Manolete y la muerte Noruega

Written by on 19/02/2017 in Cronica, Literatura - 2 Comments
Literatura. Crónica.
Por Félix J. Fojo…

Sfabarafe. 30 de septiembre de 2011. Creative Commos.

Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, más conocido como Manolete, nació en Córdoba, España, de familia de toreros y rejoneadores, el 4 de julio de 1917.

Manolete nacería un tiempo después.

Pero no mucho después, porque a los 11 o 12 años de edad Manuel Laureano comienza a torear novillos y se hace un habitual de los llamados tentaderos, corridas ideadas para niños y muchachos con ansias de llegar, donde los que no tienen verdadera vocación pronto abandonan, maltrechos, abochornados, y los buenos, los que nacen para los toros, se lucen y crecen en fama y experiencia.

Y él es de los que se lucen, con redaños y estilo propio. Es de los que aprenden rápido, porque nacieron con el don, y todos, como se hace con los toreros queridos, que se les ponen motes, comienzan enseguida a llamarle con cariño Manolete.

En 1933, a sus 16 años de vida, a Manolete ya se le considera el mejor novillero de España. Se le busca y se le invita a esas informales corridas para disfrutar de la precoz elegancia de sus lances de capa y muleta, que presagian el magnífico torero, muchos dicen que el mejor, aunque eso se discute por los especialistas, en que se convertiría muy poco después.

El 25 de junio de 1939, en la plaza del Puerto de Santa María, Manolete se despide, al fin, de novillero, y el 2 de julio del mismo año el torero Manuel Jiménez, Chicuelo, le concede la alternativa en la atestada y vociferante plaza de Sevilla. La confirmación viene muy rápido, el 12 de octubre, también del 39 —finalizando la guerra civil— de manos del diestro Marcial Lalanda, y actuando como testigo, su amigo, el también magnífico torero, en vías de ser grande, Juan Belmonte.

Ya Manolete es Manolete en toda España y comienza a llenar plazas y posos: Sevilla, Alicante, San Sebastián, Castellón, su Córdoba natal, Palencia, Bilbao, Albacete y por supuesto, Barcelona y Madrid (Las Ventas), lugares todos donde va acrecentando la leyenda de torero taciturno y elegante, diestro que mira hacia el cielo, como en éxtasis, cuando tiene el toro delante, distante pero bravo, de movimientos perfectos y valor fuera de serie, un fajinador extraño que coloca la capa por detrás de su cuerpo, un arriesgado, uno de esos pocos marcado por la gloria y el destino.

Y eso que eran los tiempos de Silverio Pérez, Antonio Bienvenida, Eduardo Solórzano, el atrevido Chicuelo, ya mencionado, Pepe Luis Vázquez, el susodicho Juan Belmonte, Carlos Arruza, el mediático Luis Miguel Dominguín, sobre todo por sus conquistas amorosas y su elegancia, aunque era bueno, y muchos otros grandes, que le acompañan en la fama, pero no le hacen sombra, ni se la harán nunca.

Luego su fama de estrella del toreo se extiende a México, Perú, Colombia y Venezuela, países donde triunfa a lo grande y es aclamado por multitudes. Manolete, debe decirse, es también oportuno en su éxito, porque el toreo vive un momento de grandeza y arraigo popular en el mundo hispano que no se mantendrá para siempre.

A un ritmo de corridas endiablado, y extremadamente peligroso, Manolete vive los siguientes ocho años. En 1941 sale 50 veces al ruedo, y arrasa. En 1941 sube a 58. 72 en el 42 y en 1943 completa 74 corridas, en 1944 son 92, incluyendo la que se considera la mejor faena de la historia del toreo, la del 6 de julio en Las Ventas, Madrid, con un toro portugués, Ratón, de la ganadería de Pinto Barreiros. Es esa corrida, tan comentada, en la que Manolete usa y abusa de la suerte de la “manoletina”, cuya invención se le atribuye, aunque ya había sido puesta en práctica por algún otro torero mucho antes.

En 1945 solo completa 71 faenas, y eso porque Manolete, que parece ya no tener rivales, sufre una fractura de clavícula al enfrentarse con un astado de la ganadería del criador Don Francisco Chica.

Una advertencia.

El 16 de julio de 1947 es cogido en un muslo, leve, mientras torea ─la que sería su última corrida allí─ en Las Ventas.

Otra advertencia. Una más.

Detalle del monumento dedicado al torero Manuel Laureano Rodríguez Sánchez (Manolete), en la ciudad de Córdoba (España). Autor: Pedro M. Martínez Corada. 23 de abril de 2013. Creative Commons.

Tomando un desvío, señalemos que se ha discutido la posibilidad de que Manolete padeciera de una enfermedad de la glándula tiroides (hipertiroidismo), basándose sobre todo en la evidente exoftalmia (proyección hacia afuera de sus ojos), la extrema delgadez física que mostraba, siempre fue así, y su nerviosismo habitual ─se sentía antes de las corridas como un flan, según él mismo dijo varias veces─ que sabía dominar de una manera admirable, casi inhumana, en la faena.

Lo cierto es que no existen pruebas definitivas, médicas, clínicas, de ese hipertiroidismo y los enormes riesgos que corría Manolete en el ruedo y su extrema concentración se deben a su personalidad y su sentido de la perfección en el toreo, no a una enfermedad glandular u otra condición médica cualquiera.

Manolete era como era, un perfeccionista que ponía cuerpo y alma en la faena, y esa actitud no parece tener nada que ver con alguna enfermedad orgánica sino con la personalidad reconcentrada y extraordinariamente competitiva ─duro y seco como un palo de escoba, según lo definió su propia mujer, la actriz Lupe Sino─ que lo llevaba a arriesgarse a límites excepcionales, que eran menos llamativos, aunque sí lo eran si se le ponía atención, por la extraordinaria habilidad que había desarrollado con la capa y la muleta y un talante introspectivo y meditabundo fuera de serie.

El 28 de agosto de 1947 Manolete llega, calmado ─aparentemente─, como siempre, a la plaza de Linares. Le acompañan Luis Miguel Dominguín y Gitanillo de Triana, dos estrellas en ascenso, pero el público, su público, lo espera todo de Manolete.

Y él, como siempre, viene a darlo todo.

Monumento a Manolete frente a la plaza de Toros de Linares (Jaén, Andalucía, España). Autor: Zarateman. El 5 de abril de 2009. Public domain.

Aproximadamente a las 5:00 de la tarde ─todos pensamos en Federico García Lorca y sus “eran las cinco en punto de la tarde” del famoso poema a Igancio Sánchez Mejías ─  Manolete, algo agotado, pero como siempre, tranquilo, distante, e Islero, el quinto toro del día, un enorme astado miura entrepelado, bragado, 700 kilogramos de músculos ─se cuenta que la cuadra de Manolete trató de rechazar ese toro por demasiado grande y el torero, Manolete, no lo permitió─ bravo, herido y sangrante, pero furioso, están frente a frente en la arena. Manolete entra a matar y mata. Islero recibe en su testuz el hierro que lo mata, pero encaja con su asta al torero en la ingle derecha, en el denominado por los anatomistas triángulo de Scarpa (el triángulo mortal de los toreros).

Manolete era un maestro matando, tenía una muñeca muy fuerte y una precisión ─un instinto de nacimiento─ extraordinaria para encontrar el lugar preciso donde introducir, con aparente suavidad, el estoque, pero con Islero, dicen los que saben, Manolete se equivocó, pues debió haber sido más rápido y alejarse a tiempo de un toro que era, a su vez, muy rápido también, imprevisible y sumamente fuerte.

Lo cierto es que al levantar Islero inesperadamente la cabeza en el momento crucial de la suerte de matar, el pitón del toro le ha abierto a Manolete una herida enorme, de más de 20 centímetros, muy sangrante y que parece, además de cercenar músculos, venas y arterias del muslo y la ingle, penetrar en la cavidad abdominal.

Como que se han herido, y matado mutuamente, y en ese tremendo desenlace, como de tragedia griega, hay algo de justicia poética.

Pero continuemos nuestra historia.

La primera intervención quirúrgica se la realizan a Manolete en la enfermería de la plaza de Linares: debridamiento y limpieza de la herida, sutura de las venas que sangran, eliminación de la carne ya muerta y la primera transfusión de brazo a brazo (estamos en 1947 en la España pobre y atrasada de la posguerra), algo impensable hoy.

Pero Manolete sigue sangrando, aunque un poco menos, y debido a su férrea voluntad de vivir y sus 30 años, que eso cuenta, es capaz incluso de tomar agua y fumarse un pitillo, al tiempo que pregunta si el toro, el ya famoso Islero, murió por su espada o si tuvieron que matarlo después.

─Usted lo mató, maestro, limpiamente, ─es la respuesta, y es verdad.

─Menos mal. ─Suspira el torero, preocupado por la perfección de su trabajo más que por su vida en riesgo.

Pero Manolete sigue sangrando y hay que transportarlo al hospital municipal de Linares para revisar, con mejores condiciones técnicas, no demasiadas, la herida. Lo vuelven a operar entre varios cirujanos ─ligadura de vena femoral y revisión de la cavidad abdominal baja─ y lo vuelven a transfundir con sangre donada por sus amigos y allegados, pero es evidente que Manolete ha perdido una gran cantidad de sangre y requiere más plasma y líquidos por vía venosa.

La presión arterial sigue baja y la palidez de Manolete asusta, pero pelea por su vida, conversa incluso, a ratos, con sus médicos y allegados.

Es entonces cuando el deseo de sus amigos, esa necesidad de ser útil a toda costa, se vuelve contra el diestro.

Alvaro Domecq, el dueño de las cuadras que nutrían de toros de lidia muchas de las corridas de Manolete y otros matadores, se aparece, lo buscó en Jaén, con unos frascos de un plasma noruego que había sido donado un tiempo antes a los renqueantes servicios de salud de España.

Bienvenidos son y nadie piensa en los riegos.

Se lo administran a Manolete y este, que aunque grave se mantenía luchando, pierde bruscamente la visión.

Balbucea: ─No veo nada… David, David. ─Y se muere.

Manolete expira bruscamente. Apenas le han pasado por sus venas medio frasco del plasma noruego y ya el torero está muerto. Conmoción.

Claro que pudo haber sido la gran hemorragia y el enorme traumatismo lo que mató a Manolete, pero lo cierto es que ese plasma noruego ya había matado a varias decenas de personas en los tres meses anteriores.

¿Fue una brusca reacción anafiláctica (respuesta alérgica a ciertos anticuerpos) o una contaminación bacteriana masiva?

No lo sabemos, pero todas esas complicaciones eran frecuentes en aquella época, y más, con un plasma que ya había ocasionado problemas muy serios antes. Y además, todo fue tan rápido.

¿Fue Islero entonces el que mató a Manolete o fue el plasma noruego, probablemente vencido y contaminado?

Fueron, casi con toda seguridad, ambos.

Pero ya qué importa.

Manolete es parte, grande, de la historia de la tauromaquia.

¡El diestro ha muerto, viva el diestro!

 

 

 

 

©Félix J. Fojo. All Rights Reserved

About the Author

Félix J. Fojo. La Habana, Cuba, 1946. Es Médico, divulgador científico y un apasionado de la historia. Exprofesor de la Cátedra de Cirugía de la Universidad de La Habana. Desde hace muchos años reside entre la Florida, EE.UU. y Puerto Rico. Colabora en la Revista Galenus, importante revista para los médicos de Puerto Rico. Ha publicado artículos de opinión y divulgación en diferentes medios periodísticos de EE.UU. y Europa. Entre sus libros publicados por la editorial Palibrio: Caos, leyes raras y otras historias de la Ciencia (2013), Una breve historia de la obesidad (2013), No Preguntes por Ellos (2013), De médicos, poetas, locos... y los otros (2014). Su próxima novela, El Corso me decían (Editorial Unos & Otros) se encuentra en edición.

2 Comments on "Manolete y la muerte Noruega"

  1. Catherine 02/11/2019 at 10:44 pm · Responder

    An excellent article – thanks so much!

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