Poesía.
Por Rafael Bordao…
Escombros en la noche
(Para Reinaldo Bragado Bretaña)
“más perlas en la escoria”
-Juan Ramón Jiménez
Oh bienaventurados
los que deambulan con lentitud y mansedumbre
por las impuras calles de las urbes,
embelesados bajo los sucesivos aguaceros
de tanto poetizar entre los hombres,
extasiados de vivir en el limbo
sin más patria que el olvido,
buscando en los escombros de la noche
la identidad y el recuerdo.
Oh bienaventurados
los que buscan en el confín del orbe
la pulsación del infinito,
los filamentos del alma que se pudre
entre el polimorfo vulgo,
emboscados por una mixta soledad
de inequívoco desamparo,
donde a menudo los rostros se confunden
con las mercancías del mundo.
Detritus de Manhattan
Y toda isla huyó…
San Juan
De noche
la isla desaparece
y se ahonda en la conmemoración
oscura de los reproches,
se llena de mendigos
que no recuerdan que han sido felices,
que alguna vez tuvieron un durazno
anónimo entre sus dedos,
un cacho de pan célebre
y unos labios apacibles.
Vivisección de la Gran Manzana
a Gerardo Piña-Rosales
En invierno Manhattan queda desmaquillada.
La ciudad desentierra sus retratos de hielo
sus falsos alicientes de saliva
desteñidos con la baba de las brujas
que deambulan con sus lánguidos ropones
sus gélidas y fatídicas mortajas
con las que embelesan y estrangulan.
La nieve ¿qué es la nieve?
sino un póker de hielo transubstanciado en confetis
blancas expediciones que hábilmente van cayendo
sobre la inexactitud de los hombres;
las palomas son apenas unos chismes
que se recuerdan con bronquitis
encubiertos adversarios que murmullan
sus desventuras en el callejeo;
los cuervos son los bufones del parque
los tránsfugas más pobres
que desertaron de la alquimia
roncos y carbonizados;
las ardillas parecen carnosidades
que han nacido del susto y la consternación
coágulos de sueños desdibujados
que se desclavaron con el frío;
los hombres ¿qué son?
sino perecederas pieles que transportan
sus crecientes y puntuales apetitos
sus fúnebres reminiscencias de carbón
entre profanos rascacielos;
huyen tras sus borradas fisonomías
estremecidos por el vertiginoso torbellino
de la erotomanía y el dinero.
Memorias del Niágara
a Laura
Aguas capitales y turbulentas
que no callan sus nervios al que presiente
su afinidad secreta de romperse
en cada instante en cada vuelta
sangrando el epitelio de las horas;
aguas que desmontaron sus brazos
para desmoronarse en la boca del enigma
y poseídas por una combustión clandestina
derraman sus profusos bienes
ante los puntuales ojos del testigo;
aguas resueltas y desolladas
que le dejan al público su último reclamo
su atávico ronquido de embestir los escollos
su difusa y remolcada efervescencia
de vertiente y esencial vocabulario;
aguas trémulas y precipitadas
que perdieron el juicio y la conciencia
y se inundaron de intranquilas torceduras
a fuerza de evadirse y de arrojarse
a la vetusta sed del precipicio;
aguas que fueron deportadas
y heredaron el divorcio y el grito
pero se prolongaron en la boda
y se enfurecieron y se desnudaron
antes de recibir el nupcial empujón;
aguas que no se salvarán del abandono,
ni de la agitación ni del tajo
y a fuerza de impetuosas aventuras
se abren paso entre la sucesiva indolencia
de las piedras y los golpazos;
aguas que no se cicatrizan
por su tenaz inmigración entre las rocas
en donde dejan sus fulgurantes disputas
sus galopantes colmillos diluvianos
que se derriten desahuciados en la intemperie absoluta;
aguas atávicas y rotas
que desconfían del tatuaje de las fotos
y se escapan de los andróginos retratos
donde la eternidad filtra su tinta
tan sólo para quedarse con nosotros;
aguas pasajeras y estentóreas
que le devuelven los aplausos al viajero
que se detiene a mirar el delictivo derrame
la demencia que resplandece y se desploma
en su desaforado y ágil caudal;
aguas gnómicas y letíficas
que se bebieron de un trago las palabras
cuyas goteras de peces lesionados
se atropellaron en la garganta del testigo
agazapado entre escombros de iluminación;
aguas indomables y elocuentes
que transforman la escritura del naufragio
en un ballet de anfibios gluteos
por donde fluyen lívidos heliotropos
ahogados en el torneo de la fama;
aguas que prefirieron dar el salto duradero y nutricio
y echar las entrañas apasionadamente
en la ebriedad donde vagabundean los pájaros
que le arrancan al chorro ininterrumpido y ufano
los coágulos indefensos de gluglú.
Distancia VII
Garde tes songes: Les sages
n’en ont pas d’ aussi beaux
que les fous!
Charles Baudelaire
De mi sueño longevo conservo los ojos inocentes:
desperté como un despojo vegetal a la deriva
entre huesos de canoa y verdes eructos de sapos
en una presagiosa playa de existencias fallecidas:
en mis pupilas había un flujo patético de marea
y un pez de mercurio hipnotizado:
sudé algas visiblemente empobrecidas
y esputé dermis de conchas estranguladas
por una rabia cautiva de petróleo
en una ambigua atmósfera de cábalas.
Entre guarismos de arena
y una nata salobre de burbujas,
descubrí un remoto santuario submarino
con tórridas anatomías
de caracoles erosionados.
Con mis sueños asiduos
voy nutriendo una periférica vigilia
de rescate.
Distancia VIII
Abrí la vida
una mañana de escobas subyacentes
y hallé un imperio mudo
de cigarras decapitadas.
A veces pienso en barcos
que me lleven lejos de estos largos aullidos,
de esta atmósfera de cadáveres enfáticos
y de estos líricos muertos insepultos.
Instrucciones para un joven poeta
Da miedo ser poeta; da miedo ser un hombre consciente
del lamento que exhala cuanto existe.
Gabriel Celaya
Lo primero que debe hacer
un auténtico poeta
es lavarse bien la boca
(auto recetarse gárgaras)
y ponerse los zapatos
más estables y oscuros;
luego
echar a andar por el planeta
tomando el pulso de cada cosa,
escudriñando toda respiración,
auscultando el sonido de las emociones
y llevar siempre consigo una lupa
como el más eficaz amuleto
contra espíritus sospechosos;
después
cantar, sí cantar (y no muy alto)
no sea que se ofenda algún pájaro
soñoliento en una rama
y comience a graznar sobre tu cabeza.
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