Literatura. Relato.
Por Nora Salgueiro.
Una niña flota sobre colinas verdes, un pez colorado se desliza entre burbujas y corales; ese hombre sobrevuela mar abierto al tiempo que aquel otro parece hablarle a la margarita que tiene en su mano ¿O es la margarita quien le habla? Cerca, el feroz rinoceronte con fauces abiertas muestra dos corazones por colmillos. El barco, llevando un único pasajero, se destaca sobre el tapiz donde pueden leerse palabras banales.
El mural en la estación del subte -obra de un artista- vela con humor, ternura, surrealismo, aquello que podrían ser vicisitudes de cualquier existencia. Mientras aguarda, observa.
Mira. Recuerda:
Te dejaré entrar en mi vida como quien sube a un bote, dijo él esa noche de lluvia. Ni a un crucero ni a un buque, a un bote, subrayó. ¿Sabés de qué hablo, verdad?
Se refería a prudencia, habilidad, equilibrio, tal vez. Fuera lo que fuese, no para cualquiera. ¿Le pedirá que remen juntos? Llegado el momento ¿la nombrará, acaso, segundo timonel? Lo importante es que, tratándose de quien se trata, lo dicho resulta toda una invitación. Más: una nueva declaración de amor.
Generoso, cálido, algo rústico, encantador. Vale pasar al siguiente nivel.
Halagada por haber sido elegida vuelve a concentrarse en el mural. Llaman su atención dibujos que hasta entonces no había advertido. El hombre azul sostiene en la palma de la mano una casa diminuta de paredes amarillas; lo rodean pequeños, parecen bebés con un único rulo por cabello. Más allá…
Los vagones llegan al andén. Cuando las puertas vuelven a cerrarse es absorbida por la oscuridad del túnel la incomoda tanto.
Sin embargo, lo sabe: se trata del trayecto más breve, directo. Aquel que le permitirá dejar atrás altas colinas, mares encrespados, fieras peligrosas, para embarcar por fin. Embarcar en esa nave con velas desplegadas donde él aguarda.
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