Huyendo de la peste

Written by on 01/06/2017 in Estampa, Literatura - No comments
Literatura. Estampa.
Por Félix J. Fojo…

El mofletudo y barrigón abate de Fiesole, recluido ya en su solitaria celda después de los rezos de la noche, sentado en su catre y a la luz vacilante de un velón de sebo, un poco mareado aun por  el picante vino litúrgico —del que conservaba un poco todavía, para el buen dormir, en su jarro emplomado—, tomó su cristal de aumento y releyó una vez más la amarillenta página de pergamino de aquel pesado y feo libraco, que se había  traído, con todo el sigilo posible, del depósito de los copistas, un piso más arriba y al otro lado del refectorio del convento.

Estornudó al acercar el rostro a la hoja llena de renglones delicadamente dibujados, pero no por eso menos amenazantes.

Acunaba, sobre sus gruesas rodillas, nada más y nada menos que el Index librorum prohibitorum, la severa lista de lecturas prohibidas, absolutamente prohibidas, que quede claro, por la Santa Inquisición, el brazo ejecutor de su amada, y por qué no decirlo, temida Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Y no cabía ni la sombra de una duda.

Allí estaba escrito, con todas sus letras, tal y como le había comentado en voz muy baja, en susurros casi, el anguloso y pálido prior del convento de Bari, el único conocido con el que se atrevía a intercambiar algunas frases, las raras veces que se encontraban, que fueran más allá de las necesarias para el día a día en que se desenvolvía su opaca vida, deseando, como buen cristiano, entre maitines y nonas, responsos y campanazos, entierros y labores en la huerta, el anhelado paraíso prometido que, esperaba, aún estuviera algo lejano.

Se inclinó y leyó despacio:

El Decamerón, o Cuentos del Decamerón, libro, compendio más bien de historias, escrito por el bastardo florentino (no se sabe con certeza donde ha nacido, o malnacido) Giovanni Boccaccio, literato y poeta, inmoral y blasfemo, que debe estar pudriéndose en el infierno —si es que su arrepentimiento final no le brindó los resultados esperados—, tal y como le ocurrirá a todo aquel que violando las sacras y verdaderas enseñanzas se atreva a posar sus ojos sobre los lascivos y concupiscentes renglones de ese maldito y despreciable volumen.

Amén.

Un estremecimiento le recorrió la espalda, respiró profundo y cerró con un sonido ahogado el mamotreto que tenía en las manos, se puso de pie con un poco de trabajo —el suelo de bastas losas estaba frío como el hielo para sus pies descalzos—, dejó el volumen sobre su único banco y se persignó asustado.

—¡Pero es que la vida es tan corta! —dijo y se estrujó las manos. —¡Y el Juicio Final está tan distante!

Si hubiera tenido un espejo, que no tenía, o si alguien lo hubiera visto en ese momento, y solo Dios lo miraba según él sabía, y temía, su rostro angustiado daría pie a la lástima, o a la risa, de ser un cínico, o un burlón, el observador.

“Dios no debiera darnos el libre albedrío”. Pensó con rabia. “¡Es una trampa para nuestras pequeñas y débiles almas de pecadores!”.

Se decidió con un esfuerzo evidente después de echarse al coleto otro trago del áspero, pero revitalizador, caldo de las viñas de la Umbría.

Se agachó, escarbó un poco entre la paja acumulada debajo del camastro, haló hacia sí el saco de arpillera y extrajo de él un libro más pequeño; se desnudó, se echó de lado en el catre para aprovechar la titilante luz y abrió el manoseado volumen por uno de sus cuentos favoritos. Ya sus vergüenzas estaban reviviendo de solo pensar en las siete muchachas, personajes del libro, y sus deliciosas historias; más tarde habría tiempo de encomendarse al altísimo y pedir perdón, pero ahora…

El Decamerón fue escrito por Giovanni Boccaccio (1313–1375) bajo la influencia de los horrores que presenció durante la terrible epidemia de peste bubónica que azotó Florencia en 1348. Es una de las cuatro o cinco obras literarias que dieron nacimiento a la literatura moderna y siete siglos después de publicada (y copiada y pirateada hasta el infinito) por primera vez, se sigue leyendo, filmando, llevando al teatro y sirviendo de inspiración para multitud de obras literarias.

El abate, al que no le importaba para nada quien hubiera escrito el libro, o por qué, tendría con que soñar esa noche que no fuera, como otras veces, el maldito infierno.

Gracias a Boccaccio, y al buen Dios.

 

 

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About the Author

Félix J. Fojo. La Habana, Cuba, 1946. Es Médico, divulgador científico y un apasionado de la historia. Exprofesor de la Cátedra de Cirugía de la Universidad de La Habana. Desde hace muchos años reside entre la Florida, EE.UU. y Puerto Rico. Colabora en la Revista Galenus, importante revista para los médicos de Puerto Rico. Ha publicado artículos de opinión y divulgación en diferentes medios periodísticos de EE.UU. y Europa. Entre sus libros publicados por la editorial Palibrio: Caos, leyes raras y otras historias de la Ciencia (2013), Una breve historia de la obesidad (2013), No Preguntes por Ellos (2013), De médicos, poetas, locos... y los otros (2014). Su próxima novela, El Corso me decían (Editorial Unos & Otros) se encuentra en edición.

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