Periodismo. Política.
Por Jesús Hernández Cuéllar…
Un siglo de revolución mexicana, más de medio siglo de revolución cubana, 16 años de revolución bolivariana. Sin dudas, ha llegado la hora de evaluar la utilidad de las revoluciones políticas, especialmente las radicales y violentas. Es importante hacer esa evaluación porque las revoluciones políticas, generalmente, provocan miles sino millones de muertos a favor y en contra de ellas, destruyen la economía de las naciones, imponen sufrimientos enormes e impulsan cambios radicales en la sociedad. En muchos países en vías de desarrollo, los protagonistas de las revoluciones utilizan conceptos hermosos como la igualdad, la autodeterminación de los pueblos, la soberanía nacional, el desarrollo económico y la libertad, para ganar adeptos. De modo que en teoría, las revoluciones son portadoras de ideales por los que muchas personas han estado dispuestas a morir y, de hecho, han muerto.
El punto es saber si vale la pena someter a las naciones a ese sacrificio descomunal. La revolución mexicana de 1910 dejó un saldo de casi dos millones de muertos. Se atribuye a la revolución comunista china de Mao Zedong la escalofriante cifra de no menos de 20 millones de muertos. Otros aseguran que hasta 60 millones.
En el caso cubano, la revolución se proclamó como una fórmula para derrocar al general Fulgencio Batista, que en marzo de 1952 había dado un golpe de estado al último presidente democrático cubano, Carlos Prío Socarrás. Con el derrocamiento del dictador, se restauraría la Constitución de 1940, muy progresista por cierto, que contenía todos los principios que ocho años más tarde, en diciembre de 1948, formarían parte de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU. Aquella revolución romántica y presuntamente democrática de 1959, fue respaldada por todos los sectores de la sociedad, inclusive por gran parte de la sólida comunidad empresarial cubana. Desde los primeros días, Fidel Castro, líder máximo del movimiento revolucionario, aclaró una y otra vez, dentro y fuera de Cuba, que no se trataba de una revolución comunista.
Muy poco después del triunfo revolucionario, Castro cambió su discurso, nunca hizo elecciones democráticas en los 18 meses que siguieron a la caída de Batista como había prometido, se autonombró primer ministro, se enemistó con Estados Unidos y estableció sólidos lazos políticos, económicos y militares con la Unión Soviética, en medio de la Guerra Fría.
Hacia finales de 1961, Castro proclamó sus principios marxista-leninistas abiertamente, y juró que sería marxista-leninista hasta el último día de su vida. A partir de tales principios, Castro, ya convertido en la revolución misma, en la Patria y en el socialismo, se propuso sustituir a la clase rica y a la clase media, ya muy desmembradas, por una presunta nueva clase única, de obreros y campesinos, dueña del poder político, sin desempleo, sin corrupción, sin desigualdades, en un país soberano y libre.
Consecuente con los principios marxistas, la revolución cubana se hizo propietaria de todo y se convirtió en patrona de todos los trabajadores cubanos. En el verano de 1960 había expropiado todos los capitales estadounidenses y los grandes capitales cubanos, y se había adueñado de todos los medios de comunicación social. En 1961, con el peso cubano a la par del dólar desde finales de los años 40, hizo un cambio de moneda que dio el tiro de gracia al valor del peso, para siempre. En marzo de 1968, se hizo dueña de todos los pequeños negocios que aún sobrevivían en Cuba. El resultado de este experimento fue un desplome total de la economía y el nacimiento de un nuevo orden de clases sociales, en el que prima la miseria.
Cifras oficiales recientes indican que el salario promedio en Cuba hoy día es de aproximadamente 400 pesos cubanos, equivalentes sólo dentro de la isla, a unos 20 dólares. Es decir, la sociedad cubana vive con menos de un dólar al día, que es un fundamento de la ONU para explicar quién vive sumido en la pobreza. Esto quiere decir que la igualdad generada por la revolución cubana es la igualdad de la pobreza. Fuera de Cuba, el peso cubano no tiene valor alguno.
En materia de autodeterminación, la realidad es clara. Los cubanos acudieron a las urnas para elegir su destino, de manera democrática con una serie alternativas políticas serias a mano, por última vez, en 1948. Hace casi 70 años. Las actuales elecciones populares de partido único, son similares a las que se implementaban en los países comunistas de Europa, y sólo sirven para ratificar la voluntad del Partido Comunista, único legal, y muy especialmente la voluntad de Fidel y Raúl Castro.
La soberanía nacional cubana, otro principio proclamado por muchos líderes de revoluciones violentas, quedó en manos del imperio soviético durante 30 largos años, entre 1960 y 1990. En aquel período, para que Castro, que es la revolución real, pudiese permanecer en el poder tantos años, Cuba tuvo que combatir en dos cruentas guerras en Africa, una en Angola y otra en Etiopía, a lo largo de las décadas de los 70 y 80. Fue el Vietnam cubano. En todos los foros internacionales, Cuba tuvo que cumplir el triste papel de lacayo de los intereses soviéticos, en ocasiones de la manera más ridícula. Castro emprendió una verdadera cruzada dentro del Movimiento de Países No Alineados para hacer girar a ese grupo hacia la órbita soviética. Muchos líderes mundiales le respondieron directa y públicamente, que no estaban interesados en socializar la pobreza. Desde principios del siglo XXI, mucho después del derrumbe del imperio soviético, Cuba ha vivido a merced de los delirios políticos de Hugo Chávez primero y de Nicolás Maduro después, quienes se convirtieron en los nuevos patrocinadores de la revolución cubana, ante la imposibilidad del régimen caribeño de crear prosperidad, por sí mismo. También, en buena medida, los asesores cubanos en Venezuela son responsables de esos delirios.
Pero el respeto por la autodeterminación y por la soberanía no sólo es sobre las propias, sino también sobre las ajenas. A principios de los 90, en Brasil, Fidel Castro confesó que Cuba había intervenido en apoyo a los movimientos guerrilleros comunistas que se habían desplegado en toda América Latina durante las décadas de los 60, 70 y 80, con la sola excepción de México. En realidad fue más que un apoyo. Muchas de esas guerrillas se entrenaron directamente en Cuba, y fueron armadas y financiadas por el gobierno cubano, con el fin de imponer regímenes comunistas como el cubano, en todo el continente.
El embargo norteamericano a Cuba, implementado hace más 50 años, ha jugado sin dudas un rol negativo en la economía de la isla. Pero como dijo el ex presidente norteamericano Jimmy Carter en 2002, ante Castro, en la Universidad de La Habana, Cuba tiene relaciones comerciales con otras 180 naciones en las que podría comprar lo que necesita a precios más baratos que en Estados Unidos. Y, además, en Estados Unidos es precisamente donde Cuba compra hoy día la mayoría de los alimentos y medicinas que necesita, a pesar del embargo. El Anuario Estadístico de Naciones Unidas revela que desde 2007 Estados Unidos es el quinto socio comercial de Cuba y el principal abastecedor de alimentos a la isla.
Después de todo, Venezuela no tiene embargo comercial. El estado venezolano disfruta de notables inversiones en Estados Unidos que le proporcionan fuertes ingresos. A pesar de ello, Venezuela vive una innegable crisis económica con 28% de escasez de productos importantes y una inflación que supera el 56%, la más alta del continente. Todo ello explica que la fórmula socioeconómica que tratan de imponer Cuba y Venezuela, es sencillamente desastrosa.
Ese tipo de socialismo, abandonado por sus precursores europeos hace más de dos décadas, es defendido por sus líderes regionales con dos banderas: la salud y la educación gratuitas. Muchos países del mundo tienen salud y educación gratuitas, y no han necesitado encarcelar ni matar a sus adversarios. No olvidemos que las calles venezolanas todavía están manchadas de sangre de estudiantes que salieron a las calles a pedir democracia y libertad. Igualmente teñidos de sangre están los paredones de fusilamiento de la Cuba de los hermanos Castro. Además, si fuésemos a poner precio a la ausencia de libertades, al sufrimiento que viven y han vivido los prisioneros políticos dentro de las cárceles, al miedo a ir a prisión por decir lo que se piensa, a la humillación que representa repetir como papagayos las consignas oficialistas, ¿a cuántas carreras universitarias, a cuántas operaciones de corazón abierto equivaldría todo eso?
Lo anterior define con suficiente claridad las características de los logros de la revolución cubana en más de medio siglo, y la bolivariana en más de tres lustros, y explican si vale la pena o no emprender revoluciones violentas en nombre de la libertad, la igualdad, la justicia social, la soberanía y la autodeterminación de los pueblos. ¿Gato por liebre? Algunos sádicos aseguran que Estados Unidos nunca ha invadido militarmente a la Cuba de los hermanos Fidel y Raúl Castro, precisamente, para que permanezca ahí, con su retórica antimperialista, como un triste museo del fracaso.
[Este trabajo del director de Contacto Magazine.com ha sido autorizado amablemente para Palabra Abierta]
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