Literatura. Crónica.
Por Mario Blanco.
Retorno a mis tiempos de estudios juveniles cuando al mencionarse esas ciudades y parajes de la historia antigua abría mis entendederas para captar todo, quedaba hechizado con el desarrollo de aquellas sociedades.
Cuan lejanos estaban aquellos jóvenes estudiantes que viajábamos a Europa en la cubierta de los barcos, entonces soviéticos, de la fecunda historia de Constantinopla, esa ciudad que abría sus brazos y nos dejaba circular por sus aguas en el Estrecho del Bósforo, para que disfrutáramos de su belleza.
En 1970 la primera vez que atravesé aquel Estrecho, muchos de nosotros admirábamos el entorno, la majestuosidad de aquella ciudad, antes Bizancio gobernada por los griegos, desde su creación allá por el 667 a. c., hasta el 330 d. c. cuando el imperio romano del oriente la conquistó llamándola la Nueva Roma y también Constantinopolis según algunas monedas acuñadas al efecto, y se le dio un rango como ciudad similar a la de Roma, incluso se le construyó una de las primeras bibliotecas del mundo allá por el año 340, y por último se le llamó Estambul, a raíz del dominio por el imperio otomano en el siglo XIII, y luego su nombre fue refrendado en la Constitución otomana en 1976. Quizás la belleza de todas sus mezquitas, la cercanía de la costa que permitía admirar el deambular de su gente y en general toda su antigua arquitectura con sus maravillosos palacetes expuestos, nos extasiaba como niños embelesados ante tanta belleza actual, sin remontar en nuestras mentes a aquellos siglos de gloria durante los cuales las diferentes culturas que la poseyeron, la fueron creando como toda una joya que es.
Creo, pocos entonces nos recordábamos de la historia fehaciente que teníamos a nuestro alcance. Pero amante yo siempre de ella, me recordaba un tanto de las clases de esta materia impartidas en la secundaria básica, y a ratos me trasladaba e imaginaba a los griegos luchando contra los romanos en sus cuadrigas tiradas por caballos, y a los soldados con sus lanzas, arcos y escudos. No muy lejos de allí está Troya, la ciudad escenario de la famosa batalla entre Aquiles y Héctor tan bien narrada por el inigualable Homero.
Esa primera vez, recuerdo la construcción entonces de su primer puente que une la parte europea con la asiática de esta deslumbrante ciudad. A menudo regreso en mis meditaciones, y que orgullo haber podido estar en el centro de ese mundo del cual emanaron incluso las primeras comunidades humanas. Luego atravesé dos veces más esta bella ciudad y siempre contrajo mi corazón al saberme un elegido más en este mundo que tenía la ocasión de extasiarme en esa maravilla.
Pero quiso la vida premiarme muchos años después con que mi hija Adriana paseara entonces por sus calles, visitara sus mezquitas y su enorme mercado, el Gran Bazar, uno de los más grandes del mundo que data del siglo XV.
Cuando escuché también el enigmático nombre de la Mesopotamia, y su descripción de este término griego que significa entre dos ríos, en este caso el Tigris y el Éufrates al suroeste de Asia, área que hoy ocupan parte de Turquía, Siria, Iraq y Kuwait, y es conocida como la cuna de la civilización humana, allí al sur se asentaron los sumerios grandes innovadores de la división del tiempo en días, noches, horas y minutos, así como en el campo de la literatura, la arquitectura y la gobernación. Realmente no llenaban mi mente las ideas de poder conocer de esta manera el nudo gordiano del desarrollo de la humanidad, yendo allí y mirando todo aquello algún día. Pero que lejos estaba mi imaginación de joven sin tener en cuenta el factor destructivo del tiempo, y más destructivo aun las acciones de los propios hombres sobre la naturaleza, e incluso sobre sus propias obras creadas. Sería ocioso relatar aquí lo que los textos de historia recogen en detalles sobre el nacimiento de aquellas primeras civilizaciones y su desarrollo progresivo, solo significar que esto ocurrió en el medio del globo terráqueo, cerca de su ecuador, y lo más lamentable es que hoy en día existe una gran disyuntiva política en esos países, a pesar de la gran riqueza del petróleo que tienen, pero las incomprensiones de sus habitantes los han llevado a guerras continuas y desavenencias que todavía hoy peligra la estabilidad del resto del mundo por los diferentes focos guerreristas que aun allí perviven, sin hablar de acciones recientes de algunos grupos que se dedicaron a destruir los viejos templos que son como las verdades tangibles de la historia. Como ejemplo lo que ha hecho el grupo islámico ISIS, al parecer para buscar apoyo y además saquear esas reliquias.
Nunca he podido ir por esos lares, solo los textos me han hecho enrumbar esos parajes desde la historia antigua de Mishulin aprendida en la secundaria, los textos de Homero y Plutarco y hasta las recientes novelas y muchas de las series creadas por los propios turcos. Hoy incluso tengo allí a un amigo, Abel Gonzalez Ortego, trabajando en Bahréin, quizás él tenga la oportunidad y me cuente de ver esas maravillas del mundo.
Por último la mística Babilonia, que la primera vez que vi ese término fue en un libro religioso que tenía mamá con algunas imágenes, y que yo a escondidas lo hojeaba, pues en el había rezos que ella de vez en vez consultaba. Se encuentra a unos 100 km de Bagdad en Iraq, e incluso dicen que el ajusticiado dictador Saddam Hussein reconstruyó en parte sus ruinas. La ciudad de Babilonia fue la sede o capital del famoso imperio babilónico allá por el siglo VI antes de Cristo, desarrollando su poderío por toda la Mesopotamia. Mas tarde ya en la secundaria oímos hablar del rey Hammurabi, que fue el sexto rey del imperio babilónico y sus famosas leyes o el Código de Hammurabi que establecía leyes en principios universales y eternos de justicia dictados por los dioses. De paso recuerdo ahora un chiste juvenil cuando alguien se quedaba sin saber nada después de una explicación, le decían estás o te quedaste en Babilonia, como para decir no comprendiste nada o estás ausente con tu mente en otro lugar lejano.
En fin, amigos, que en la vejez recordamos aquellas clases de historia de nuestra juventud y nos preguntamos si los jóvenes hoy tendrán también nuestras inquietudes, y sobre todo si los manuales actuales serán tan buenos como los de aquellos tiempos que lograban su objetivo en estudiantes como yo, que por muchos años que hayan transcurrido, aún aquellas enseñanzas las sentimos latentes.
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