Alarma en el Capitolio*

Written by on 16/05/2020 in Literatura, Relato - No comments
Literatura. Cuento.
Por Ismael Sambra.

Capitolio de La Habana. Wikimedia Commons.

El tren saldría a las seis; pero ellos prefirieron dar una vuelta por la parte más vieja de La Habana, antes que estar sentados en el andén esperando la hora de la salida. Apenas eran las tres y tendrían tiempo de seguir recorriendo la ciudad: contemplar las viejas edificaciones del tiempo de la colonia, los fragmentos de la muralla que se conservan como testigos de una época casi remota, ir por la Alameda de Paula y disfrutar de estilos arquitectónicos insospechados: templos y parques con sus muros de piedras como reliquias, como piezas de un inmenso museo con todas las rarezas y bellezas que hicieron que La Habana fuera declarada Patrimonio de la Humanidad. Frase ésta que Él pronuncia con vehemencia cuando se ven obligados a guarecerse de la lluvia en el primer mezanine que encuentran y que Ella repite como quien no comprende bien un significado: <<Patrimonio-de-la-humanidad…>>, para luego agregar con cierta agudeza, con el aire del que improvisa versos <<Pero está vieja la parte vieja de La Habana Vieja>>. Entonces sonríen por la ocurrencia y Él la abraza y la besa tan fuerte que llaman la atención, y Ella sonrojada le toma la mano y lo arrastra a la calle y cruzan la esquina para terminar de escampar el chaparrón frente al vetusto hotelucho Isla de Cuba, desde donde se domina el Paseo de Martí, con sus parques y rotondas con plantas florecidas y estatuas y bancos de hierro, alcanzándolo todo a como daba la vista, hasta el fondo, donde se asoma la cúpula impetuosa del Capitolio bajo las ya dispersas gotas que la hacían resplandecer; porque el sol no se había ocultado en ningún momento, las gotas muy finas que se hacían sólo visibles en los pequeños charcos formados en la calle y en las aceras.

—¡Vamos!
—¿A dónde?
—Hasta el Capitolio.
—¿Y si se nos va el tren?
—Hay tiempo.

Sortearon el tránsito porque la avenida era ancha y ellos habían seleccionado imprudentemente la parte más complicada. Sortearon también los charcos en algunas partes hundidas o desconchadas de la acera. Sobre todo Ella que tenía unas sandalias que le dejaban totalmente al desnudo los pies, <<no soporto que se me mojen>>, dijo esto o algo parecido y Él reparó nuevamente en que le gustaban por lo limpio y bien cuidados.

Ya la tarde comenzaba a declinar entre un color plomizo y dorado. La mojazón le daba cierto encantamiento y un brillo singular. Cuando estuvieron frente al Capitolio, Él consultó su reloj, se rascó la barba algo indeciso y la miró como esperando el impulso que los moviera a entrar. Le había explicado que allí radicaba la Academia de Ciencias de Cuba y que aquello que se veía, y que a Ella le llamara la atención, era el museo.

—¿Y museo de qué?
—De ciencias naturales. ¿Entramos?
—Se nos va a ser tarde.
—Todavía hay tiempo. Te va a gustar.

El museo estaba ubicado en el ala izquierda del edificio y la gente subía con premura los escalones que lo separaban del nivel de la acera. Después se enteraron de que se apuraban para llegar a tiempo a la función del PLANETARIUM; pero duraba más de una hora y para eso no tenían tiempo. <<¡Qué lástima!>> porque allí se ve el movimiento de los planetas como si se estuviera en el espacio. <<En otro viaje a La Habana será>>.

Ella dejó su carterita de cuero en la recepción. Allí se la pidieron y le dieron a cambio un ticket para la recogida.

—Por favor, pasen por aquí…

Leyeron primero un mural que hablaba sobre el origen de la vida, las especies, el hombre y su árbol genealógico, surgiendo casi de la nada. <<Para llegar a la nada>> —pensó Ella fijándose en otro gráfico donde la materia se descompone en materia orgánica. <<Y mira que se pasa lucha>> —agregó: <<Tanta guerra y tanta ambición de poder para morirse igual>> —pensó Él. Y Ella, mientras leía, buscó instintivamente el apoyo de su hombro.

Siguieron avanzando así unidos.

—¡Cómo hay cosas lindas en la vida! —dijo Ella—. ¡Mira esos corales!
—Parecen encajes.
—La naturaleza es perfecta.

Y apretó nuevamente su brazo y se reclinó extasiada contra su pecho, plena, gozosa. Él no pudo resistir esta vez la suavidad de su gesto y la besó.

En eso un grupo de jovencitas irrumpió delante de ellos riendo y mirándolos con picardía y cuchichiando. Ella advirtió la censura y se separó disimuladamente. Una joven se inclinó quizás demasiado sobre la vidriera de los corales.

—Por favor, sepárese un poco para que todos podamos ver —dijo Él como en contraataque.
—Sí, muchachitas, se-pa-ren-se que esto es un museo —dijo, al parecer la líder del grupo, con un tonito picante. Y todas celebraron el mensaje riendo.

La más joven quiso poner algún orden y con un tono changueado produjo un silbido para llamar a silencio, pero sin conseguirlo, y sólo cuando la custodio se asomó en el extremo del pasillo se dispersaron.

—¡Qué barbaridad, esta juventud de ahora no respeta a nadie.

Y se cogieron sólo la mano para evitar otro percance. Tenían una semana de casados y habían pasado la luna de miel en el hotel Habana Libre. En el museo podían disimular muy poco la dicha que los unía.

Eran felices. Sobre todo Ella que además visitaba por primera vez La Habana. La Habana soñada casi desde niña, desde que el hermano estuvo becado después de la Campaña de Alfabetización y le contaba <<La Habana es un fenómeno, deja que tú la veas>>, y ya habían pasado veintitrés años deseándolo en aquel pueblito del central de Contramaestre en Santiago de Cuba. <<Cuando nos casemos nos pasamos la luna de miel en La Habana>>, y ya el sueño y la promesa eran realidad y estaban como en las nubes.

Pasaron de corrido por la sala de animales prehistóricos y de ahí atravesaron otras sin detenerse en detalles. Apenas les quedaba tiempo.

REPRODUCCIÓN DE LA CUEVA DE PUNTA DEL ESTE

Leyeron en un pequeño cartel, y una custodio los invitó a pasar. Ella le dijo que no le gustaba la idea esa de estar metida en una cueva, que le daba la impresión de… Pero Él insistió y <<no seas boba, chica, que eso es de mentiritas>>, y bajaron a través de unos estrechos escalones.

Resultó ser una auténtica caverna utilizada por los oborígenes de Cuba. Allí se advertían las huellas: pinturas rudimentarias, vasijas, fogatas, leña seca. Todo ambientado hasta con figuras de indios vaciadas en yeso en diferentes posiciones y labores. ¿Era una reproducción exacta? Él salió de dudas cuando el guía le respondió afirmativamente.

—Sí, en tamaño y todo —y enseguida agregó en el tono que lo hubiera hecho un narrador de grandes acontecimientos—. Observen que ahora se ha hecho de noche.

Ellos giraron en la dirección indicada y divisaron un espléndido paisaje nocturno: palmas y montañas lejanísimas. Un aparato eléctrico iba cambiando automáticamente los tonos de la luz que era azulosa, luego como de luna llena y después cada vez más suave como de amanecer.

Y esperaron impacientes el cambio junto a otros espectadores que se habían interesado en la inesperada función.

Fue en ese mismo instante que sonó la alarma, una potente sirena que sobrecogió los ánimos. Tenía un sonido similar a las que aparecen en las películas de guerra.

—Salgan pronto, es la alarma del edificio —dijo el guía tratando de infundir serenidad.

Hubo un momento de duda, de confusión.

—¿Qué pasa? —preguntó una mujer muy asustada.
—No sé —dijo el guía—, salgan, salgan.

Ella pensó que podía estarse desplomando la cueva, que si no se hubiera dejado llevar por él… pero no, seguro que todo era de cartón.

—Hay que salir.

No se sabía nada y todos se apretujaron en los escalones y había que andar con calma para la más pronta evacuación.

—En orden, en orden —se oyó de nuevo la voz del guía que cerraba el grupo.

Ella se imaginó que algo grave estaba ocurriendo. Cuando alguna alarma suena es porque algo altera el orden y hay que ponerlo todo en alerta. Pensó en su carterita de cuero. Él cambió la expresión. ¿Acaso notarían la ausencia de algún objeto? Registró en la memoria. Quizás la colección de mariposas o el esqueleto del dinosaurio, eran auténticos. No, qué sentido tendría llevarse un esqueleto tan grande por más antiguo que fuera. Recordó de pronto lo del “robo del diamante”. Había oído hablar a su padre algo de eso, de que cuando Grau San Martín era presidente se robaron el diamante del Capitolio, no sé con qué objetivo, pero creo que después apareció. No, no estoy seguro, a lo mejor lo volvieron a meter en su nicho, bajo la cúpula mayor, para seguir marcando el kilómetro cero del país; y ahora se lo estaban robando de nuevo. ¡El famoso diamante del Capitolio de La Habana en plena crisis!

Pero, ¿a qué viene pensar en eso? Tantas y tantas especulaciones si de todos lados la gente convergía en el ancho corredor con expresiones y gestos interrogativos, cuando lo más importante era evacuar, porque había sonado una sirena de alarma que se hacía insoportable, aplastando los gestos, el murmullo, el ruido de los tacones sobre el granito pulido.

—Por aquí, rápido, rápido.

¡Qué manera de haber gente! Era mucho el ajetreo y se hacía imprescindible la voz autoritaria de los guías conocedores del edificio, cuya arquitectura de columnas elevadas y anchotas, rematadas en arcos de medio punto, y resueltas en uniformes vericuetos y ásperas encrucijadas, dejaban la posibilidad de despistar al poco conocedor de sus entradas y salidas.

—Rápido, rápido, sin correr.

Una vieja cruzó delante de ellos en uno de los corredores. Iba casi desfallecida, apoyada en los brazos de otra que al parecer era su hermana. ¡Pobre vieja! El grupo de jovencitas pasó casi disperso en tropelosa carrera. Una tropezó ligeramente con Él, la de la vidriera, quizás adrede, en desquite; pero no había tiempo para reclamaciones. Iban agitadas, muy serias, con expresiones entre ¿Qué estará pasando? y ¿A dónde nos llevan?

Y la sirena sin parar. «¡Coño, que ruido!», resonando y resonando con el eco en las concavidades y en las sólidas paredes. Fue entonces que se le sumó el ruido de los aviones y produjo como un paro, apenas imperceptible, en los movimientos.

—¿Qué es eso, aviones? -dijo Ella.

Y él la miró desconcertado, sin poderlo admitir. «¿Coño, qué está pasando?». Y presintió lo peor, pues enseguida se sintieron las explosiones y el silbido de las bombas.

—¡Aquí, todos aquí!

Las filas desembocaron en un gran salón al borde del recinto. Era como un hueco porque alrededor los pasillos quedaban alto y hubo que descender siete escalones. Desde aquí se podía ver la calle a través de las grandes verjas de hierro que cerraban de columna a columna y daban acceso al exterior. Él miró y le pareció ver que la gente corría allá entre unos edificios en ruinas. Dudó entonces si las ruinas eran recientes o viejas, pero sí le pareció que cierto polvillo las circundaban. <<Allí calló una>>.

Todos se habían quedado de pie y se miraban unos a otros con signos de interrogación. Caras confundidas, caras asustadas, caras confiadas, caras indefinidas. Nadie decía una palabra. «¿Resistirá el edificio?», pensó Ella, quizás cuando otros se hacían la misma pregunta. «Están destruyendo La Habana. Pero mi madre, ¿qué pasa que de aquí no tiran?».

Y ya no hubo tiempo para más. El ruido de los aviones se alejaba. Parecía que todo iba a regresar a la normalidad. Él comenzó a dudar de la realidad de los hechos y en eso salió la voz gruesa y percutiente de un hombre uniformado.

—Agradecemos a todos la colaboración que han prestado en este ejercicio de simulacro de ataque al edificio, en saludo al “Día del Miliciano”. Patria o Muerte, compañeros.

El murmullo se hizo una sola voz, como un estallido. Todos dijeron algo al mismo tiempo. Algunos sacudieron la cabeza con desenfado, otros hablaron del susto que habían recibido o hicieron sólo un gesto: sorpresivo, positivo, negativo, represivo. Ellos se miraron y finalmente sonrieron. Él arqueó las cejas con resignación. Habían perdido el tren de las seis y de pronto repararon en los tiempos que estaban viviendo. ¿Eran felices? Se quedarían algunas horas más en la ciudad. Seguirían hasta el Malecón bajando esta vez por el Paseo del Prado y mirarían al mar iracundo, desafiante, desde La Habana angustiosa, impaciente, vieja…

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Nota:
* Mención Concurso Nacional de Literatura “XXX aniversario del Moncada”, 1983. Premio del Concurso Nacional de “Cuentos de Amor”, Las Tunas, 1984.
Tomado del libro Vivir lo soñado (Cuentos breves), Editorial Betania, 2002. Prólogo de Daniel Iglesias Kennedy. Epílogo de Rafael Carralero.
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About the Author

Ismael Sambra (1947) Santiago de Cuba. Fue fundador del primer grupo de escritores y artistas independientes cubanos conocido como El Grupo. Ha publicado poesía, cuento, crítica, artículos y ensayos. Ha recibido premios y reconocimientos. Entre estos el internacional de poesía Casa de Las Américas y el Nacional de Poesía Heredia. Ha publicado, entre otros libros, Las cinco plumas y la luz del sol (cuento para niños), Hombre familiar o Monólogo de las confesiones (poesía), The art of growing wings (cuento para niños), Los ángulos del silencio (Trilogía poética), Vivir lo soñado (cuentos breves), Bajo lámparas festivas (poesía), El único José Martí. Principal opositor a Fidel Castro (ensayo), The five feathers (cuento para niños), L’histoire des cinq plumes (cuento para niños), El color de la lluvia (relato para niños, edición bilingüe), Cuentos de la prisión más grande del mundo (cuentos para adultos), Family man (poesía), Queridos amantes de la libertad (periodismo),  Monologue des confessions (poesía, edición bilingüe).  Es coautor con Manuel Gayol Mecías de la compilación y selección Cuentos erróticos (cuentos para adultos). Es Académico Correspondiente de la Academia de Historia de Cuba en elExilio y Miembro de Honor del PEN Club de Escritores de Canadá.

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