Literatura. Crónica. Crítica.
Por Mario Blanco.
Hoy me veo impelido a hablar sobre esta condición humana. La palabra suena bella, romántica al oído y rara es la persona que no la acepte como un atributo excepcional del ser humano, y así es. Y es que realmente cuando lees la frase del erudito y filósofo griego Sócrates: “Solo sé que no se nada”, es la mejor muestra de la modestia. Desde luego todo el mundo valora que fue una exageración suya entonces por su gran nivel de conocimientos, pero no para el sabio, pues él no tenía en cuenta lo que ya sabía, sino todo un mundo de conocimientos que aún no estaban a su alcance.
Pero la vanidad del ser humano supera muchas veces las alturas de la modestia, y al rebasarlas, independientemente de la erudición real que se tenga, causa en los demás una percepción negativa. ¿Conocerán o no los inmodestos el mensaje desaprobatorio que emanan? Al parecer unas veces sí, y otras no. Comencemos por lo menos complicado, aquellos que sin percatarse emiten esa sensación que angustia, enerva y provoca generalmente sensaciones de rechazo en aquellos otros, los afectados. Entonces los que sufren las consecuencias valoran si, a rajatablas exponerles su percepción, pasarle la mano, o simplemente ignorarlos y esquivar sus conversaciones o análisis con ellos. Depende también del grado de cercanía, si son familiares o íntimos amigos, compañeros de trabajo o simplemente conocidos, así actuarán o no, en aras de hacerle llegar el mensaje al inmodesto de su conducta inadecuada. Súmesele a ello también, si se valora o no la capacidad de que el inmodesto acepte o no la sugerencia sobre este mal hábito.
Veamos y esto un poco simplificadamente, la otra cara de la moneda, cuando el inmodesto está consciente de su, llamémosle, manía, o quizás tendencia de carácter o hasta enfermedad, pero a pesar de ello impone sus criterios, pues aplica como en nuestro país muchas veces decimos, la teoría, soy un autosuficiente-suficiente, y al carijo todo el mundo. Entonces las consecuencias son desastrosas, porque implican la gran pérdida de amistades y consideraciones, que lamentablemente para los inmodestos, hay que tener en la interacción humana de nuestra sociedad. ¿Cuánto hemos pecado cada uno de nosotros de este mal? Habría que preguntarle a quienes nos han rodeado durante nuestra vida. Cuidémonos los adultos mayores, que por la fuerza de haber vivido muchos años, pensamos tenemos verdades absolutas. Escribo estas palabras como un antídoto personal, ojalá me resulte.
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