Literatura. Crónica.
Por Mario Blanco.
Extraordinarios y coincidentes, a veces, son los eventos en la vida. Mis amigos de Santiago de Cuba, conociendo mi apetencia por la historia de nuestra ciudad natal, le entregaron a mi hermano Angel un libro sobre Crónicas santiagueras, y este me lo hizo llegar recientemente a través de mi sobrina Tamara que allá estaba de visita con su esposo e hija. El libro fue confeccionado por el historiador y periodista santiaguero ya fallecido Carlos Forment, y en este primer tomo abarca las crónicas, siguiendo los pasos de Emilio Bacardí en sus diez tomos, del año 1902 al 1912. De inmediato una vez recibido, me zambullo en sus páginas cual ferviente minero ante una veta de oro. Empiezo a señalar detalles sobre los cuales reflexionaré, pero al llegar a la página 100, que abarca el día 8 de diciembre del 1902, un acontecimiento me detiene y me lleva de la mano en mi mente por mi Santiago y Montreal. Se trata de la inauguración del primer viaje por ferrocarril Habana-Santiago, gracias fundamentalmente a la figura del señor Van Horne, destacado ferroviario estadounidense-canadiense que vivió muchos años en Montreal.
William Cornelius Van Horne nació en Illinois, Estados Unidos, en 1843, y desde sus catorce años comenzó a trabajar en el ferrocarril de su ciudad, hasta 1864, cuando pasa a Chicago a la Alton Railway. Desde 1878 a 1879 funge como superintendente general, y en 1882 pasa a ser el gerente general de la Canadian Pacific Railway, donde sigue escalonando posiciones hasta llegar a ser su presidente en 1888. Viviendo ya en Montreal, Canadá, construye su residencia llamada, Van Horne Mansion, en la esquina de las calles Sherbrooke y Stanley en 1889, resultando que las primeras noches que pernocté en esta ciudad en 1997, fuera sobre la calle Stanley, apenas a dos cuadras de este lugar. Años más tarde, Van Horne se constituye en uno de los principales inversores de los Ferrocarriles de Cuba, que llevaron este medio de transporte a comunicar la capital con el lejano Santiago. El señor Van Horne fue uno de los rectores de la universidad Mcgill, entre 1895 al 1915, pero tuvo además entre sus hobbies la pintura, escultura, arquitectura, y botánica. En Cuba uno de los barrios en la ciudad de Camagüey lleva su nombre, y hay una pequeña estación ferroviaria en Holguín que también ostenta sus apellidos, tal como una de las avenidas de Montreal asimismo lleva su nombre.
Cuando hablaba al principio de “lo extraordinario y coincidente de los enventos” en la vida, tenía en cuenta las siguientes circunstancias. Soy santiaguero; dos de mis tíos fueron jefes de estaciones ferroviarias, y mi hermano Angel fue maquinista ferroviario muchos años; al llegar graduado de Polonia, trabajé en inversiones del Ministerio del Transporte, donde la actividad ferroviaria era fundamental, y de paso mi mujer trabajó muchos años en los ferrocarriles, además, dos buenos amigos que residen hoy en España, trabajaron en Cuba como ingenieros civiles de los FFCC. Me voy de Cuba en 1997 y llego a Montreal, pasando las primeras noches cerca de donde este hombre tuvo su gran mansión; hice un curso de inglés en la universidad McGill; ahora me llega este libro hablándome de la trascendencia de este señor estadounidense-canadiense en los ferrocarriles de mi país y de mi ciudad natal, y entonces, como no dedicarle una de mis páginas a su figura, algo que me enorgullece y estimo sea de interés a mis lectores. Son lo que he llamado, coincidencias en la vida, y sean bien recibidas.
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