León y Astorga

Literatura. Periodismo. Crónica.
Por Mario Blanco.

León. Cortesía del autor.

Salimos de Segovia otra vez en tren, máxime cuando es un tramo algo más largo de lo normal. Atravesamos Valladolid y no pude ver al pariente Chago Fernández tal como pensaba, hubiera sido posible en autobús, pues este se detiene un poco más de dos horas allí para el cambio, será en otra ocasión. Pero quiso el transporte que las dos y media horas de cambio de tren fuera en León, y ahí mismo dijimos, pues a conocer algo de esta ciudad. Dejamos las maletas en consignación y nos fuimos al centro y tomamos un trencito para los turistas, y aunque todo fue muy rápido, hasta churros comimos en el trayecto, pero algo vimos de interés en León. En la Plaza mayor había un tumulto bailando zumba, siguiendo los movimientos de dos chicas que los enseñaban. Bellos: su catedral, ayuntamiento o Diputación Provincial, la Plaza Santo Domingo y el edificio Botines de Gaudí.

Y otra vez al tren, ahora rumbo a Astorga. Aquí debo hacer un breve paréntesis antes de llegar. En este caso aparte de lo que representa históricamente cada ciudad con sus edificaciones, hacia Astorga me mueven los sentimientos por proceder de allí mi abuelo paterno, Angel Lucio Blanco Expósito. El abuelo maragato, y ya más adelante escribiré algo de la maragatería, o la región de España donde queda incluida Astorga, que tiene sus características e idiosincrasia bien definidas. Pero es que la historia del abuelo es interesante y triste, fue entregado al nacer en el torno de una iglesia o en el ayuntamiento, que a su vez lo entregó al hospicio de aquellos tiempos, y parte de este es hoy la biblioteca municipal. Allí estuvo un tiempo hasta que fue adoptado por una familia, al parecer campesina, y teniendo 21 años se fue a Cuba en 1902, pues el nació en 1881, y de nuestra isla nunca regresó a su país y ciudad natal, entregando el resto de su vida, primero en el poblado de Firmeza, donde vivieron muchos años mi abuela y él, y nacieron todos sus hijos. Ese caserío queda cerca del pueblito de Sevilla sobre la carretera de Siboney en Santiago de Cuba. Así, sus últimos días los pasó en la misma Santiago, muriendo joven de unos espasmos y fiebres, en 1933.

Astorga. Cortesía del autor.

Llegamos a Astorga, y caminando unos 15 a 20 minutos arribamos a nuestro hotel, Astur Plaza, magnifico, uno de los mejores hospedajes logrados en el mismo centro del casco histórico, y junto al ayuntamiento del cual años antes, había recibido yo la certificación de nacimiento del abuelo, gracias a mi tozudez gallega y maragata de no desfallecer ante las adversidades, e insistí hasta lograr mis objetivos como en este caso. Desde el trayecto de la estación al hotel, la pequeña ciudad fue embriagándonos con su típica y singular belleza. Pernoctando junto al ayuntamiento, construido en 1765 del período barroco, escuchamos hasta tarde en la noche las campanadas registradas por cada hora que pasa, dando los campanazos, efigies de hombres maragatos. En la tarde y temprana noche, recorrimos los atributos de la ciudad. Nuestro corazón se queda enamorado de Astorga. Otra medalla de oro otorgo.

Temprano al siguiente día, 14 de octubre, lunes, fuimos al ayuntamiento en busca de elementos que nos condujeran a saber, que familia pudo haber adoptado al abuelo. Nos recibió la señora Piedad Fernández, toda una cátedra sobre la región maragata. Nos informó que la posible información podríamos lograrla en la Diputación Provincial en León, por allí pasamos el día anterior sin saberlo, aunque era domingo, o en el Archivo Diocesano adjunto a la catedral. De allí fuimos primero a la biblioteca municipal, que como dije antes, fue parte del hospicio, y allí vimos en frente las ruinas del otro edifico, probablemente el primero, más viejo, pues luego el obispado compró el otro edificio en 1878 para agrandar el hospicio. Allí me detuve pensativo, mirando por dentro y fuera aquella instalación y sus ruinas, imaginando al abuelo pequeñín, o quizás hasta de algunos años deambular por aquellos lares, y aunque soy agnóstico, no por ello la espiritualidad deja de acompañarme, sentí en la mejilla el roce de la brisa que el vuelo de su alma hizo, retozando de gozo al ver a su nieto escudriñando sus raíces.

Astorga. Cortesía del autor.

Salimos rumbo a la catedral y el Palacio Episcopal, este último, una de las joyas arquitectónicas del genial Gaudí. De paso la efigie del León en la Plaza de España, que simboliza la fiereza de sus habitantes en la guerra contra los variados sitios extranjeros que sufrió la ciudad. Dicen que todas las catedrales son bellas, y es verdad, pero esta tiene su hermosura particular. Del Palacio no hay palabras para describirlo, gracias a las fotos que sirven de traductor en las apreciaciones. El archivo está cerrado hoy lunes, y mañana partimos temprano, las gestiones sobre la familia que adoptó al abuelo las tendré que hacer a distancia, desde Montreal. Disfrutamos de la ciudad, su muralla protectora con un muro de 4 metros de ancho y unos 6 de altura, pues sufrió de los sitios de romanos, suevos, visigodos, musulmanes y por último, durante la Guerra de independencia, a los franceses, por ello miembros acaudalados de la nobleza y hasta el rey Bermudo II en el año 988, trasladó su corte a la ciudad amurallada sintiéndose seguro en ella. Larga y rica la historia de Astorga y la maragatería, necesitaré ampliarla en otra ocasión.

Cortesía del autor.

De regreso, hambrientos, no podemos dejar pasar la ocasión de disfrutar del famoso y exquisito Cocido Maragato. La historia dice que la comarca se convirtió en paso imprescindible del conocido, Camino de Santiago, y el vínculo entre la costa atlántica con el centro del país. Surgieron entonces los arrieros maragatos, que transportaban todo lo necesario con seriedad y responsabilidad. Fueron ellos, entre otros, los que crearon este cocido constituido de tres platos que se comen a la inversa de lo tradicional. Se comienza por las carnes, que asumen más de diez tipos diferentes, luego el cocido de garbanzos especiales, y por último la sopa. Se dice que, por su trabajo, los arrieros no tenían mucho tiempo y comenzaban por las carnes que daban más vigor y energía, y en la medida del tiempo y posibilidades, continuaban con el cocido y luego la sopa. Un plato bastó para Alina y para mí, y no pudimos terminarlo. Conocimos de paso en la ciudad, buscando la ergástula romana, a Fernando y su bella hija Lucia, fueron tan atentos que quedamos como amigos.  Cada martes se monta un mercado en las plazas cercanas donde se vende de todo, y pudimos disfrutar del mismo un par de horas antes de marcharnos. Adiós bella Astorga.

 

 

 

 

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About the Author

Mario L. Blanco Blanco, Santiago de Cuba, 1949. Ingeniero naval. Estudió en la Politécnica de Gdansk, Polonia. Trabajó durante algunos años en el Mitrans, organismo central en la dirección de inversiones. Durante el período del 1986 al 1989 se desempeñó como Presidente del Poder Popular del municipio Plaza de la revolución en Ciudad de la Habana. Trabajó luego en el sector marítimo de la Pesca. Fue director de la empresa de Tintorerías y Lavanderías de Ciudad de la Habana. Reside en Montreal, Canadá, desde 1997.

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