Literatura. Teatro. Monólogo.
Por Leonel Menéndez Álvarez.
Cuando yo era una niña, la siesta era el peor castigo. Hoy en día son “mis pequeñas vacaciones”, no salgo a ningún lugar y menos con este virus del covid-19, que me tiene más cansada…
Las amigas me dicen que debería hacer yoga para no volverme loca y yo les digo que, si Dios hubiera querido que me tocara los dedos de los pies, los habría puesto en mis rodillas desde un principio.
Hoy por hoy, tengo todo lo que quería en mi adolescencia. Ya no tengo que ir a la escuela para aprender materias que nunca utilizarás en tu futuro: Geometría y cálculos, entre ellas ¡cuánta pérdida de tiempo todos esos años! Y mucho menos tener que trabajar. Bastante escoba que di en el Hotel Fontainebleau de Miami Beach desde que llegué a este país.
Hoy recibo dinero de mi Social Security, no tengo “toque de queda”. Aún tengo mi licencia de conducir y un cacharro al cual le cambié la bocina del claxon con sonidos de disparos. Y la gente sale de mi camino como un peo cuando les pito a media cuadra. Esta juventud de hoy en día, hipnotizada con los celulares y encima cruzan la calle sin mirar.
Atrás dejo esos días en que las niñas solían cocinar como sus madres, hoy bebo diariamente ron aguardiente, igual que mi padre, en paz descanse, sin esconderme de nadie como lo hacía en mi adolescencia.
Hace años que no voy al gimnasio, pero les digo a mis amigas que voy al gym todas las mañanas en cuanto me levanto de la cama. No es mentira, mi nuevo enamorado, un cubano viejo verde que se llama Jim, y aunque ya no puede, le miento diciéndole que no se preocupe, que aún lo siento, pobre viejo.
Cuando necesito un consejo de mi doctor, lo llamo, pero no entiendo por qué tengo que marcar el uno para inglés, ellos saben muy bien que sólo hablo español, aunque he vivido en USA por más de 50 años.
Tanto yo como mis amigas no tenemos más miedo de quedar embarazadas y el acné hace siglos desapareció. Mientras que las arrugas sobresalen aun usando la crema Pond anti wrinkle todas las noches antes de acostarme. La vejez tiene cara de perro, pero me regaló a cambio mechas de sabiduría, y no se equivoquen, ¡no son canas!
El año pasado me inscribí a un grupo de apoyo para personas que usualmente nunca terminan ningún proyecto, y todavía no nos hemos conocido y le echan la culpa al famoso virus.
Por supuesto que hablo conmigo misma, y está de más decirles que hablo mucho y las que hablaban más que yo ya se las llevó la pelona, que cuando menos la esperas se aparece y san se acabó todo.
La mentira más grande que me digo a mí misma es: “No me hace falta escribir eso, lo recordaré”.
Por supuesto que hablo conmigo misma. Pero para que seguir quejándome, a mi edad significa entrar a una habitación y recordar por qué lo hice. Por cierto, algunos de ustedes serían tan amable en decirme, ¿qué carajo hago en este escenario?
[Febrero 27 de 2022]
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