Una de las muchas compensaciones que aporta el paso de los años, es la posibilidad de verse acompañado de algún que otro descendiente -con biberón o recién abandonado éste- cuyo cuidado y compañía hace aflorar la sonrisa cada dos por tres. El merodeo de los nietos en derredor, conforme crecen, regala alegrías indescriptibles, lo que no quita para que, en ocasiones y de ser varón, delegues el control en la abuelita mientras te refugias en cualquier rincón en un intento -vano empeño, por lo general- de reconocerte como el que eras antes de contar cuentos (los que explicabas a tus hijos cayeron hace años en el olvido) y andar vigilando que no se tiren la sopa sobre la camiseta.
No obstante, con estas líneas pretendo puntualizar sobre extremos que suelen orillarse cuando prima el contento. Y es que una cosa es la gratificación que lleva aparejada la compañía de los nietecillos/as y, otra distinta, unas servidumbres, no por voluntarias menos ciertas, que debieran ser contempladas y adecuadamente compensadas por el erario. Ya me contarán ustedes en qué quedaría la conciliación de no mediar muchas veces los abueletes; en qué, el amor que los padres se profesan, si no pueden estar solos alguna que otra noche sin niño interpuesto. Y para todos, pero centrado hoy en los abuelos, por mera disciplina analítica parece oportuno separar la satisfacción que regalan los niños de la eventual necesidad de levantarse a las cuatro de la madrugada, cuando te despiertan reclamando entre pucheros a mami/papi.
En tales circunstancias, esas virtudes que suelen ser frecuentes en la madurez, afabilidad y paciencia, pueden transformarse alguna que otra vez en puro heroísmo. Por eso, no estaría mal que se contemplara, con cargo a los fondos de ayuda social, una compensación economica a los abuelos que sumar a su pensión.
Y es que el amor que se les profesa no debiera estar reñido con la justicia social, ni el gozo que nos procuran ser suficiente pago. Porque lo mismo podría aducirse para bajarle el sueldo al futbolista por el subidón que debe producirle meter un gol. O despojar de salario a quien finalmente consiga descubrir la curación del Parkinson, por un decir, argumentando que con el logro ya tiene su recompensa. Sentirse dichoso y hacerse a un tiempo con cuatro perras (euros) adicionales, no debieran ser asuntos incompatibles. Y no se lo tomen a broma mientras juegan con ellos y la Tablet o todo seguirá, como sospecho, exactamente igual.
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