Política. Crítica. Por
Roberto Alvarez Quiñones…
Hace algún tiempo habría sido impensable, pero presionar y exigirle derechos hoy a los hermanos Castro es posible, como ha demostrado la aceptación de que los cubanos residentes en Estados Unidos pudieran viajar a Cuba a bordo del crucero Carnival, que arribó el día 2 de mayo al puerto habanero.
Creo que con independencia del símbolo que ya de por sí representa la llegada a la isla del primer crucero norteamericano en más de medio siglo, lo más importante de ello es que evidenció que el régimen militar, ya casi sexagenario, sí es vulnerable pese a los esfuerzos que hacen sus jerarcas por aparentar lo contrario.
Por cierto, queda ahora pendiente exigir que se elimine el indignante requisito de que los cubanos necesiten una visa para visitar su propio país y que quienes tengan la ciudadanía norteamericana puedan viajar con su pasaporte de Estados Unidos, pues incluso la Constitución socialista en su artículo 32 prohíbe la doble ciudadanía.
A mi modo de ver esta respuesta positiva al exilio cubano radicado en Estados Unidos no se habría producido en los tiempos en que Moscú subsidiaba a Cuba con miles de millones de dólares anuales, o durante las “vacas gordas” del chavismo en Venezuela, cuando el precio del barril retozaba con las nubes y le regalaban alegremente a los Castro 36 millones de barriles anuales de crudo y miles de millones de dólares en “cash” al año.
Pero aquella alegría chavista desapareció. En América Latina se están produciendo cambios que han comenzado a modificar ese panorama de jauja y que agravan por día la situación financiera del régimen, ya calamitosa por su sistema socioeconómico inviable.
Es cierto que la motivación de esa aceptación castrista tuvo que ver con que Cuba no tiene capacidad hotelera suficiente para hospedar la avalancha de turistas que llega hoy a la isla caribeña y el gobierno no quiso perder el dinero que deja un hotel flotante en la bahía habanera.
Pero más allá de eso está la devastadora crisis en Venezuela, la caída cada vez más probable de la profesora de marxismo y exguerrillera guevarista Dilma Rousseff como presidenta de Brasil, y la llegada al poder en Argentina de Mauricio Macri, quien puso fin al kirchnerismo, y ha marcado el punto de inflexión del populismo de izquierda, dominante en Latinoamérica desde principios de siglo, y el posible retorno a la democracia liberal.
Agreguemos que Evo Morales perdió su plebiscito y no podrá reelegirse en Bolivia y que el próximo presidente de Perú ya no será de izquierda, pues no lo es ninguno de los dos candidatos que van a la segunda vuelta electoral el próximo 5 de junio.
En peligro el hombre de La Habana
Nicolás Maduro vivió en Cuba en los años 80 y estudió en la Escuela Superior del Partido Comunista “Ñico López” de Jaimanitas, La Habana. Allí fue captado por la inteligencia castrista y comenzó a trabajar para el Departamento América dirigido por el comandante Manuel Piñeiro, coordinador de grupos izquierdistas terroristas en Latinoamérica, muchos de ellos entrenados en Cuba. O sea, Maduro tenía lazos personales más fuertes con la cúpula castrista que Hugo Chávez. Por eso le pidieron que fuera Maduro su sustituto.
Pues bien, todo indica que a Maduro no le queda mucho tiempo en el Palacio de Miraflores. Y nadie que lo sustituya va a ser tan sumiso a la dictadura cubana, aun siendo chavista. Dada la crisis espantosa que sufre Venezuela forzosamente los subsidios a Cuba van a caer, o incluso pueden desaparecer si los chavistas pierden el poder. Con esos truenos, y la certeza de que ni Rusia, China, ni Brasil, ni ningún otro país van a sustituir a Caracas como mecenas de los Castro, estos necesitan de Estados Unidos.
Si cesan o disminuyen las subvenciones venezolanas y brasileñas (hay en Brasil miles de médicos cubanos a los que el régimen les confisca el 70% del salario), la economía de la isla simplemente va a depender de su vecino del Norte, es decir, de las remesas y paquetes, y del turismo cubano y norteamericano, que es el único que puede crecer en grande y rápidamente si cesa el embargo, lo cual le permitiría además a Cuba obtener créditos internacionales y comerciar con EE.UU.
Pero con bravuconadas difícilmente en el Congreso de EE.UU. habrá votos suficientes para levantar el embargo. Y ahí está el detalle, el discurso insolente de Raúl Castro, de Fidel y de toda la élite dirigente en el reciente VII Congreso del Partido Comunista no tiene base de sustentación económica, ni política, y mucho menos moral.
Tal “guapería” de barrio es más bien para el consumo interno. Los Castro debieran ser presionados para que aflojen la mano. Temprano o más tarde lo tendrán que hacer, al menos en cuanto a derechos ciudadanos elementales del pueblo y a prohibiciones vigentes de todo tipo contra los cuentapropistas y los cubanos de a pie.
Se quiebra el blindaje que tenían
Los Castro están perdiendo, o a punto de perder, el blindaje político y económico que le han proporcionado durante décadas los subsidios externos y el contubernio de los gobiernos populistas latinoamericanos. Nunca como ahora han sido tan vulnerables.
Eso es algo que la Casa Blanca ya debe asumir. Con ambos comandantes en el poder no habrá reformas estructurales en Cuba, pero ahora son frágiles. Y ya Obama hizo todas las concesiones unilaterales que podía hacer como presidente de EE.UU. para complacer a La Habana. Por tanto, su Administración debe modificar la política complaciente de mostrar la otra mejilla para que le peguen. Debe exigir, y punto.
Por ejemplo, no me imagino a un presidente como Ronald Reagan dejándose mangonear y engañar por un par de forajidos, que eso son en realidad ambos hermanitos nacidos en Birán.
El regreso castrista al discurso estalinista ortodoxo muestra también algo que ni la Casa Blanca ni el Departamento de Estado acaban de metabolizar: la táctica del abrazo de Judas a los Castro para contagiarlos de democracia no funciona.
Es cierto que la visita de Obama a la isla asustó a la cúpula dictatorial, pues mostró a los cubanos cómo contrasta la dictadura que sufren con la democracia moderna occidental. Pero ya hemos visto la reacción para tratar de borrar los efectos “contrarrevolucionarios” de dicha visita, al punto de que fue paralizado de hecho el proceso de normalización de las relaciones bilaterales.
Ello en buena medida frustró el legado que quería dejar el mandatario norteamericano como el normalizador de las relaciones con Cuba. Porque una cosa es haber restablecido las relaciones diplomáticas –como las hubo con la Unión Soviética durante casi 60 años—y otra es el regreso a relaciones sin tensiones políticas ni discursos agresivos contra EE.UU. Eso no se ha logrado.
‘…O se tranca el dominó’
Las buenas intenciones y el optimismo de Obama, los demócratas, y el empresariado norteamericano, su deseo de olvidarse del pasado y enfocarse en el futuro de las relaciones bilaterales para beneficio del pueblo cubano chocan con el carácter retrógrado de los jerarcas castristas, a quienes solo les interesa mantenerse en el poder. Jamás el bienestar de los cubanos ha sido una prioridad para el gobierno.
Pero ocurre que esa misma élite cívico-militar está obligada a entenderse con Washington, para poder seguir gobernando. Es cuestión de vida o muerte. Claro, al régimen sí le queda mucha fuerza para controlar y reprimir al pueblo cubano. Y eso también debe ser objeto de la presión internacional, e interna.
Precisamente la diáspora cubana, al reivindicar su derecho a viajar a la isla por mar, también mostró su fuerza si se canaliza adecuadamente. Esto y el aumento de la admirable lucha de disidentes y opositores políticos, conforman un arma formidable. Con una hábil coordinación de esfuerzos conjuntos entre esos tres factores se podrían obtener otras victorias frente a Raúl Castro y su Junta Militar. Ayer no era posible, hoy si lo es.
Y la Casa Blanca debiera decirles de una vez a ambos comandantes: “O mueven ficha, o se tranca el dominó”.
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