Literatura. Periodismo. Crónica.
Por Waldo González López.
Hoy retomo, con ligeras variantes, esta crónica que escribí y publiqué, años atrás, sobre un querido colegamigo de años y sueños quien, ad aeternum, ha mantenido con quien escribe, el inextricable vínculo de la amistad, tan necesaria y no siempre asumida entre colegas en la literatura y, menos aún, entre poetas.
Conocí a Manuel Gayol Mecías en la Universidad de La Habana, durante los 70, cuando, con mi esposa, la escritora y editora Mayra del Carmen Hernández y otros colegamigos —hoy dispersos por el mundo en la enorme diáspora cubana, ocasionada por el maldito castrismo— estudiábamos Literatura Hispanoamericana en la Escuela de Letras.
Entonces, «éramos tan jóvenes» —para decirlo con el título de un recordado serial argentino de 1986— que, a pesar del castrismo, disfrutamos esa década, cuando nos marcara a muchos de nuestra generación, los muchachones que éramos en ese tiempo de grata memoria, quienes nos esforzábamos por enriquecer nuestras respectivas profesiones en aquel medio desaparecido, no para nosotros, sino para los que quedaron varados/frustrados en la Isla Cárcel o ya han fallecido.
«Manolo», como les decían unos, o «Gayo», tal lo llamábamos otros, laboraba en la Casa de las Américas, de cuyo Centro de Investigaciones Literarias (CIL) —fundado por el narrador, ensayista y poeta uruguayo Mario Benedetti años atrás, cuando residía en la Isla— era uno de los más prolijos investigadores.
Como integrábamos el «curso para trabajadores-estudiantes», recibíamos las clases en las noches y, en algunas y tardes de fines de semana, nos reuníamos para repasar. En aquellas breves jornadas (¿o tertulias?), hoy memorables, aparte del «estudio en equipo», disfrutábamos, intercambiando criterios sobre nuevas lecturas de poemarios, novelas y ensayos (este cronista pasaba horas leyendo literatura argentina, uruguaya, colombiana, peruana y mexicana en la Biblioteca «José Antonio Echeverría» de la «Casa», tal llamábamos a la institución).
Pero había más, mucho más, porque asimismo nos contábamos los últimos chistes acerca de lo divino y «lo humano, demasiado humano» —dixit Friedrich Nietzsche— y, en fin, nos divertíamos de lo lindo con todo lo que nos alegrara ese tiempo de retorno a la enseñanza (superior), sobrellevando el peso de las responsabilidades familiares, laborales y deberes de ser «trabajadores intelectuales», como se nos definía, pues laborábamos en la literatura (Gayol y yo), el periodismo cultural (yo), el sector editorial (Mayra del Carmen), como otros en el teatro (el ya fallecido dramaturgo y director escénico Héctor Quintero), la TV (el actor Oscar Llaguno, hoy también fallecido) y la radio, medio al que quien escribe sería llamado a colaborar con noticieros culturales y espacios de poesía y teatro de programas culturales en emisoras radiales nacionales (Progreso y Rebelde) y capitalinas (Metropolitana).
Luego Mayra y yo supimos que Gayol, inesperadamente, en Casa de las Américas (donde era reconocido por su seria labor investigativa), había tenido «problemas» (tal se dice en la Isla para referirse a problemas con la dirección del centro laboral, donde el sindicato, por lo general, no quiere involucrarse, so pena de buscarse otros «problemas») y debió trasladarse a la Casa de la Cultura de Plaza, donde fungiría como Especialista Literario, donde igualmente realizaría una valiosa labor de asesoramiento a los escritores incipientes.
Años más tarde, nos enteramos de que «Manolo» había venido para Estados Unidos con su familia, acción que luego no pocos de aquellos que antes éramos tan jóvenes, repetiríamos en busca de la necesaria reunificación con la familia dispersa, separada, dividida.
Y en esta Miami, hoy quizá no tan cultural como antes (según quienes viven aquí desde décadas atrás), nos reencontraríamos, en nuestro caso, por teléfono e Internet y, sobre todo, en las ediciones del siempre esperado Festival Vista, de la Literatura y al Arte Cubano del Exilio, dirigido por Idabell Rosales y Armando Añel.
Además, desde tiempo atrás comencé a colaborar con su valiosa web Palabra Abierta, eficaz medio divulgativo de la literatura cubana del exilio, del que me siento parte, no sólo por la larga y honda amistad que me une a él, sino porque en este sitio colaboran otros colegamigos, como, entre otros, el narrador y poeta Félix Luis Viera, quien es también un “viejo” amigo de aquel tiempo cuando “éramos tan jóvenes”, pero —a diferencia de García Márquez— sí documentados.
Hoy, por fortuna, a pesar del coronavirus y su maldita estancia miamense (donde tanto daño continúa haciendo), sigo colaborando con Palabra Abierta y comunicándome con el querido frate Manuel Gayol Mecías, con cuya legendaria esposa, Gladys, también continuamos Mayra del Carmen y yo nuestra amistad. Porque no dije arriba que otro rasgo nos une: sí, porque tanto Gladys y Glayol como Mayra del Carmen y quien escribe pertenecemos a esa especie hoy casi ya en extinción de parejas cuyos lazos son irrompibles, inclaudicables, ad aeternum.
Por tanto, por todo, celebro nuestra hermosa filia, caros, fraternos amigos.
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