Que la vida es un entramado de coincidencias, se hace patente cuando menos lo esperas y, en ocasiones, afloran con las mismas un aluvión de recuerdos que han permanecido durante años en la trastienda de la memoria. Les cuento. Hace unos meses cambié de domicilio y, por esas mismas fechas, retomé las páginas de un proyecto novelístico que ha estado en el cajón, a medio hacer, durante 25 años. Trata sobre la vida y milagros de un peculiar sujeto, Juan Casasnovas, que a lo largo de unos meses y tras conocernos en el hospital -en el que yo trabajaba y donde él ingresaba una y otra vez a causa de su progresivo deterioro-, me relató las mil y una historias que por entonces me cautivaron.
“Ahora que de casi todo hace 20 años…” -decía el poeta Gil de Biedma-. Pues bien: dispuesto a comprobar lo que podrían dar de sí aquellos capítulos abandonados, me sumergí de nuevo en unas historias de las que fui mero transcriptor.Casasnovas se hizo millonario con el contrabando de oro entre Suiza y la India, por su afición al juego terminó arruinado… Años después enfermó de cáncer, volvió a Mallorca y su hermana le mandaba mensualmente el dinero necesario para comer y pagar la habitación de la pensión donde se alojaba.Unos días después de volver al hilo, fui presa del asombro. Dicha pensión, el Hostal Pons, está a escasos 20 metros del lugar en que ahora vivo. Y el cercano bar Martín donde Casasnovas se trasladaba para el café, es también el que frecuento a día de hoy. Se diría que el destino me ha traído al escenario donde transcurrieron los últimos años de mi personaje y, también por ello, el interés que puse entonces se ha renovado. Podría presumir que dejé a Casasnovas en suspenso hasta que la casualidad me pusiera de nuevo tras sus huellas. Tengo que preguntar en el bar si aún lo recuerdan y, conociendo a los dueños, me será fácil. ¡No me lo acabo de creer…!
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