El arma invisible: tiempo y dictadura en la pugna comercial entre China y EE. UU.

Written by on 15/04/2025 in Critica, Literatura - 1 Comment
Literatura. Crítica.
Por Manuel Gayol Mecías
Reflexiones de un escritor que intenta ver cosas difíciles de encontrar

Cortesía del autor.

No soy economista ni tampoco pretendo serlo. Escribo desde la intuición, desde ese lugar donde la observación atenta se mezcla con la sospecha silenciosa. Y desde ahí —Desde ese ojo de escritor que a veces ve lo que los técnicos no perciben— me permito compartir una inquietud creciente en torno al tema de los aranceles impuestos por el presidente Donald J. Trump. Una inquietud que gira alrededor de un elemento casi ausente del debate público: el tiempo.

Desde hace unos meses comprendí, como lo plantea Julio M. Shiling, que los aranceles de Trump no eran exactamente una “guerra” en el sentido tradicional, sino una estrategia*: una herramienta de presión económica para renegociar tratados con mayor equidad. En algunos casos, parece haber funcionado. Con alrededor de setenta países dispuestos a negociar, los aranceles podrían operar como una palanca temporal: se aplican, se detienen, se transforman en carta de negociación. En esos escenarios, el tiempo se comporta como un aliado: fluye, se adapta, acompaña. También, mientras se negocia se crea una pausa de 90 días, como realmente ha sido.

Pero el caso de China es otra cosa. Y aquí entra mi preocupación.

Partido Comunista Chino. Tomado de Free Malaysia Today. Wikimedia Commons.

China no es un país más. Es una potencia con una estructura político-económica profundamente distinta, dirigida por un régimen totalitario que controla no solo a su pueblo de a pie, sino también —y con igual o mayor severidad— a sus empresarios, compañías, instituciones. Allí, el Partido Comunista dicta no solo el rumbo económico, sino también el ritmo y los silencios. Y en ese tipo de régimen, el tiempo se estira, se concentra, se administra con una lógica muy distinta a la de una democracia liberal.

Mientras que en Estados Unidos el tiempo político está condicionado por elecciones, medios, movimientos sociales y ciclos de consumo, en China puede congelarse sin temores a protestas masivas —o al menos, sin temores a que esas protestas deriven en una transformación real del poder. La población china, sin armas ni herramientas de disenso efectivo, ha sido educada —o más bien entrenada, o peor: condenada y oprimida— para soportar escasez, disciplina y control. En cambio, la población estadounidense está acostumbrada al confort, a la libertad de expresión, y a mecanismos de protesta que pueden escalar con rapidez. Incluso, como es sabido, posee armas. El potencial para formar grupos disruptivos ante un deterioro económico prolongado es real. Si a algo ha estado acostumbrado el pueblo estadounidense es a la libertad, al espectáculo y a un tiempo mucho más rápido que el de otros países. Mientras que en China, al igual que su pueblo, el tiempo está controlado a conveniencia del PCCH.

Y es aquí donde el tiempo se convierte en un arma. No es una herramienta pasiva, sino una táctica de desgaste. Porque si esta guerra arancelaria se extiende lo suficiente, ¿quién se desgasta primero? ¿Una dictadura acostumbrada al sacrificio forzado o una democracia cuya población no tolera la incertidumbre prolongada? Bueno, digo una democracia porque a diferencia de China la diferencia todavía es abismal. Independientemente de la censura de los medios, sus noticias falsas y bulos, en Estados Unidos no encarcelan a nadie por disentir, como sí sucede en Cuba, en Corea del Norte y en la misma China, entre otros.

El caso es que el país asiático, por estar bajo un régimen totalitario, puede resistir económicamente más de lo que parece. Un ejemplo clásico puede ser Cuba, uno de sus más firmes aliados, donde el pueblo lleva 66 años bajo todas las carencias y opresión posibles. Y volviendo a China, ésta incluso puede disimular su decadencia. Y si bien le interesa mantener su imagen internacional, no parece dispuesta a ceder ante Estados Unidos sin dar una batalla lenta, sigilosa y persistente. A esto se suma un fenómeno inquietante: el respaldo, aunque temporal y táctico, de ciertas élites económicas globales. No son pocos los billonarios —quizá agrupando capitales equivalentes a trillones de dólares— que encuentran en China un socio más predecible que el volátil juego democrático. Y junto a ellos, algunos aliados tradicionales de EE. UU. Que terminan actuando como “tontos útiles”, aspirando a que todo vuelva a ser como antes en el ámbito comercial, sin advertir que el tablero mundial ya ha cambiado.

Foto tomada de YouTube.

China, como régimen totalitario, no solo tiene la capacidad de controlar los ritmos internos de producción y consumo, sino también el tiempo como vector de presión. Frente a una política arancelaria agresiva por parte de Estados Unidos, especialmente bajo una administración como la de Donald Trump, China puede permitirse esperar. ¿Por qué? Porque su legitimidad no depende de elecciones ni de la aprobación ciudadana inmediata, sino del control férreo sobre su población y de una narrativa nacionalista que convierte la escasez y la resistencia en supuestas gestas heroicas. El pueblo chino puede ser forzado a soportar las consecuencias económicas durante años, sin revueltas significativas, gracias a un aparato de represión sofisticado y una maquinaria propagandística poderosa.

En contraste, la sociedad estadounidense, más abierta y plural, vive sometida a ciclos electorales cortos y a una opinión pública volátil. Las tensiones sociales por inflación, pérdida de empleos, o aumento de precios —consecuencia directa o indirecta de una guerra comercial prolongada— pueden ser explotadas por sectores radicales, incluyendo grupos de izquierda enardecidos, algunos espontáneos, otros manipulados por intereses internacionales, como ya he dicho. Las redes sociales, infiltradas o estimuladas por campañas de desinformación, amplifican las fracturas internas. En este contexto, las calles pueden arder mucho antes de que se sientan los beneficios estratégicos de la presión arancelaria.

A esto se suma la posibilidad de que el Congreso se torne ingobernable, especialmente si los lobbies económicos —afectados por la desaceleración comercial— presionan con fuerza o si los votantes castigan al partido en el poder. El resultado sería no solo una erosión de la autoridad del Ejecutivo, sino también una desestabilización institucional que afectaría el liderazgo internacional de Estados Unidos.

Peor aún: mientras EE. UU. libra una batalla interna, China puede consolidar alianzas con países estratégicos, profundizar su control sobre los mercados del sur global, y aumentar su influencia sobre instituciones internacionales. Es decir, mientras el país americano juega al ajedrez electoral, el asiático mueve piezas en un tablero mucho más amplio, donde el tiempo es su aliado, no su enemigo.

Ilustración tomada de Flickr.

Por todo esto, el tiempo se vuelve enemigo de esta estrategia arancelaria. Y quizás haya llegado la hora de pensar en alternativas.

Negociar sin imposiciones:
una vía alternativa desde la intuición
 

Si el desgaste prolongado beneficia a China y no a EE. UU., tal vez convenga repensar la estrategia. No abandonarla, pero sí transformarla. ¿Qué pasaría si, en lugar de aumentar la presión con nuevos aranceles, se intentara una vía más persuasiva, más astuta?

No me refiero a una rendición ni a una muestra de debilidad, sino a una forma de negociación que, reconociendo la diferencia estructural entre ambos gobiernos, sepa tocar los puntos sensibles del adversario sin entrar en un choque frontal.

China mantiene históricamente una postura proteccionista con aranceles altos hacia productos estadounidenses, mientras espera que EE. UU. sea receptivo, incluso permisivo. ¿Por qué no dar vuelta a ese guion? ¿Por qué no convertir esa contradicción en una oportunidad diplomática?

Tomo un ejemplo concreto: el caso de Tesla. Según tengo entendido, el Gobierno chino ha limitado o suspendido la presencia de estos autos eléctricos dentro de importantes lugares de su territorio∗∗. Aquí hay una posible moneda de cambio. Si Estados Unidos propone una vía de cooperación, podría exigir, como gesto mínimo pero simbólico, que China levante esas restricciones. A cambio, se podrían abrir ciertos beneficios comerciales en áreas no estratégicas. El objetivo no sería “ganar”, sino construir una plataforma de entendimiento donde cada parte ceda algo sin perder el rostro.

La ventaja de esta vía es que reubica el conflicto fuera del plano del orgullo nacionalista —donde China es especialmente susceptible— y lo traslada al terreno de los intereses prácticos, donde incluso las dictaduras deben ceder algo para seguir operando.

Además de su estrategia de resistencia económica a largo plazo, China ha venido consolidando silenciosamente una presencia material dentro del propio territorio estadounidense. A través de la adquisición de tierras, granjas y propiedades en zonas estratégicas —incluyendo áreas cercanas a bases militares y centros tecnológicos— el régimen de Beijing ha construido una red de observación que, en un escenario extremo, podría tener implicaciones tanto económicas como de seguridad nacional. Si bien muchas de estas compras se han realizado mediante empresas privadas, no es un secreto que, en un sistema totalitario como el chino, las grandes compañías actúan en función de los intereses del Partido Comunista. Esta realidad ha despertado preocupación dentro del Congreso de los Estados Unidos, que contempla legislar para restringir nuevas adquisiciones de suelo por parte de entidades ligadas a gobiernos adversarios.

En este contexto, el control y revisión de estas compras por parte del Gobierno norteamericano podría convertirse en una poderosa carta de negociación. La amenaza de expropiación, reversión o bloqueo de estas posesiones podría ser usada como presión ante cualquier intento de manipulación prolongada del conflicto comercial. Además, subraya una verdad geopolítica clave: que la batalla económica también se libra en el plano territorial, donde la soberanía física es un reflejo directo de la soberanía política. La mera posibilidad de que estas tierras sirvan para labores de reconocimiento o para facilitar futuras operaciones híbridas (económicas, tecnológicas o incluso militares) añade una capa de urgencia a este debate estratégico. Así, la Administración estadounidense no sólo enfrenta la necesidad de equilibrar el comercio, sino también de proteger el corazón mismo de su integridad nacional.

Negociar no es ceder. Y Trump lo sabe mejor que nadie. Negociar es elegir el terreno. Y si el terreno de la guerra arancelaria favorece a China por su control sobre el tiempo, entonces tal vez EE. UU. deba mover la batalla a otro tablero. Uno donde su ventaja, su capacidad de innovación, su poder simbólico y su red de alianzas, se puedan desplegar con más eficacia.

No propongo aquí una receta, sino una idea. Repito, no hablo como economista ni como estratega político. Hablo como escritor. Como alguien que mira las grietas en los discursos dominantes y ve señales donde otros ven cifras. A veces, desde la literatura, desde la intuición, se advierten movimientos tectónicos que tardan en aparecer en los informes técnicos. Este es uno de esos casos. Y si algo puede hacer un escritor frente a los grandes conflictos del mundo, es esto: observar, advertir e imaginar.

Notas:

* J. M. Shiling: “Por qué los aranceles de Trump no son una guerra, sino una estrategia”, en Cubanet, 7 de abril de 2025.

** Consultar a Anan Ashraf: “Prohibición de Tesla en instalaciones gubernamentales chinas se intensifica”, en Yahoo! Financial, 24 de enero de 2024. [https://es-us.finanzas.yahoo.com/noticias/prohibici%C3%B3n-tesla-instalaciones-gubernamentales-chinas-121500004.html?guccounter=1&guce_referrer=aHR0cHM6Ly93d3cuZ29vZ2xlLmNvbS8&guce_referrer_sig=AQAAAAbiESrwSNPz3Z9Zn0ukU7g7KZG0_cWZW1b4OcUwDcjQAl_gGxSoKxm35xqrW59y4ldsS7LxuhUuF50B01keyWifKvGn2xP7DGBrYrkhQTOfEJztLTSwyn8mMKOCPgU-desNXhYIIdIUGwHW1KAJO8AqpJqft9AJ840lgVcaR4tB].

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About the Author

Manuel Gayol Mecías is the Director and Editor of Palabra Abierta (“Open Word”; mu.gayol3@gmail.com), and a Cuban writer and newspaper man. He was a Senior Researcher in the Literature Investigation Center of the Casa de las Américas (Havana, 1979-1989), and was a member of the editorial board of Vivarium magazine, a review published under the tutelage of the Archidiosis of Havana. He has published innumerable critic essays, short stories, novels and poetry in many Cuban and foreign literary reviews and newspapers, and has been the recipient of various prizes in literature, among them the Short Story National Prize of the Union of Writers and Artists of Cuba (UNEAC), 1992, and the Enrique Labrador Ruiz International Short Story Prize of the Círculo de Cultura Panamericano (Pan-American Circle of Culture) of New York, 2004. He worked as editor of Contact Review, from 1994 to 1996. He worked at La Opinión Spanish Newspaper as Editor and Copyeditor (1998 to 2014). At present, he is one of the founders of the Club del Pensamiento Crítico at the Huntington Park Public Library. He is a member of Cuban History Academy in Exile, and a member of Cuban Pen Club in Exile, too, and vice president of Vista Larga Foundation. Published works include "Retable of the Fable" (Poems, Editorial Letras Cubanas, 1989); "Multiple Appraisal of Andre’s Bello" (Compilation, Editorial Casa de las Américas, 1989); "The Jaguar is an Amber Dream" (Short stories, Provincial Center of the Havana Book Editorial, 1990); "Return of the Doubt" (Poems, Vivarium Editions, Archiepiscopal Center of Studies, Havana, 1995); "The Night of the Great Goth" (Short stories, Neo Club Editions, Miami, 2011); "Eyes of Red Goth" (Novel, Neo Club Editions, Miami, 2012); "Marja and the Eye of the Maker" (Novel, Neo Club Editions, Miami, 2013); "Inverse Trip towards the Reign of the Imagery" (Essays, Neo Club Editions, Miami, 2014) and "The Fire’s Artifice" (Short stories, Neo Club Editions, Miami, 2014); "Coincidencias de un editor (o el exorcismo de Joel Merlín)" (Novel, Palabra Abierta/Neo Club Ediciones, Eastvale/Miami, 2015); "La penumbra de Dios (De la Creación, la Libertad y las Revelaciones)" (Essays, Palabra Abierta/Neo Club Ediciones, Eastvale/Miami, 2015); "Las vibraciones de la luz (Ficciones divinas y profanas). Intuiciones II" (Essays, Palabra Abierta Ediciones/ Alexandria Library Publishing House, Eastvale/Miami, 2016).

One Comment on "El arma invisible: tiempo y dictadura en la pugna comercial entre China y EE. UU."

  1. Pedro Coutin Churchman 15/04/2025 at 12:26 pm · Responder

    Hermano, esta excelente! Sí, el tiempo es la esencia. Tristememte, como yo lo veo, esta reacción de Trump ha llegado demasiado tarde, el daño ya está pero muy bien hecho, y para revertirlo (es decir, para cumplir el objetivo de que la industria americana se reconstituya y se restablezcan los niveles de consumo a los que se está acostumbrado), se requiere una dosis sustancial de tiempo, y de resistencia de la que la presente generación del pueblo de este país carece en estos días. Yo pienso que aquellos que creen que la afectación económica consecuencia de esas tarifas hará que los chinos den su brazo a torcer muestran el mismo nivel de ingenuidad de aquellos fukuymescos, clintonescos y bushescos que creían que el auge económico y la economía de mercado traerían democracia y libertad a China, y en su lugar les dio lo que necestiaban para perfeccionar el tecnototalistarismo desalmado que me temo nos acecha en el futuro. ¿El reino del Anticristo?

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