Música. Promoción.
Por Manuel Gayol Mecías.
Por Manuel Gayol Mecías
Uno de los mejores homenajes que se le puede hacer al Maestro Ernesto Duarte es la interpretación de este gran éxito, su canción, “Anda, dilo ya”. Y me refiero a la versión de Reynaldo Fernández Pavón, su voz y piano, junto a cuatro excelentes músicos que acoplan destreza y pasión para hacer de este bolero una sensación de ensueño.
La voz de Reynaldo es todo sentimiento, modulación y timbre que se articulan con nitidez, pero además con la suave y triste pasión de sentir la realidad de la canción, la identificación profunda con la letra y con los momentos sensibles de un posible último encuentro con la mujer amada. La voz de Reynaldo es el firme lamento de un hombre enamorado.
La trompeta (Joshua Anderson) es exactamente el sentimiento hecho sonido, la sordina como acompañamiento es sutil, es el susurro de una resignación, eco de un hechizo del alma, de un sueño que va creciendo en su tristeza. Pero en su instante de solitud, este instrumento se eleva como un llanto sincero que sale de bien adentro, con el ansia de sentir la resignación definitiva. La trompeta es la segunda melodía, el eco que responde a la voz del cantante para desligarse de la soledad.
El piano (Reynaldo Fernández Pavón), en sus acordes, es la superficie de un mar que presupone el final de una historia. La intensa realidad vivida que ahora podría estar a punto de terminar. La huella de ese amor que se sumerge en ese mar profundo y azul.
La percusión (drum, Al Aguilera, y bongoes, Francois Zayas) y el bajo (Hob Hagobian) son la base, firme, de un bien empastado ritmo de bolero. Un toque suave, como la intimidad que trota, acompasadamente, en el asombro de una noche. El ritmo así descubre el sentido de la resignación, el convencimiento de que ya nada más aspira a definirse, para que solo quede, entonces, el ensueño de los recuerdos.
De los recuerdos… en un cuerpo y rostro de mujer, que pocas veces, con su belleza, ha iluminado la realización de una magnífica orquestación. No hay nada más estremecedor que la mirada de una diosa que se resiste al amor del poeta que le implora. Rostro y ojos de una mujer que solamente quedará en los sueños.
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