Política. Crítica.
Por Jesús Hernández Cuéllar…
Disparan a mansalva contra hombres, mujeres, ancianos y niños. Destruyen símbolos considerados por ellos como señales indiscutibles de sus enemigos. Muchos son expertos en el uso de peligrosos explosivos que inclusive usan para acabar con sus propias vidas, en fanáticos arranques suicidas. Los hemos visto actuar recientemente en Orlando, San Bernardino y París, y anteriormente en Madrid, Londres, Nueva York, Washington, Buenos Aires y otras muchas ciudades. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué hay dentro y detrás de una mentalidad terrorista?
El antropólogo francoestadounidense Scott Atran, director de investigaciones antropológicas del Centro Nacional de la Investigación Científica de París, Francia, e investigador asociado de la Universidad de Oxford, en Gran Bretaña, ha pasado la mayor parte de su carrera buscando la respuesta a esa pregunta, a través de entrevistas a miembros de grupos radicales. Tal vez sea importante empezar por el final. Este hombre de 63 años piensa que los jóvenes que se integran a movimientos violentos como el Estado Islámico necesitan “valores y sueños”. Por supuesto, eso no es suficiente, todavía necesitamos saber más.
Según Atran, la gente piensa de inmediato que un terrorista es un psicópata enloquecido, pero en realidad gente muy común se integra a esos grupos y no precisamente por razones religiosas. En una reciente intervención ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, este científico explicó que la mayoría de los que se unen a esos grupos radicales son estudiantes, inmigrantes, desempleados y amigos de los que ya forman parte de esos movimientos. Atran al hablar ante el Consejo de Seguridad, subrayó:
Ninguno de los combatientes del Estado Islámico que entrevistamos en Irak superaba la educación primaria, algunos tenían esposas e hijos pequeños…. y cuando les preguntamos qué es el Islam, respondieron ‘mi vida’… No sabían nada del Corán o del Hadith, o de los califas originales como Omar y Othman, porque habían aprendido el Islam de la propaganda de Al Qaeda y del Estado Islámico.
Esa propaganda “les dice que los musulmanes como ellos van a ser eliminados, a menos de que ellos eliminen primero a los impuros”.
Para Atran, el extremismo violento no representa un resurgimiento de culturas tradicionales, sino su derrumbe, y esos jóvenes, muchos de los cuales han vivido la mayor parte de sus vidas atrapados en la miseria y la violencia, buscan una identidad social que les permita disfrutar de un “significado y una gloria personal”, en medio del fracaso.
Encontrar un equilibrio entre la interpretación antropológica de Atran y la feroz realidad que se vivió en París el 13 noviembre de 2015, no es tarea fácil. El último Indice de Terrorismo Mundial del Instituto de Economía y Paz revela que en 2014, las muertes ocasionadas por terroristas llegaron a la astronómica cifra de 32.658, lo cual representa un aumento del 80%. Según el Instituto, la mitad de esas muertes fueron provocadas por el grupo islamista nigeriano Boko Haram y el llamado Estado Islámico de Irak y Levante.
Amnistía Internacional ha señalado que el Estado Islámico ha emprendido una “limpieza étnica” a una “escala histórica” en los territorios que tiene bajo su control en Irak, Siria, y otros más pequeños en Libia, Nigeria y Afganistán dominados por grupos afines. Los cálculos que se han hecho del número de miembros de esa organización son diversos. Naciones Unidas cree que son 15 mil combatientes de más de 80 países. Los servicios de inteligencia de Estados Unidos estiman que son aproximadamente 20 mil, entre ellos unos 3.500 que se unieron desde naciones occidentales.
El rey Abdullah II de Jordania vaticinó que los ataques a París, y la respuesta inmediata de las fuerzas aéreas de Francia, Rusia y Estados Unidos contra posiciones del Estado Islámico, era “el comienzo de la Tercera Guerra Mundial”.
Los hechos que tenemos a nuestro alcance nos permiten entender que la respuesta militar es absolutamente necesaria para tratar de impedir que en los siguientes 12 meses del estudio del Instituto de Economía y Paz haya otros 32 mil muertos a manos de terroristas. Pero la interpretación de Atran nos ayuda a entender algo muy importante. La humanidad no necesita más revoluciones políticas, mucho menos violentas. La humanidad necesita una revolución profunda y extensa de la educación. Una educación ética que sea capaz de provocar un mínimo de sensibilidad, compasión y por lo menos de comprensión del prójimo. Es más difícil tomar un rifle de asalto y masacrar a civiles inocentes, cuando se tiene esa educación. Los políticos…, ¡vaya esperanza!.., son los encargados de emprender esta revolución. Y, por supuesto, tendrían que ser los primeros en someterse a esa nueva educación, una y otra vez.
Solo así el género humano conseguirá algún día la ansiada paz mundial, y el fin de los tiranos y los terroristas.