patria desde más de medio siglo atrás, al que ante la cercana pérdida de su proveedor petrolero —la Venezuela hoy pisoteada por el títere Maduro—, continúa Cao luchando con la decisión que lo lanzara a su inquebrantable batalla, apenas llegado a la juventud, cuando escapó «en 1986, tras padecer cárcel y tortura por atreverse a disentir en medio del rebaño aquiescente que es toda sociedad bajo la égida del comunismo y a ser, en definitiva, un impertinente», tal subrayara el colega Armando de Armas en su entrevista, aparecida el 29 de octubre del pasado 2015 en martinoticias.com.

Juan Manuel Cao 2

En consecuencia, al final de esta primera crónica afirma —con la autoridad ganada en el audaz proceder de esta profesión, en su más peligrosa vertiente—: «la trascendencia que puede llegar a alcanzar el periodismo cuando rompe las barreras de la censura y de la autocensura», ejercida aún hoy en Cuba sobre los periodistas cubanos que laboran en la prensa oficial, quienes padecen la enfermedad terminal de la Castroenteritis (vg. Cabrera Infante) por el miedo al cambio, a diferencia de quienes decidimos —algunos arriesgando sus vidas— romper con esa trágica farsa y partimos de la Isla-Cárcel-Gulag, ya hastiados de los vejámenes de tal prisión.

Sin embargo, los periodistas independientes, sin miedo y sin tacha, continúan luchando en Cuba, y asumiendo los cotidianos peligros de la represión, las golpizas y los robos de cámaras fotográficas y grabadoras, a que son sometidos por las fuerzas represoras pagadas por el régimen.

En su segunda y homónima crónica-reportaje, ofrece varias definiciones de «El Espía», donde devela y analiza la actividad del «doble agente» Francisco Ávila Azcuy, alias «Panchito», integrado a Alpha 66.

Allí subraya Cao:

Los espías, contrariamente a lo que sucede en el cine, utilizan generalmente las mismas vías de comunicación que el resto de los mortales y que el modo en que las usan es lo que hace la diferencia. A fin de cuentas, es mucho más difícil rastrear una llamada entre millones, que utilizar caminos poco transitados. En ese sentido, no se diferencian mucho de los polígamos o de los traficantes de drogas.

En la página siguiente, abunda sobre la praxis de este y otros personajes que asumen esa tarea, al relatar:

Cuando dos espías van a encontrarse en territorio hostil, realizan una barroca coreografía antes de llegar al punto de contacto. Necesitan cerciorarse de que no los siguen ni de cerca ni de lejos. Nunca parten directamente a la dirección acordada sino que se pasan varias horas recorriendo un itinerario cuyo único sentido es descubrir potenciales perseguidores. Hay toda una técnica compleja y al parecer bastante eficiente.

No menos reveladora del intríngulis del espionaje es otra confesión de Cao, experimentada por este comentarista, quien supo de varios escritores y periodistas que fueron funcionarios de embajadas cubanas en el exterior. La experiencia obtenida en apenas dos viajes a los entonces países socialistas: en 1977, a Polonia (por la obtención del Premio de Poesía para Niños «La Edad de Oro») y en 1978, a la ex URSS (por intercambio de autores entre miembros de ambas Uniones de Escritores) me permitiría conocer a algunos. Este dato resultará de interés para el lector cubano exiliado, como para otros de diversas latitudes que ignoran la esencia de tales tareas en las embajadas cubanas de los países donde existen representaciones diplomáticas de la Isla. En tal sentido, aclara Cao:

Aquí aprendimos otra lección: las delegaciones de casi todos los países son una fachada para las actividades de espionaje. Las embajadas son verdaderos nidos de espías. Todas las partes lo saben. De modo que se apuesta a ser más hábil que el otro. (El subrayado es mío.)

Los anteriores fragmentos revelan la experiencia aportada al autor por sus entrevistas con estos ambiguos personajes, como el ya mencionado Panchito, por lo que confiesa que «no estoy hecho para el resbaladizo juego del espionaje, en el que un detalle perdido o ganado significa la muerte o la vida, el éxito o el fracaso».

El III y el IV capítulos, como una breve saga en dos partes no menos singulares, los dedica a «La crisis de los balseros» que por su significación, las subtitularía: «Chetumal» y «Flotilla Democracia».

En el primero: «Chetumal», el colega narra su vínculo con la «odisea» iniciada el 31/julio/1993, «cuando un grupo de quince personas zarpó en una embarcación pequeña y rústica desde las costas de la ciudad de Cienfuegos», en la que perecieron siete personas, entre ellas dos niños, y los restantes fueron tristemente deportados a Cuba.

Sobre aquellos días de indignación ante la criminal orden de deportación, Cao apuntaría, casi en el inicio de esta parte, una verdad comprobada por él, como testigo excepcional: «los grandes poderes no se amilanan ante el dolor popular, salvo que este tenga un costo político».

No menos reveladoras serían las palabras de Juanita Castro (hermana del hoy decrépito vejestorio que debe hallarse en vísperas de su muerte, deseada y ansiada por tantos cubanos de ambas orillas) quien —enrolada en la multitud-procesión de diez mil personas en Miami, escoltando los siete féretros (llegados a Miami y cubiertos con banderas) rumbo al Mausoleo Cubano del cementerio Graceland, de la Calle 8—, confesaría con vergüenza a las periodistas Ana Santiago y Cynthia Corzo: «Es muy triste lo que está sucediendo aquí por culpa de mi hermano.»

El segundo capítulo («Flotilla Democracia») —en uno de cuyos epígrafes se lee el Artículo 13 (2) de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país», revelador de la grave violación ejercida durante décadas por el maldito castrismo— me trae a la memoria los acontecimientos protagonizados por multitudinarias jornadas de protesta en la capital cubana, donde quienes aún estábamos allá, por breves días soñamos esperanzados que el castrismo caería ante aquella revuelta y posterior éxodo que ahora, dos décadas después, se repite, porque los cambios han sido casi nulos, más bien cosméticos: continúan el hambre y la desesperanza de un pueblo sin ilusiones ni futuro, a pesar del espaldarazo del presidente norteamericano al vetusto régimen que continúa golpeando, sin compasión y cada domingo, a las Damas de Blanco, entre numerosos desmanes perpetrados contra la libertad y los más elementales derechos humanos.

Aquí narra el cronista otra aventura, todavía más peligrosa, en  la que se enrolaría gustosamente: navegar hasta las costas de la Isla: «Una gran cárcel», tal precisa Cao, quien explica:

El desafío consistía en depositar flores en el punto exacto del mar donde un año antes fue hundida una embarcación que trataba de huir de Cuba. Las autoridades portuarias de La Habana cometieron el crimen y al gobierno le pareció tan bien, que ni siquiera abrió una investigación policial. Fue la madrugada del 13 de julio de 1994. El número fatídico se repetía en el nombre de la embarcación: 13 de Marzo, así se llamaba aquel remolcador hundido a unas siete millas de la costa. A bordo iban cerca de setenta personas.

La idea —si bien peligrosa, no menos excitante— había partido del incansable luchador Ramón Saúl Sánchez (a quien este periodista conoce y admira por su consecuente actitud en pro de la libertad y los derechos de los cubanos, revitalizada en cada acción de la disidencia/resistencia, como su participación, igualmente compartida con este redactor y otros cubanos del exilio, los domingos en las jornadas de Todos Marchamos, en apoyo a la oposición interna), quien propuso navegar hasta el lugar donde los asesinos del castrismo habían hundido el remolcador y, de acuerdo con el breve pero emotivo relato de Cao, ya

allí hacer aquello que les impedían a los dolientes directos: lanzar flores en honor de los desaparecidos. Parecía sencillo, pero el problema era que ese punto quedaba dentro del territorio hostil. El propio hundimiento del remolcador y otros precedentes indicaban que no era recomendable menospreciar la ferocidad de tales gobernantes […].

Más adelante, Cao precisa al subrayar:

Fue un año agitado el que transcurrió entre el 13 de julio de 1994, día que hundieron el remolcador cargado de niños, y el 13 de julio de 1995, cuando nos disponíamos a zarpar con la Flotilla Democracia. Ese fue el nombre con que Ramón Saúl Sánchez, su organizador, bautizó el buque insignia.

En este punto, comienza uno de los momentos del volumen con mayor carga de tensiones, por la peligrosidad en que se viera envuelto el grupo enrolado en tan ardua aventura, al punto que podría haber llevado a los intrépidos navegantes a la muerte,  al ser cañoneados por la marina castrista. Y en tan arduo capítulo de la inolvidable lucha libertaria, narra Cao:

De pronto, unas avionetas pasaron rumbo al sur casi rozándonos las cabezas. Eran las famosas avionetas de la organización Hermanos al Rescate: un grupo de pilotos que realizaba la labor humanitaria de localizar y salvar balseros en altamar. Nosotros, que no habíamos tenido tiempo de mirar al cielo, descubrimos asombrados que estábamos en el corazón de una batalla campal y también aérea.

Sin duda, tal instante redefinió la valentía de aquellas jornadas, marcadas por un trágico hecho que, acontecido siete meses después (el 24 de febrero de 1995), nunca será olvidado por los dignos cubanos que seguimos luchando, en las dos orillas, por la libertad de nuestra aherrojada patria. En consecuencia, ese día cazabombarderos castristas pulverizarían con sus cohetes (misiles aire-aire) dos de las avionetas desarmadas de Hermanos al Rescate, con el trágico resultado de cuatro personas muertas.

Y la saga de Cao continúa, como una excitante novela, cuya lectura, una vez iniciada, no podemos abandonar. De tal suerte, disfrutamos dos de sus valiosas características: la fina ironía y el sutil humor, en otros capítulos, como el V «El canciller Robaina», donde el ex primer secretario de la Unión de Jóvenes Comunistas y excanciller, luego «tronado» y hoy dueño de una paladar e improvisado ¿artista plástico?, es retratado con exactitud por el colega, quien lo define con acierto cuando en la Panamá de 1994 (el 31 de agosto, a propósito de la toma de posesión presidencial de Ernesto Pérez Valladares), asistiera el minúsculo diplomático representando al (des)gobierno cubano:

El canciller Roberto Robaina González estaba vestido con una chaqueta de un tenue color mostaza y abajo llevaba un pullover negro sin cuello. La chaqueta la tenía remangada, dejando ver en la muñeca derecha una cadena de metal brillante sobre el exceso de vellos. Bajito, bigotudo y con aquella facha, Robaina parecía más un cantante de salsa que un diplomático. No era una cosa ni la otra. Salido de las filas de la Juventud Comunista, se hallaba al frente de esa organización partidista cuando lo sorprendió la desintegración de la Unión Soviética. En esos momentos de desmoronamiento moral parece haber demostrado ciertas dotes de liderazgo, con las que supo distraer a parte de los inquietos jóvenes, organizándoles actividades […] en las que mezcló entretenimiento con  propaganda, alejándose así de las aburridas convenciones de la militancia tradicional.

Mas, en este capítulo aparece otro personajillo que, hijo de un viceministro de Educación —o «hijo de papá», tal vox populi llama a quienes ascienden, sin mérito, solo por parentesco con funcionarios—, treparía de estudiante universitario a presidente de una institución cultural, en apariencia no gubernamental, y luego a ministro. El igualmente mediocre narrador también sería interpelado por El impertinente periodista, quien asimismo lo define en brevísimo y certero retrato: «[…] con sus rizos, soñando llegar a las altas esferas del poder para erigir una estatua a los Beatles».

Con su (com)probada autosuficiencia, propia de los ignaros mediocres, tras ser interpelado por Cao, el alto solo en estatura física, pero no intelectual ex teenager y siempre fan de los Beatles, responde con una pregunta: «¿Qué sabes de Historia de Cuba?», a su vez rebatida por el periodista con otra pregunta más sagaz y alusiva a uno de sus libritos de cuentos: «¿Pertenece usted a los bitongos o los guapos?», a la que el creído «excretor» (que no escritor), sin duda touché, «tocado» por la mayor ironía de mi colega, «esbozó una sonrisa digna de Caín y respondió con aire filosófico: De los dos».

Ahora evoco al propio personajillo durante su actual y penosa actividad nada intelectual ni literaria durante la VII Cumbre de las Américas, en la Panamá de 2015: en verdad lastimosa fue la imagen del exdirigente cultural y hoy diligente oficial del G-2, al frente de las hordas fascistoides de la «sociedad civil» habanera, cuyo objetivo fue el de golpear y ofender a los activistas cubanos de Miami asistentes al evento.

A este le sigue el capítulo memorable: «Fidel Castro y la brujería chilena», centrado en el sátrapa de Birán (a quien el experimentado  dibujante cubano: Arístides Pumariega, Aristide, dedicara su icónica caricatura «El tiranosaurio»), quien asistiera a la VI Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno (Santiago de Chile, noviembre de 1996), donde el supuestamente inalterable asesino, ante la primera pregunta del cubano: «¿Va a realizar elecciones pluripartidistas?, mostrara su inquietud por hallarse ante tantos mandatarios y prensa extranjera, ya no incómodo, sino colérico, y se revelara como «el más predecible de los mortales».

Lo explico: tras otro cuestionamiento de Cao al «dictador vitalicio de mi país», con la dura praxis de tres años de prisión, el osado colega le espetó un aserto/acierto que lo sacó de sus casillas: «Dicen sus críticos que en las cárceles cubanas se tortura», a lo que respondió con su habitual cinismo el hoy decrépito anciano de 89 años: «¿Y tú te lo creíste?».

Certero, del propio modo, el apunte de Cao, quien subraya: «Las cumbres iberoamericanas sirvieron a Fidel Castro para acercarse por otras vías al mismo continente que durante treinta años había intentado incendiar con guerrillas y subversión».

Mas, añade el colega:

Varios jefes de Estado y de gobierno tuvieron la ilusión de reeducar al dictador isleño; este les siguió el juego y hasta se quitó por primera vez en tres décadas el uniforme militar. Solo para la foto, por supuesto. Seis cumbres después seguía sin convocar a elecciones pluripartidistas. La reunión de Chile trató ingenuamente de poner las cartas sobre la mesa. Hasta la viuda de Salvador Allende lo emplazó en público para que realizara elecciones competitivas. Ese año, en Viña del Mar, Fidel Castro Ruz firmaría, sin soplo de pudor, el compromiso democrático que los presidentes le pusieron delante.

Pero, en el capítulo XV, «La última cumbre», es donde quizás con aun mayor tino, Cao vivisecciona la infinita maldad del hoy cadavérico tirano, cuando, narrando aspectos de este encuentro internacional, el dictador de más larga vida «optó por el insulto y la rabieta [pues] me acusó de mercenario, de estar pagado por “el impertinente Bush”, y hasta de formar parte de una conspiración para un imaginario atentado», si bien solo algo después lo vuelve a retratar:

Ese hombre ha vivido permanentemente irritado. Es dueño de un mal humor bilioso que lo obliga a insultar, y a veces fusilar, a cuanto ser viviente se le interponga. Da igual que sea el presidente de una gran potencia o el de un insignificante país, un crítico poderoso o el infeliz de la esquina. Su cólera divina no distingue proporciones. Tampoco su rencor, su infinita sed de venganza.

Mas, no conforme aún con revelar los difíciles momentos sufridos en sus encuentros con el tirano de más larga existencia en el mundo, añade algo después:

Sabía que me hallaba ante alguien que, desde siempre, acostumbra descalificar, insultar y difamar a cualquiera que lo cuestione en lo más mínimo. Como todo tirano, no admite que existan críticos decentes: a todos les endilga una mala razón; solo el posee dignidad.

Podría continuar mi comentario, pero creo que bastan estos apuntes sobre el magnífico volumen, presentado primero el 21 de noviembre de 2015 en la feria del libro y, el 13 de diciembre, por el prestigioso periodista y narrador Carlos Alberto Montaner, en la tercera edición del Festival Vista de Arte y Literatura Independiente en Miami.

Por ello, ya para concluir, subrayo que con El impertinente, por sus méritos apuntados a lo largo de este comentario, el notorio colega Juan Manuel Cao corrobora sus dotes de decisivo periodista, uno de los más lúcidos, honestos y puntuales con que cuenta la prensa en nuestro idioma.

[Esta entrevista fue enviada por su autor especialmente para Palabra Abierta]

Waldo González López

©Waldo González López. All Rights Reserved

About the Author

Waldo González López (Cuba, 1946). Poeta, ensayista, crítico literario y teatral, antólogo y periodista cultural. Graduado de Teatro en la Escuela Nacional de Arte, donde creó el Archivo de Dramaturgia e impartió clases de Historia de la Literatura para Niños y Jóvenes, en la Cátedra de Teatro para Niños (cofundada por él) y de Historia del Teatro Universal y Cubano. Cursó estudios de Francés en el Instituto «Máximo Gorki» (1964-1966), Licenciado en Literatura Hispanoamericana (Universidad de La Habana, 1979), integró el Centro Cubano de la Asociación Internacional de Teatristas de la Infancia (ASSITEJ, de la UNESCO), las Asociaciones de Teatro y Literatura de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en sus Secciones de Crítica Teatral, Poesía, Traducción Literaria y Literatura para Niños y Jóvenes. Fue Asesor del Teatro Nacional de Cuba y de los dos Centros Iberoamericanos de la Décima (La Habana y Las Tunas). Sus versos han sido traducidos a varias lenguas y publicados en Francia, Estados Unidos, México, Colombia y Argentina. Ha traducido del francés a los poetas Jacques Prévert, Marie de France, Molière, Joachim du Bellay y realizó versiones para la antología Poesía polaca. Su labor como poeta, crítico teatral y literario, antólogo y ensayista ha sido reconocida entre otros, por las pedagogas y antólogas puertorriqueñas Flor Piñeiro e Isabel Freire de Matos en su volumen Literatura Infantil Caribeña; el profesor y ensayista jamaicano Keith Ellis, en su estudio Cuba’s Nicolás Guillén: Poetry and Ideology, y el antólogo y ensayista español Antonio Merino en el prólogo de su antología Nueva poesía cubana. Ensayos suyos fueron incluidos en las antologías Nuevos críticos cubanos, Acerca de Manuel Cofiño y Valoración múltiple: Onelio Jorge Cardoso. Prestigiosos ensayistas y críticos cubanos y de otros países se ocuparon de sus múltiples libros. Fue jurado consuetudinario en eventos literarios, teatrales y de periodismo cultural, y participó en Congresos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), foros y otros encuentros con especialistas de Cuba y otros países. Entre sus más de 25 libros resaltan los poemarios: Que arde al centro de la vida (1976), Salvaje nostalgia (1991), Casablanca (Colombia, 1994), Las palabras prohibidas, Estos malditos versos, Ferocidad del destino, El sepia de la nostalgia y Umbral de la nostalgia (libro de arte, con sus poemas ilustrados por la artista plástica Julia Valdés); los cuadernos para niños: Poemas y canciones, Donde cantan los niños, Jinetes del viento, Libro de Darío Damián y Voces de la querencia; las antologías poéticas (con selección y prologo suyos): Preciosa y el aire (textos de García Lorca, 1976), Los versos de tu amigo (textos de García Lorca para jóvenes, 1978), Que soy marinero yo (textos de Antonio Machado, 1984, Premio de la Crítica de libros para la infancia, 1985), Cazador de colores (poemas del cubano Emilio Ballagas; 1986), y para adultos: Paris at night (poemas de Jaques Prévert, traduc. y pról. suyos, 1993), Hasta que Dios queme el tiempo (poemas de William Butler Yeats, 1993), Añorado encuentro. Poemas cubanos sobre boleros y canciones (2001), Viajera intacta del sueño. Antología de la décima cubana (2001), Este amor en que me abraso (décimas de José Martí; 2003), De tu reino la ventura. Décimas a las madres (2003) y Que caí bajo la noche. Panorama de la décima erótica cubana (2004). Asimismo, es autor del volumen de ensayos Escribir para niños y jóvenes (1983) y de la antología La lectura, ese esplendor (ensayos de figuras internacionales sobre lectura y literatura (Campaña Nacional por la Lectura, Quito, Ecuador, 2009), Navegas, Isla de Oro. Panorama de la décima para niños (en colaboración con Mayra Hernández; 2009), Esta cárcel de aire puro. Panorama de la décima cubana en el siglo XX (en colaboración con Mayra Hernández, en 2 tomos: 2009 y 2010). Como de los libros de crítica literaria: La décima dice más (2005) y La décima, ¿sí o no? (2006), ambos con reediciones; y las antologías La soledad del actor de fondo. Monólogos cubanos (1989) y Cinco obras en un acto (2001), así como el de crónicas Niebla de la memoria. En Cuba mereció las siguientes distinciones: Diploma al Resultado Científico por Colaborar con la nueva Historia de la Literatura Cubana, en tres volúmenes, otorgado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente; el Laúd y la Medalla del Cucalambé (Las Tunas); Diploma por la Labor Realizada en Apoyo a la Décima (Universidad “Camilo Cienfuegos”, de Matanzas); Reconocimiento como Escritor y Crítico Literario (Presidencia del Instituto Cubano del Libro) y Distinción por la Cultura Nacional. EN MIAMI Desde su arribo a Miami (julio de 2011), ha sido jurado en los Concursos Internacionales: de Poesía (2012) y «La vigencia de Tula» en homenaje al 200 Aniversario del natalicio de Gertrudis Gómez de Avellaneda, ambos de la Editorial Voces de Hoy), el Internacional de Poesía «Facundo Cabral» (2013, del Gremio de los Artistas Latinoamericanos, GALA). Asimismo, ha fungido como jurado de los eventos escénicos: 1er. Festival Internacional de Obras de Pequeño Formato (Compañía teatral ArtSpoken, 2011), 1er. Primer Festival Internacional de la Comedia (Compañía Havanafama, 2013) y de Teatro de los Miami Life Awards. Participó como ponente en el «Congreso Internacional de Dramaturgia y Artes Escénicas. Teoría y Práctica del Teatro Cubano del Exilio Celebrando a Virgilio Piñera, en su Centenario» (Universidad de Miami, 2012). Mereció el 3er. Premio de Poesía en el Concurso Internacional «Lincoln-Martí» (2011). Integró los Consejos Asesores del Festival Internacional de Monólogo “A una voz” y del Gremio de los Artistas Latinoamericanos (GALA).

Leave a Comment