Literatura. Crónica.
Por Mario Blanco.
Leo un artículo en el periódico El País, del periodista Julio Núñez, sobre una mujer sefardí llamada Annette Cabelli, nacida en Salónica, Grecia, que hoy luce la belleza de sus 94 años dando conferencias a los estudiantes sobre su vida, y en específico, su triste estancia en tres campos de concentración hitlerianos durante la Segunda Guerra Mundial. A los 17 años en 1942, fue llevada al campo de Auschwitz, Polonia, y luego a otros dos campos más, logrando su liberación en mayo de 1945 por las tropas rusas.
Varios aspectos llaman mi atención en este artículo, unos conocidos, otros no, que poderosamente atraen mis recuerdos y la curiosidad de la investigación, al menos de un mínimo, de la vasta historia relacionada con estos hechos. Siempre cuando escribo, pienso en el enriquecimiento de la cultura de mis hijos y la futura de mis nietos, objetivo principal de mis escrituras. Pues bien, la mención del campo de concentración de Auschwitz, donde estuve y aprecié con mis propios ojos la barbarie del nazismo allí expuesto, activa mi memoria visual sobre los crematorios vistos, las salas llenas de espejuelos, cabelleras y otros objetos, y nunca será mucho el mencionar repetidamente estos hechos, en aras de evitar su reaparición. Pero poco sabía yo del idioma judeoespañol, llamado ladino. La acepción ladina en el puro español nos dice, de alguien sagaz, taimado, más bien en el sentido malo, pero desconocía, y sin pena alguna expongo mi ignorancia, su liaison con el idioma español, y que además es la principal lengua de los sefardíes, es una especie de idioma español antiguo. Por otra parte, había oído hablar mucho de los judíos sefardíes desalojados de múltiples lugares donde se habían asentado, entre ellos Castilla y León, en la propia España de 1492, sí, en el mismo año cuando Cristóbal Colón descubre América. Muchos sefardíes se sienten españoles, pues sus ancestros que vivieron por centenares de años en esas tierras ibéricas, que antes por 800 años habían sido conquistadas por los moros, los cuales, a pesar de ser musulmanes, habían sido condescendientes con ellos, y la idea de la nacionalidad española, la propia Annette en su entrevista la expresa con orgullo.
Los sefardíes, si bien son una rama proveniente de las primeras tribus israelíes que fueron dispersas por el mundo, arrastran consigo su idioma ladino por todos los lares adonde han emigrado, y dice el director de la Real Academia Española, el señor Darío Villanueva, a la BBC, que: “El judeoespañol es una lengua maravillosa que hoy debería emocionar a cualquier hablante del idioma español”.
En fin, amigos, que hay sefardíes por todo el mundo, y sus genes han quedado segregados por todos los lares. En España se considera que el 20% de la población tiene descendencia sefardí, y la mayor concentración es en Asturias con un 40%. De la misma manera, el entonces imperio otomano fue magnánimo con la emigración sefardí siglos atrás, concentrándose los mismos en Salónica y en Estambul. Justo es decir que España, en 1982, implementó una ley que otorga la nacionalidad a todos los sefardíes que demostraran una clara vinculación con el país, reparando así en parte la indebida expulsión de 1492. Y entonces, por otra parte, todos los que tenemos descendencia directa de España, no pudiéramos negar que algún gen sefardí anda quizás por nuestra red genética, y esto para mucho orgullo, aunque por otra parte se dice que: “Los sefardíes rara vez se mezclaron con la población autóctona de los sitios donde se asentaron, ya que la mayor parte de éstos eran gente educada y de mejor nivel social que los lugareños, situación que les permitió conservar intactas todas sus tradiciones y, mucho más importante aún, el idioma”.
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