San Sebastián (Donostia) y Pamplona (Iruña)

Literatura. Periodismo. Crónica.
Por Mario Blanco.

Playa La Concha. Cortesía del autor.

Partimos temprano en ómnibus desde Toulouse a San Sebastián. Siempre admirando el bello paisaje, esta vez nos llama la atención el color blanco en la mayoría de las casas, y estas, con puertas en rojo. Atravesamos Bayona disfrutando la belleza de su entorno. Llegamos a nuestro destino, y nos alojamos en la Casa 17, así es su nombre por Booking.com. El alojamiento limpio y cómodo y desde luego muy céntrico, así lo habíamos elegido, pero antes no puedo dejar pasar por alto la elegancia de la estación de autobuses, amplia, moderna y muy funcional. Lo primero que resalta es la limpieza de la ciudad, y desde luego el primor único de la misma. Anticipo que, en mi evaluación de las ciudades, otorgándoles medalla de oro a las mejores, esta es la primera en obtener ese galardón. Tomamos el bus turístico que es una forma práctica y efectiva de conocer los principales lugares de una ciudad, y además te describen sus singularidades. La ciudad posee hermosas playas, como La Concha, que contrastan mágicamente con su entorno de bellas edificaciones. Es una ciudad pequeña pero divina, su gente amable por doquier, y acoto de una vez, fue una máxima en toda España, a quien nos dirigimos en cada pueblo encontramos atención y respuestas amables. El rio Urumea la atraviesa dándole un matiz romántico a sus calles y malecones laterales. En fin, nos vamos fascinados de San Sebastián, soñando que mañana veremos Pamplona.

San Sebastián. Cortesía del autor.

Con Hemingway en Pamplona. Cortesía del autor.

Tomamos temprano el ómnibus a Pamplona, durante el trayecto la armonía de las montañas con los valles plenos de casitas casi como en un cuadro paisajístico del mejor pintor.  Estamos en la comunidad autónoma de Navarra y su capital Pamplona, ciudad que es mucho más que el encierro de San Fermín tan conocido. Es pequeña y la recorremos toda a pie, admirando la belleza de su catedral y sus bellos edificios colindantes como el hermoso ayuntamiento. Llegamos a la Plaza de Toros, íntimamente ligada al famoso Encierro dentro de lo que se llama el Ensanche de Pamplona, este término lo escuchamos también en otras ciudades, es como la ampliación de estas fuera de las acostumbradas murallas que las resguardaban. Allí no podía faltar la efigie de Ernest Hemingway que gustó tanto de las corridas y escribió sobre ellas, en específico en su libro Fiesta que no me lo he leído aún.

Paseando detrás del archivo de Navarra, conversé con un anciano que me explicó que, antes ese edificio fue un cuartel y me mostró un pequeño local todo cerrado que lo tenían como frigorífico, y el mismo se enfriaba con la nieve que caía y la almacenaban allí para que no se derritiera y así servía de nevera, me dijo que pocas personas incluso del lugar conocían esta historia.

Visitamos la Ciudadela, que no fue más que un enorme fuerte militar del siglo XVIII, ahora un parque de descanso y exposiciones. Almorzamos muy rico frente a la misma estación teniendo como postre el helado de cuajada y el pastel vasco. Regresamos enamorados de Pamplona. Mañana, para Bilbao.

©Mario Blanco. All Rights Reserved

 

 

 

 

 

About the Author

Mario L. Blanco Blanco, Santiago de Cuba, 1949. Ingeniero naval. Estudió en la Politécnica de Gdansk, Polonia. Trabajó durante algunos años en el Mitrans, organismo central en la dirección de inversiones. Durante el período del 1986 al 1989 se desempeñó como Presidente del Poder Popular del municipio Plaza de la revolución en Ciudad de la Habana. Trabajó luego en el sector marítimo de la Pesca. Fue director de la empresa de Tintorerías y Lavanderías de Ciudad de la Habana. Reside en Montreal, Canadá, desde 1997.

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