De “comunistas honestos” e “inteligentes”

Written by on 11/04/2019 in Critica, Literatura, Política - No comments
Literatura. Política. Crítica.
Por Flavio P. Sabbatius

Catedral de San Basilio, Moscú, Rusia. Public domain.

Oí hace años en boca de un amigo ruso la siguiente fábula:

Érase una vez un vasto imperio llamado “La Madre Rusia”. Siguiendo el reflujo del imperio de Genghis Khan, Madre Rusia se había extendido desde el Báltico hasta Canadá y desde el Ártico hasta Persia, para amenazar tragarse el mundo entero. Sin embargo, en un momento dado la Madre Rusia comenzó a flaquear, vapuleada por los alemanes en la Primera Guerra Mundial. La miseria se generalizó, la economía se desmoronó, mientras el imperio era desgobernado por un zar débil, tonto y cornudo, controlado por un monje fanático que (de creer a los chismosos cortesanos) estaba dotado de un falo colosal con el que se fornicaba a la zarina a cambio de controlar con sus poderes místicos los ataques de hemofilia del príncipe heredero.

Los rusos, desesperados, recordaron a Dios, corrieron a sus templos ortodoxos y suplicaron a coro: “¡Dios, salva a la Madre Rusia!” (Imaginar el coro de viriles voces de bajo eslavas subiendo a los cielos).

A lo que Dios respondió: “¡Mandadme a un emisario!”

Y los rusos mandaron a Lenin…

Vladimir I. Lenin en Suiza, en marzo de 1916. Public domain.

Lenin se presentó ante Dios y este le dijo: “Te otorgaré un don divino para salvar a tu Madre Rusia. ¡Te otorgo el comunismo!”.                                                                             

Lenin bajó del cielo con el comunismo debajo del brazo, encabezó la revolución bolchevique, fusiló al zar débil y cornudo, a la zarina ingenua o cachonda, al príncipe hemofílico y a unos cuantos miles más, incluyendo a muchos popes ortodoxos en aras de la felicidad colectiva. Refundó el imperio, ahora llamado soviético, sobre la base de la ideología comunista que predicaba el paraíso en el planeta Tierra y la igualdad de todos. Su heredero Stalin, aparte de crear una impresionante industria pesada, fusiló o mató de hambre a unos cuantos millones más en aras de la igualdad y la hermandad del hombre; su Ejército Rojo derrotó a los nazis y extendió los tentáculos de la Madre Rusia (ahora Unión Soviética) por los cinco continentes, para desmantelar los imperios rivales de Occidente y poner en aprietos al principal de ellos, USA. Los inmediatos sucesores de Stalin se hicieron de armas nucleares, establecieron una base avanzada a 90 millas de USA y fueron los primeros en llegar al espacio. Nada parecía poder detenerlos en su empeño de conquistar el mundo y más allá. Incluso, fantaseaban con el establecimiento de una República Socialista Soviética en Marte [1]… Sin embargo, alrededor de 1980, algo empezó a cancanear otra vez en la Madre Rusia. La economía se estancó, la tecnología se les retrasó hasta el punto de que las copias que intentaron hacer del Space Shuttle americano y del Concorde francés fracasaron estrepitosamente. Y para colmo, el hasta entonces invencible y despiadado Ejército Rojo fue vapuleado, no ya por la maquinaria militar prusiana como le pasó al ejército zarista, sino por una banda de desharrapados fanáticos musulmanes en Afganistán.

Entonces, los rusos, desesperados, recordaron nuevamente a Dios, corrieron a sus templos ortodoxos (a pesar de haber clausurado la mayoría de ellos) y suplicaron a coro: “¡Dios, salva a la Madre Rusia!”. (Otra vez las mismas voces de bajo subiendo a los cielos).

A lo que Dios respondió: “¡Mandadme a un emisario!”.

Mikhail Gorbachev, expresidente de Rusia. Wikimedia Common.

Y los rusos mandaron a Gorbachov…Gorbachov se presentó ante Dios y este, después de regañar ferozmente a los rusos, no tanto por olvidarlo y negarlo como por haber malgastado un don divino, le dijo: “Te otorgaré un segundo don divino para salvar a tu Madre Rusia. ¡Te otorgo la honestidad!”.

Gorbachov bajó del cielo con la honestidad debajo del brazo y lleno de buenas intenciones implementó la perestroika y la glásnost, llamó asesino a Stalin, le dio a los rusos libertad de expresión y asociación y se reconcilió con Occidente, para terminar las guerritas en el Tercer Mundo y garantizar que no habría holocausto nuclear. La gente pudo empezar a poner sus negocitos y a prosperar, y por un momento pareció que todo iba a mejorar, esta vez bajo una Madre Rusia imperial más benevolente. Pero  no fue así. La economía no mejoró, las colonias se rebelaron y sacudieron las cadenas y la propia Rusia parecía a punto de desmoronarse en la anarquía.

Los rusos, desesperados, recordaron otra vez a Dios, corrieron a sus templos ortodoxos (ahora con sus cúpulas doradas) y suplicaron a coro: “¡Dios, salva a la Madre Rusia!”.

A lo que Dios respondió: “¡Mandadme a otro emisario!”

Boris Yeltsin, expresidente de Rusia. Wikimedia Common.

Y los rusos mandaron a Boris Yeltsin.                                                                                           

Yeltsin se presentó ante Dios y este, después de regañarlo aún más ferozmente por haber malgastado dos dones divinos, le dijo: “Te otorgaré un tercer don divino para salvar a tu Madre Rusia. ¡Te otorgo la inteligencia! ¡Pero ten presente que de los dones divinos solo pueden usarse dos a la vez!”.

Por eso se dice que nadie que sea comunista y honesto puede ser inteligente, nadie que sea comunista e inteligente puede ser honesto, y nadie que sea honesto e inteligente puede ser comunista.

Sin embargo, el erudito monje ortodoxo y teólogo bizantino Xemas Turba, desde su cenobio del   Monte Porthos, disputa la exactitud teológica y discrepa del enfoque rusocéntrico de la anterior fábula, denuesta del implícito chovinismo excepcionalista ruso en su relación con el Dios ortodoxo, y afirma que las anteriores conclusiones se aplican a todo el mundo y no solamente a Rusia.

Lamentablemente, la fría terquedad de los hechos me obliga a coincidir con el monje Xemas Turba.

Joseph Stalin. Public domain.

Mis propias observaciones me permitieron constatar que en Venezuela existió durante el siglo XX y principios del XXI una concentración de “comunistas honestos” por metro cuadrado, probablemente muy superior a la que jamás existió en Rusia. Para muestra, un botón, desde el punto de vista onomástico: Venezuela es el único país del mundo donde son comunes los nombres de Lenin (o Lenín) y Stalin. ¡Sí, Stalin! De hecho un scholar venezolano de ese nombre que viajó a Rusia en tiempos de Yeltsin me contó que cuando mostró su pasaporte a los aduaneros rusos del aeropuerto de San Petersburgo, estos se lo pasaron unos a otros desternillándose de la risa, pues no les cabía en la cabeza que a alguien en su sano juicio se le pudiera ocurrir ponerle a su hijo Stalin.

Lamentablemente, esta curiosidad onomástica no es sino un signo del fértil sustrato en que se enraizó la infiltración del castrismo en Venezuela a fines del siglo XX, ante la complicidad criminal de las autoridades democráticas venezolanas y la negligente indiferencia de la administración de Bill Clinton, aunque hay que tener en cuenta que el pobre Bill, atrapado entre la frigidez de Hillary (¿puede alguien imaginarse a Hillary excitada sexualmente?) y los cálidos, carnosos y generosos labios de Mónica Lewinsky (¿Lingüinsky?), probablemente no le quedaba tiempo ni cabeza para ocuparse de menesteres tan pedestres como prevenir la conquista comunista de Venezuela.

El castrosaurio. Public domain.

La pululación de “comunistas honestos” en Venezuela produjo panfletos tan deplorables como la carta de bienvenida firmada por más de mil intelectuales venezolanos [2] cuando el viejo castrosaurio arribó como invitado de honor a la coronación de Carlos Andrés Pérez en 1989. Nadie que fuera alguien en el mundillo cultural, intelectual y académico venezolano se atrevió a omitir su firma de la rastrera misiva, con las honrosas excepciones (que yo recuerde) de Arturo Uslar-Pietri y Sofía Ímber, pero estos ya eran figuras y no tenían nada que perder. Muchos de los que hoy día se proclaman adalides de la libertad y opositores a la tiranía comunista estamparon su rúbrica en aquel abyecto documento, y dieron la bienvenida a la nube de horror que ha desolado a ese pobre país, antaño el más próspero de Sudamérica.

Uno de los periódicos venezolanos de circulación nacional tenía como columnista sindicado a uno de los más connotados “comunistas honestos”, Domingo Alberto Rangel, que, independientemente del tema que tratara, solía terminar sus escritos a la manera de Catón [3], con perlas como “¡Apoyamos la lucha heroica del pueblo soviético contra la dictadura fascista de Boris Yeltsin!”, o “¡Viva la lucha heroica del pueblo de Vietnam contra el imperialismo yanqui!”. Esto ocurría en 1995, no en 1975, pero el pobre viejo Rangel parecía no haberse dado cuenta de que Yeltsin había sido electo libremente por los rusos, la guerra de Vietnam había terminado hacía ya 20 años y Nike estaba abriendo factorías en Saigón…

Otro renombrado “comunista honesto” venezolano llamado Rafael Núñez Tenorio, catedrático de la Universidad Central de Venezuela, dedicaba su último libro “al cumpleaños del Mariscal Kim Il Sung”. Núñez Tenorio (que no don Juan) fue uno de los consejeros principales de Chávez, y murió justo antes de su toma del poder.

Tras la servil bienvenida al castrosaurio se abrieron las compuertas y miles de “comunistas honestos” venezolanos comenzaron su peregrinaje a la Meca marxista tropical, en busca no solo de alimento ideológico y putas baratas, sino de la mejor medicina del mundo, regresando después a Venezuela a proclamar las delicias del “paraíso” castrista.

Muchos de esos “comunistas honestos”, a su retorno de gozar las delicias de las fogosas jineteras de La Habana, podían ser oídos pontificando a porfía en cualquier bodega, carnicería o barbería de cualquier pueblo venezolano, acerca de cómo “Fidel había botado de Cuba a todas las putas, chulos y homosexuales, que constituían la totalidad del exilio cubano”.

Uno de esos “comunistas honestos”, a quien después me unió una sincera amistad, acudió a La Habana en busca de los milagros de la potencia médica mundial. Tuvo la desgracia de dar conmigo. Yo no le dije nada que pudiera erosionar su solidez ideológica, sino que simplemente lo invité a compartir conmigo un día de mi vida cotidiana de cubano en La Habana de 1992. No entraré en detalles, cualquier cubano que aún vivía allá en ese entonces sabe de lo que estoy hablando. Lo cierto es que, sin que yo me quejara ni un instante ni le dijera nada en contra del sistema (por puro miedo), el hombre, nada más de ver cómo nosotros vivíamos, cómo se nos discriminaba y maltrataba en “nuestro propio país”, perdió su divino don de “comunista” y pudo convertirse, por ende, en honesto e inteligente.

Con tristeza, al regresar a su pueblo, mi nuevo amigo se reunió con sus cófrades “comunistas honestos”, para relatarles sus vivencias y mostrarles lo equivocados que estaban con sus sueños de Cuba, pero estos le insultaron y le acusaron de estar diciendo mentiras, que esas cosas no pasaban ni podían pasar en Cuba, que eso era propaganda imperialista gringa. Y de nada valía que el infeliz les repitiera una y otra vez: “¡Pero, coño, si yo lo vi con mis propios ojos!”.

En fin, que el pobre hombre terminó repudiado por todos sus viejos amigos “comunistas honestos” y vino a recalar a las reuniones de exiliados cubanos que celebraban el 20 de Mayo en la Plaza Martí del pueblo, para la más absoluta sorpresa de los viejos “gusanos”, sorprendidos de ver entre ellos, denostando al castrosaurio, a quien fuera uno de los más empedernidos comunistas de la villa.

Entretanto, los “comunistas honestos” de Venezuela continuaron su tesonera labor de zapa de una democracia que había sobrevivido 20 años de dictaduras militares de Latinoamérica. En fin, no debiera sorprender a nadie que ante tal concentración de “comunistas honestos”, los “comunistas inteligentes” provenientes de La Habana no tuvieran mayores dificultades en hacerse del país y vampirizarlo hasta la extenuación.

Y todavía dicen que la culpa la tuvieron “los cubanos”…

Nunca podré olvidar el rítmico rugido de la multitud, la noche de la apoteosis de Chávez con el castrosaurio orondo a su vera. Legiones y legiones de “comunistas honestos” aullando:

¡Qué hable Fidel!”. “¡Qué hable Fidel!”. “¡Qué hable Fidel!”.

Lo irónico es que muchos de esos “comunistas honestos” que de alguna forma despertaron de su letargo al cabo de los años y ahora se oponen a la dictadura madurista fantoche, culpan a “los cubanos” de todos los males de Venezuela, sin admitir su propia responsabilidad en propiciar el desastre, y sin tener en cuenta que “los cubanos”, como pueblo, no se han beneficiado en nada de la vampirización de Venezuela, solo los comunistas inteligentes de las camarillas de ambas naciones.

Al contrario, de no haber sido por la oportuna aparición de Chávez, Maduro y sus legiones de “comunistas honestos”, los “comunistas inteligentes” de La Habana, probablemente habrían sido barridos y Cuba sería libre…

Notas:

[1] https://en.wikipedia.org/wiki/Aelita

[2] https://venepress.com/article/Bienvenido-a-Venezuela-Fidel-1546461410569?fbclid=IwAR21xKiD3Nq5LI06QG42cQTOebv44Cc4v0hjzzmtc-iOlyqFV1qN8FeRUm8

[3] Catón el “Censor”, político romano del siglo II a. C., se hizo famoso en el Senado por cerrar cada uno de sus discursos, independientemente de que se tratara del cuidado de las higueras de Tusculum, del mantenimiento de la Vía Apia o de la construcción de una colonia en Sicilia, con la frase Ceterum censeo Carthaginem esse delendam (Por lo demás, opino que Cartago debe ser destruida).

©Flavio P. Sabbatius. All Rights Reserved

 

 

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Flavio P. Sabbatius es el "nom de plume" adoptado por un profesional que siente que el impulso irresistible de expresar su opinión heterodoxa o políticamente incorrecta, en el actual clima totalitario de rabiosa intolerancia vigente en las instituciones académicas de este país, arriesga la pérdida de su empleo y la capacidad de mantener a su familia si su identidad es revelada públicamente.

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