Presentaba un inicio de cataratas en ambos ojos, pero el cirujano oftálmico, del que disponíamos de excelentes referencias por anteriores pacientes, aconsejó intervenirle solo uno y, a tenor de la visión ulterior, decidir sobre el segundo. El caso es que tras la operación parecían haberse independizado ambos y, de la tradicional sintonía para una percepción conjunta y de mayor calidad, han pasado a enviar al intermediario –el cerebro, en función de relator para alcanzar el deseable consenso– mensajes visuales discrepantes y sin visos de acuerdo. En consecuencia, sensación vertiginosa frente a ese mundo que ahora cada globo ocular interpreta como mejor se le antoja.
Derecho e izquierdo siguen sin duda enfocando con la mejor de las intenciones, pero ninguno cede ante las alternativas que plantea su vecino y a resultas de ello las neuronas, que tienen por misión aunar diferencias y evitar las distorsiones de ambos extremos, no consiguen hacer complementarias las perspectivas para lograr ese mundo equilibrado que ambos ojos, el tradicional y el de nuevo cuño, tienen como objetivo, asumiendo con Empédocles que el secreto del universo está en el equilibrio de los contrarios. Me cuenta mi mujer que le basta ahora con cerrar un párpado para que la realidad circundante se vista al gusto del que permanece abierto, pero similar certeza trasmite el otro cuando no tiene quien deforme su mensaje y así, los que en un principio estaban destinados a ser en pareja los mejores vigías, parecen haberse transformado en irreconciliables enemigos aunque permanezcan con la misma apariencia de antaño y nadie pueda adivinar excepto el cerebro, obligado testigo de sus diferencias, que el entorno ha pasado a depender, como nunca antes, del cristal (o cristalino) con que se mire. A resultas de ello, el oftalmólogo nos indica que convendría actuar sobre el viejo e intocado, aunque pasará un tiempo hasta que terminen de nuevo por ponerse de acuerdo y procuren a su intérprete, el cerebral lóbulo relator, la coherencia que permita unificar, de una vez por todas, las discrepancias sobrevenidas. Sin embargo, llegar ahí puede tardar varios meses, reiteró. Tras escucharlo, sugerí que el asunto podría ser muy bien una metáfora de la política postelectoral. “¿Y el cerebro? ¿Quién ocupa su papel?” –preguntó–. Caso de existir, y creo que es lo que se echa en falta en el símil, respondí. Y habríamos seguido con el devaneo de no mediar mi esposa para centrar el tema en su mirada: ¡ Y que hacemos entonces con el otro ojo? ¿Le aconsejamos a mi cerebro que se arme de paciencia? Pues es lo que espera al de muchos ciudadanos/as, tal como van las cosas en la Moncloa…
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