Bajo dos banderas

Literatura. Política. Historia. Reconocimiento.

Por Hugo J. Byrne

A cuantos nativos cubanos sirvieran voluntariamente en las fuerzas armadas de Estados Unidos, y en especial a quienes lucharon contra enemigos de la libertad en tierras extrañas. Lo dedico a todos, tanto a los que todavía están entre nosotros, como a los que pasaron el umbral de la eternidad. 

El presidente Richard Nixon condecora al
capitán Enrique Pablo Rodríguez

“Bajo dos Banderas” es la traducción al español del título de una película del Hollywood de mi niñez, protagonizada por Ronald Colman y, por supuesto, en blanco y negro. Aunque no recuerdo bien por el largo tiempo transcurrido, creo que se trataba de una fantasía relacionada con la muy improbable alianza de ingleses y franceses para reprimir una insurrección en África colonial musulmana o el Medio Oriente.

He visto más de un libro con el mismo título y no creo estar infringiendo copyrights. Utilizo el mismo título para este trabajo porque los exiliados que en enero de 1963 nos ofrecimos voluntariamente al Ejército norteamericano juramos lealtad a las banderas de Cuba y Estados Unidos simultáneamente.  Recuerdo que ambas banderas estaban desplegadas delante de un grupo de unos diez voluntarios cubanos, contándome a mí, en la oficina de inducción de Coral Gables. Significativamente la bandera de Narciso López estaba en frente de nosotros, a la derecha. Entre mis antiguos compañeros de armas de la Compañía B-4-1 de Fort Jackson, por lo menos dos me reconocieron leyendo esta columna. Ellos son Vladimir Lorenzo y Ramón Gómez. A la amistad y gentileza de este último debo casi todo el material para esta crónica y el reencuentro verbal con mi antiguo “squad leader”, el teniente coronel en retiro Enrique Pablo Rodríguez.

Aunque no formara parte de mis compañeros de Fort Jackson, no puedo omitir a Jorge Maspóns, quien también luchara con denuedo en Vietnam y quien me honra con su amistad a través de la red desde Luisiana, hace ya muchos años. A Jorge debo también muchos reconocimientos y obsequios.

Otro que reencontré en Fort Jackson fue a mi coterráneo Santiago Álvarez, quien no necesita presentación al exilio beligerante. Al principio no había suficientes suboficiales para comandar a los casi tres mil voluntarios en Fort Jackson y alguien desde arriba decidió conceder temporalmente los rangos de cabo y sargento entre ellos. No tengo la más remota idea sobre cuál fue el criterio usado para escogerlos.

En mi compañía casi ninguno dio la talla. Tuve la gran suerte que uno de los pocos buenos líderes resultó ser mi jefe de escuadra. Como que no tenían uniformes con la barra de cabo o la doble barra de sargento, los designados usaban un distintivo negro amarrado al brazo con dos tiritas. El distintivo tenía el rango dorado cosido al mismo. Nadie los tomaba en serio, llamándoles cabos o sargentos “de luto”. Irónicamente el jefe de mi escuadra detestaba usar ese trapito y recientemente en conversación por teléfono me dijo que le recordaba a la insignia negra de los SS de Hitler. 

Di An, former Republic of South Vietnam, July 31, 1969. Captain Enrique Rodríguez first from right at the Distinguish S. C. awarding ceremony. 

Cuando conocí a Enrique Pablo Rodríguez era un joven alto, flaco y con lentes. Creo que posiblemente era el más alto y flaco del tercer pelotón. Era dos años más joven que yo, lo que quiere decir que ahora tiene 82. Enrique era un soldado sin pretensiones, aunque con evidente vocación. En mi escuadra yo era el “puntero”, quien en una escuadra de infantería va después del jefe de escuadra.

En una ocasión, mientras caminábamos entre los pocos matorrales del fuerte, Enrique trató de desenredar su M1 de unos gajos y me dio un culatazo accidental en la cara. Realmente no me pasó nada, pero el pobre “sargento de luto” se deshizo en excusas. Después de pasar el llamado battery test con un porcentaje notable, Enrique me dijo que había decidido ir a la Escuela de oficiales en Ft. Benning, invitándome a que fuera yo también. Le expliqué las razones por las que tenía que declinar. Mis niñas me esperaban en Miami y yo era su único sostén material y moral.

Los meses de entrenamiento en South Carolina fueron demasiada separación. Además, fui soldado para liberar a Cuba y no para quedarme a las órdenes del mismo Gobierno que me había engañado dos veces. Eso es cuanto recuerdo de Enrique Rodríguez en Fort Jackson. Todo lo demás lo sé por mis antiguos compañeros del Army y a través de tres recientes y largas conversaciones telefónicas con Enrique. 

Enrique Pablo Rodríguez es oriundo de La Habana. El padre fue contador general de la Compañía Atlántica del Golfo y la madre catedrática de la Escuela Normal para Maestros de La Habana. No estoy seguro en qué fecha llegó al territorio de USA, pero calculo que fue muy cercana a la mía, meses más o menos.  Cuando me dieron baja honorable del Army fue casi inmediatamente después de regresar del hospital del fuerte, donde por cinco o seis días me trataron una dolencia seria, pero pasajera.

A mi regreso a la B-4-1, Enrique ya no estaba allí. Supe por algún medio que él había combatido en Vietnam, pero los detalles de ello los aprendí durante mi reciente visita a Miami, para participar de los eventos del Día del Matancero Ausente, que mi amigo Demetrio Pérez, tan diligentemente, organiza todos los años.  La carrera militar de Enrique primero la oí de Ramón Gómez, quien probablemente pertenecía a la primera o segunda escuadra, pues estaba ubicado en el primer piso de la barraca. Como información para quienes lo desconozcan, una compañía de infantería entonces contaba con cuatro pelotones, cada uno de ellos dividido en cuatro escuadras de diez soldados.  Enrique, Ramón y un servidor pertenecíamos al tercer pelotón. Otro soldado de esa unidad, a la que conocíamos por “los más mejores” para burlarnos del sargento González, es un arquitecto de California, mi amigo Norberto Martínez Padilla, para quien mi yerno Sergio Courel trabajara por un tiempo. 

De acuerdo a la información que poseo, el servicio militar de Enrique Rodríguez incluye muchas localidades y diferentes cuerpos de infantería, antes y después de su comportamiento heroico en Vietnam. Tales como policía militar en Fort. Lewis, Washington en 1964. Un año después Enrique se gradúa como segundo teniente en Fort Sill, Oklahoma. En octubre del siguiente año regresa a Fort Jackson con la cuarta brigada de entrenamiento.

Al recibir su ascenso a teniente coronel, Enrique estaba destacado en México como asesor e instructor estratégico de una unidad militar de ese país. Enrique completa por lo menos dos tours of duty en Vietnam y por su liderazgo y arrojo en combate es ascendido a capitán. Es entonces que su coraje ante las cargas suicidas del enemigo le hacen merecedor de la segunda condecoración más alta que otorga el Ejército de Estados Unidos, la Cruz del Servicio Distinguido, que le fuera entregada en persona por el entonces presidente Richard Nixon. La emocionante ceremonia ocurrió el día 31 de julio de 1969 en la localidad de Di An, territorio de la infortunadamente desaparecida República de Vietnam. 

Han pasado muchos años desde esos hechos de armas. Muchos veteranos del desastre de Bahía de Cochinos y otros, que no lo eran, lucharon en esas lides. Todos por convicción. Muchos ofrendaron sus vidas en aras de la libertad. Otros, como Enrique, aún respiran. A pesar de los polvos del tiempo, estos luchadores “bajo dos banderas” merecen un cronista mucho mejor que quien firma este trabajo. Alguien con la inspiración de Bonifacio Byrne en su poema “Los Maceo”, cuyas estrofas finales copio:

Para narrar sus épicas hazañas

hay que escribir hexámetros de acero,

interrogando al mar y a las montañas. 

Y para ese milagro es lo primero,

descender de la tierra a las entrañas

y a Dios pedir que resucite a Homero.

[Pasadena, 12 de enero de 2019]

Hugo J. Byrne. All Rights Reserved

About the Author

Nacido en la Ciudad de Matanzas el 8 de octubre de 1934 Padres: Mario F. Byrne y María J. Roque de Byrne. Datos académicos: Bachiller en Ciencias, dos años en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de La Habana, diplomado como Dibujante Profesional por la Escuela de Artes y Oficios Fernando Aguado y Rico, de La Habana. Datos Profesionales: Más de treinta años de trabajo en varias multinacionales de Ingeniería y Construcción, incluyendo Bechtel Corp., Fluor Daniel, etc. Retirado en 1996. Militancia: Antiguo miembro de Unión Nacional de Integración Revolucionaria (UNIR) y de la Organización Revolucionaria Triple A. Servicio honorable en el Ejército de Los Estados Unidos. Vicepresidente Ejecutivo de Frente Baraguá (Delegación de California). Periodismo/Ensayo: Antiguo editor político del desaparecido semanario La Prensa de Los Angeles. Columnista del periódico 20 de Mayo. Colaboraciones a Contacto, The Orange County Register, etc.

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