Literatura. Política. Crítica.
Por Roberto Álvarez Quiñones.
¿Saben Nicolás Maduro, Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel de qué hablan cuando dicen defender la soberanía nacional de Venezuela y Cuba frente a EE.UU? ¿Están enterados de que ninguno de los tres tiene derecho siquiera a pronunciar esas dos palabras juntas?
No lo saben. Ni tampoco el exguerrillero guevarista Gustavo Petro, o Lula da Silva y demás líderes de la izquierda continental van a aceptar que si EE. UU. capturase al narcodictador Nicolás Maduro para llevarlo ante los tribunales no se violaría la soberanía de Venezuela, sino todo lo contrario, se estaría posibilitando que se restablezca la legítima soberanía nacional de ese país.
Y que si Raúl Castro y sus principales apandillados fuesen capturados y llevados ante la Corte Penal Internacional de La Haya por sus crímenes se estaría rescatando la soberanía nacional cubana.
Cuando Washington capturó y se llevó a EE. UU. al narcodictador de Panamá Manuel Antonio Noriega, no violó la soberanía panameña. Al contrario, hizo posible que el soberano (el pueblo) eligiese en las urnas a sus servidores públicos. Y desde entonces Panamá ha alcanzado un notable avance socioeconómico. Hoy los panameños viven mucho mejor.
Digo todo esto porque por estos días han proliferado las declaraciones de Maduro, Miguel Díaz-Canel, Petro, Lula y otros personeros de la izquierda radical sobre la “amenaza a la soberanía” de Venezuela que constituye el despliegue naval de EE. UU. en el Caribe para acabar con el suministro de cocaína y otras drogas hacia el pais del norte (que causaron aquí más de 300 mil muertes en 2024) y presionar al máximo para poner fin al régimen madurista.
La supuesta defensa de la soberanía nacional es una pieza clave del discurso populista antiliberal y nacionalista enfilado contra Estados Unidos. Fidel Castro fue un maestro en la materia y utilizó tanto esa trampa antiestadounidense que la convirtió en espina dorsal de la propaganda “antimperialista” de la izquierda latinoamericana para enardecer a las “masas”.
En fin, estamos ante un colosal fraude, o más exactamente ante una manipulación del verdadero concepto de soberanía nacional. Y ello ocurre porque, crease o no, en pleno siglo XXI gran parte de la comunidad internacional y sobre la izquierda radical, no conocen a ciencia cierta qué significan esas dos palabras juntas.
El pueblo soberano elige a sus servidores, no es al revés
¿Bueno y qué es realmente la soberanía nacional? Primero demos un saltico al año 1752, cuando el filósofo y sociólogo franco-suizo Jean-Jacques Rousseau, en su obra “El Contrato Social”, esbozó posiblemente el mejor y más universal concepto de soberanía nacional.
El genial pensador, uno de los precursores de la Revolución Francesa, concluyó que la soberanía nacional, que él llamó “soberanía popular”, emana del pueblo y que, por tanto, reside en su propia voluntad, que “deviene derecho inalienable”. Es decir, que la soberanía nacional no puede ser representada o apropiada por ningún rey, emperador, presidente, jeque, ayatollah, etc.
Porque la soberanía de un país es el pueblo mismo, que elige en las urnas a quienes lo representan para que se ocupen de los deberes públicos (antes llamados “la cosa pública”). Son esos representantes electos los servidores del soberano, y no a la inversa, como ocurre bajo las dictaduras. Para Rousseau la soberanía popular garantiza que “domine siempre el interés común sobre el interés particular”.
Más de 200 años antes Nicolás Maquiavelo, considerado por algunos como el padre de las ciencias políticas modernas, había formulado todo lo contrario. En su obra “El Príncipe” (1532) él fue quien por primera vez empleó la palabra Estado (que llamó “Lo Stato”, del latín status) y entronizó el autoritario concepto de la “Razón de Estado” para justificar las medidas, incluso ilegales, y atropellos de un Gobierno para mantener el orden establecido o enfrentar a enemigos y a los disidentes.
Los autócratas viven aún en el siglo XVI, arropando a Maquiavelo
Para el teórico florentino, el Estado constituye per se la soberanía nacional, de forma absoluta e indivisible para gobernar y mantener la estabilidad social. Y que “su fin último es su propia conservación y la de la patria”, a cualquier costo, “según la Razón de Estado”.
Por eso no son casuales los claros rasgos y características maquiavélicas que tienen el socialismo, el fascismo y toda autocracia, no importa el signo ideológico o el nombre que tenga.
Luego, en 1690, el inglés John Locke refutó a Maquiavelo. En su “Ensayo sobre el Gobierno Civil” postuló que “la soberanía reside en el pueblo, no en el monarca”, y que el poder legítimo del Gobierno “proviene del consentimiento de los gobernados”, y que este poder “puede ser removido si no cumple con su deber de proteger los derechos naturales de los individuos”.
De manera que Maduro, Díaz-Canel, Raúl Castro, Daniel Ortega, todos los dictadores y sus socios de la izquierda radical viven hoy en el siglo XVI arropando a su maestro Niccolò Machiavelli.
Un dictador no debe pronunciar siquiera la palabra soberanía
¿Defendían la soberanía nacional Trujillo (“Benefactor de los dominicanos”)? ¿Duvalier en Haití, los Somoza en Nicaragua? ¿Omar Torrijos en Panamá, Pinochet en Chile? ¿Velasco Alvarado en Perú, o Stroessner en Paraguay?
¿Lo hicieron antes José Manuel de Rosas (Argentina), Francisco Solano López y José Gaspar Rodríguez de Francia (Paraguay)? ¿Antonio López de Santa Anna, y Porfirio Díaz (México)?
Ninguno de ellos fue servidor público electo democráticamente. Al revés, era el soberano el servidor de esos criminales y ladrones que usurpaban el poder. Hoy los cubanos son los servidores de la mafia que ostenta el poder.
Pero, ojo, no solo se trata de elegir democráticamente al jefe del Estado, sino de que el ya electo sea en verdad servidor del pueblo. Porque Hitler llegó al poder luego de unas elecciones democráticas en las que su partido nazi obtuvo el 43.9% de los votos.
También fueron electos Juan Domingo Perón (“El Conductor de Argentina”), Getúlio Vargas (fundador del “Estado Novo” en Brasil), ambos de inspiración nacionalista fascistoide. Y Hugo Chávez, o Evo Morales. Todos ellos devinieron autócratas que dañaron a sus países con su maquiavelismo populista socializante.
En Cuba es peor. Desde 1948, hace ¡77 años! el soberano no elige a sus servidores públicos. En Venezuela sí pudo votar, eligió un nuevo Presidente de la República (Edmundo González Urrutia), pero el tirano se ha negado a entregar el poder.
Fidel Castro afianzó en la cultura política latinoamericana el rechazo al “intervencionismo yanqui” con su táctica de gritar “al ladrón, al ladrón” para exacerbar el nacionalismo movilizador y enmascarar sus agresiones a otros países.
El castrismo ha pisoteado la soberanía de 16 países de la región
La maquinaria de propaganda castrista, e izquierdista en general, repite que EE. UU. en el siglo XX intervino con tropas en siete países: República Dominicana, Nicaragua, Haití, Honduras, Panamá, Granada, México (1914, ocupación de Veracruz para apoyar la Revolución Mexicana).
Pues bien, resulta que la dictadura castrista ha intervenido militarmente en 16 países de América Latina. Y en cinco países de Africa Subsahariana (Angola, Etiopía, Somalia, el antiguo Congo Belga, y Guinea-Bissau) y dos del Medio Oriente (Argelia y Siria). Utilizando tropas, o guerrillas rurales y urbanas financiadas, entrenadas y armadas en la Cuba castrista.
Los 16 países que la “revolución cubana” ha intervenido en América y ha pisoteado su soberanía son Panamá, República Dominicana, Bolivia, Colombia, Perú, Uruguay, Chile, Paraguay, Brasil, Argentina, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y Granada.
Y hoy el castrismo viola groseramente la soberanía venezolana. Hay en esa nación miles de cubanos militares y civiles, incluidas tropas, contrainteligencia militar (para evitar conspiraciones) funcionarios administrativos clave, esbirros que torturan personalmente a los opositores, etc.
Encima, hay varios batallones de combate y artillería cubanos, uno de ellos en el Fuerte Tiuna, donde vive Maduro refugiado en un enorme bunker a 40 metros de profundidad. Sin toda esta abrumadora intervención cubana militar, política, de inteligencia, seguridad y logística la dictadura chavista-madurista ya no existiría.
En síntesis, es hora ya de que los organismos internacionales expliquen con rigor jurídico que los gobernantes no elegidos democráticamente no tienen derecho a hablar de defensa de la soberanía nacional, pues son ellos, precisamente, quienes impiden que el verdadero soberano de la nación pueda ejercer su derecho inalienable.
Conclusión: no creo que eso ocurra. Los organismos internacionales, de Naciones Unidas hacia abajo, conforman un barco que navega escorado hacia babor (izquierda), y la defensa de esta apócrifa soberanía aquí analizada es una máquina infalible para movilizar a las “masas” también hacia babor, ¿no?
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