Literatura. Relato.
Por Manuel Gayol Mecías…
En homenaje a Guillermo Vidal Ortiz, en el décimo aniversario
de su partida; uno de los narradores que han estimulado mi vida literaria
y una de las personas que me han hecho
un mejor ser humano
Mi amigo WV, alias el “Guille”, dijo eso, sí, es verdad, y yo ya escribí sobre ello alguna vez, pero si insisto en esta idea, es porque vale la pena pensar en la figura del “perro sarnoso” hecho un ovillo, ocultando el hueso acabado de encontrar, metiéndolo debajo de su cuerpo y olvidándose del mundo para que el mundo se olvide de él (de nuestro amigo WV, alias el “Guille”), para poder lamer su escritura a veces bien irreverente (claro, hasta donde le puedan permitir los límites de la supervivencia), escribir su obra y rascarse los huevos por encima de cualquier amenaza, rascarse la piel para que afloren los sentimientos, escarbar en sus ideas, cavar para esconder el hueso y saber que ese hueso (el papel) es un secreto que saldrá a la luz alguna vez… Pero nada, Joel, le dije a mi otro amigo con el que estaba hablando, el escritor viene a ser así: mira para un lado y para otro, como para que nadie lo esté observando y pueda adivinar sus ideas originales, bien ocultas, como el hueso del “perro sarnoso”.
El caso es que esa frase del “perro sarnoso”, nuestro amigo WV no la siguió desarrollando, solo la mencionó al pasar, digo, pero yo sí quiero hacerlo ahora, como asimismo deseo escribir bastante, porque escribir “como un perro sarnoso” es de hecho tratar de sacar esa energía concentrada; es decir, despertar el misterio guardado dentro de uno, bueno, lo que sabemos que hace un escritor auténtico, repito, porque realmente cuando escribimos intentamos ser intuitivos y hasta ladillosos (“piqui”, como dirían en Miami) si es que no lo somos desde nuestro nacimiento, porque la sarna, la ladilla y la intuición las traemos por dentro desde una perspectiva metafórica, eso de los temores, los miedos, los odios, los rencores y rechazos, la repugnancia y el asco, la escatología excrementicia y demoniaca, así como también ese sentido de lo angelical, de lo inefable y lo sublime, como es el amor y la poesía, la fe y la caridad. Y es cuando lo oscuro y lo luminoso se nos revuelve en lo más íntimo, nos presiona, digo; de hecho, al menos tú y yo necesitamos expulsar esa sarna inmisericorde agazapada en los recovecos y agujeros recónditos para quedarnos con un estado más despejado en el que vibran los asombros de la pasión positiva, y lo tenemos que hacer porque si no, nos ahogamos; es como algo instintivo e intuitivo —añado—; es como un eructo prolongado que da paso a una sonrisa; y más tarde a un respiro hondo y una carcajada larga que demora días, meses y hasta años.
El ácaro o arador pensante (que es también el bichito de la sarna literaria) se forma bien adentro, me aseguró, y no como dicen: a flor de piel, porque este del que hablamos es el ácaro imaginario del “perro sarnoso”, y viene de las tripas, de las vísceras, pasa por el corazón y llega a la piel, entonces crea pústulas que comienzan a picar intensamente, como es el hecho de escribir y escribir, y mirar y mirar, y los ojos se van haciendo uno solo; al mismo tiempo es como arrancarte los pelos de las fosas nasales y reírte en vez de llorar, y aun con las lágrimas afuera sonarte tu mismo un bofetón para despertar ante las situaciones de la vida y darte cuenta de por qué razón hay que escribir una cabrona página; es como una transformación crítica, pero de enriquecimiento humano, impulsiva, como de orgasmo y fuerza nueva, una transformación tétrica y a su vez festiva, enervante, haciéndote creer que eres el mundo entero, o que el mundo entero está en ti, y de buena lid te hace amar y odiar, y criticarte a ti mismo por toda la vida que has dejado pasar arrastrándote por las circunstancias externas, pero al mismo tiempo descubres —le añado a Joel—, de que esas circunstancias externas son las que van formando tu ácaro particular, que no te dice cuándo exactamente va a salir, como si fuera el mismísimo alien royéndote el estómago para sacar su cabeza y clavarte sus ojos a ti mismo; y cuando te ves en esos ojos de alien-arador, que son los tuyos propios, entonces ya no entiendes nada, no te importa entender nada porque eres el Gran Ácaro que te vas corriendo por los pasillos del mundo (on the run, como el bicho de la película)… Y ahora sigo diciendo que de esa manera el escritor se mete dentro de otro y otro, y otro más, desgarrándote por dentro, convirtiéndote en personaje de ti mismo; ya no eres tú sino el otro, y el ácaro te dice este va por aquí y este otro por acá, y aquel va a doblar por esa esquina, porque el personaje en cuestión lo quiere, lo desea, pues también es otro ácaro pensante.
Y siento que WV, alias el “Guille” tiene razón, porque es así cómo empieza a formarse el “perro sarnoso” que tenemos dentro cuando escribimos; un canino convirtiéndose en ángel, en espíritu, en fantasma de todo lo fantástico que anda por los caminos mentales y orgánicos de nuestro cuerpo: un perro-ángel-espíritu divinamente rabioso que somos tratando de inventar historias para cumplir con el rito de la creación, por el hecho natural de tener que buscar los orígenes, o eso del “mito del eterno retorno”; y en realidad a la hora de escribir no nos debiera importar un carajo las estructuras semióticas de una escritura críptica, gótica, romántica, realista o surrealista, culta, clásica, barroca o rococó, psicoanalítica o posmoderna, sino que lo mejor es dejar correr el ácaro, íntimo y oculto, que de pronto saca su cabecita por entre los ojales abiertos de una bragueta y dice aquí estooooooy, ladeando la cabeza de un lado para otro, con el tono irónico de un clown que sonríe con toda la seriedad del mundo, el ácaro payaso que nos abre el camino para decir algo, digo.
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Esto del “perro sarnoso” me sucede desde que mi amigo Joel y yo leímos al “Guille” WV (que como dije es un tremendo escritor que quedó en la Isla), quien hace mucho tiempo tenía una barba profusa, de color castaño, y unos ojillos muy penetrantes, y casi siempre estaba sentado en una silla vieja, desvencijada, como si la silla diera una personalidad de soledad, de desierto y dunas, y al verlo sentado allí nos daba una sensación de tristeza placentera, pero él parecía un patriarca, con su imagen literaria, de ficción, esa imaginería que solo se da en los pueblos del interior de cualquier país, como si lo viéramos allá, en la Isla, en su casucha de tunas, su desvencijada pocilga que no es ni eso, al fondo de una habitación estrecha, una cuartería colectiva que no tiene ni agua corriente, el agua hay que ir a buscarla a la esquina donde hay una llave colectiva, él escribiendo en una viejísima Remington (yo siempre usaba una Underwood, recuerdo); el “Guille” WV con su apariencia lastimosa, como de enfermo de los bronquios, aunque nunca fumó, pero sí fue muy sedentario porque se dedicaba a leer cosas literarias, universales; leyó y leyó para conjurar la soledad sentado en su silla remota, destartalada, que lo sostenía porque él era ingrávido, sin peso físico (aunque contaba con el peso milenario de muchos libros, no tenía ni libras ni dólares); y a pesar de todo, por encima de su tristeza nos embriagaban sus vibraciones positivas, porque su tristeza era suave, placentera, decía, de buenas esperanzas, de sonrisas y de gestos amables, de mirada larga, honda, con su dos pupilas de láser y su voz de historias legendarias y modernas, pero siempre actuales, digamos, historias creíbles por la forma de contarlas, esperando recibir a los jóvenes escritores que iban a verlo y le decían: “Yo quisiera saber, Maestro, por qué usted se rasca tanto”, y él que sonreía, y con un guiño de su ojo derecho, mágico, y una muequilla también de su labio derecho, más mágica aun, les respondía: “Porque ese es mi secreto; si se los digo, desaparezco, me esfumo en la nada de la mediocridad”, y los dejaba locos, en jaque, comiéndose las uñas, porque los aspirantes a escritores no podían imaginarse qué relación habría entre el hecho de dejar de rascarse y la mediocridad; no obstante, uno de los más aguzados se atrevía a intervenir y decir que la posibilidad de relación estaba en el hecho de que al rascarse WV activaba la circulación de la sangre y esto lo hacía pensar en cosas más originales y profundas… Y a no dudar por ahí andaba la cosa, pero en definitiva no llegaba a ser del todo, porque siempre algo faltaba, pues el Maestro WV, alias el “Guille” nada más se sonreía a medias (media mueca media sonrisa) y a veces decía basta, carajo, por qué preguntan sandeces, y entonces se rascaba los huevos, como para que los aspirantes se devanaran los sesos y creyeran que estaban ante la esfinge de Tebas, o ante los testículos de Tutamkamon, al tener que seguir adivinando y joderse a ser condenados como mediocres, al suplicio, a la hoguera como Juana de Arco, pues la adivinanza de la rasquiña no respondía a ninguna lógica sino al sentimiento, a la emoción ligada al deseo y, por encima de todo, a la imaginación y a la experiencia de cada uno, a cómo se dice: eso de que deberían aprender de una vez por todas que para escribir es necesario saber rascarse de una manera muy sui géneris, pues no existen fórmulas, el hecho de escribir es algo personal y de la vida misma, y por ello en verdad el sarnoso de WV ha escrito más de 12 libros y le gusta contar muchas mijarras deliciosas de la niñez y la adultez, de la persecución obsesiva, de la pérdida del padre, del servicio militar y de por qué rechaza muchísimo a los oficiales militares (que yo también los detesto, posiblemente más que él).
Y así WV habla del voyeur, de los ojos detrás de las persianas, de las masturbaciones insólitas, del sexo en diferentes formas y etcétera, hasta que lo impresiona tanto a uno que nos pega el salao bicho de la sarna, tan sarnoso este WV, y uno se pone a escribir; y yo no sé, pero el caso es que siempre he querido escribir así, de seguido, tipo flujo de conciencia que es como mejor se dicen las cosas, con muchos “que”, muchas “comas” y algunos “puntos y aparte”, en párrafos en los que las ideas aspiren a un ritmo sabrosón, que no sé si lo logre pero por aquí ando, escribiendo a puro ritmo fonético y frenético, bien coloquial pero con la intención y la esperanza de que lo escrito quede también en lo culto y bien puesto, ¡oíste criticón!… Pero déjame decirte, criticón, que no escribo para ganar un premio (si viene, bienvenido sea; porque lo voy a disfrutar), pero no le hace, lo que quiero es escribir y que me lean, me publiquen, sí, aunque por encima de todo lo que deseo es escribir, escribir, escribir, aun cuando no me publiquen ni me den un premio, porque es más difícil que le publiquen a uno que ganarse un premio; y a mí me importa un bledo, como dije, un rábano, un comino, un pito, que a un crítico académico, profesor en cualquier universidad europea o estadounidense, se le ocurra decir: “El lenguaje no funciona, es repetitivo y le hace una simbiosis con la alcachofa; repite muchos ‘que’, muchas ‘y’, muchos ‘pero'”, etc. y etcétera. Y yo no estoy en contra de los críticos, porque cuando tienen razón, la tienen. Lo que sucede es que algunos críticos son peores que los premios; si te los sacas, en otras palabras, si te aceptan y le caes bien, te salvaste porque van a ver en ti siempre lo mejor y te apoyan, o al menos te dejan tranquilos, pero si les caíste mal por problemitas ideológicos, políticos o estéticos, ya sabes, te fastidiaste con ellos, te encuentran millones de errores y no te sueltan, y hasta se pueden confabular para hacerte papillas; por eso los críticos parcializados, ideologizados, politizados, son peores que la sarna jamaiquina, como decía mi tía Alejandra… Y nada, porque el concurso no te lo sacaste y ahí quedó, nadie te dice nada, no ganaste y se acabó, safis toquis mequis. Por tanto, I don’t care, no escribo para los críticos…
Entre tantas cosas, ese asunto de la crítica me trae a pensar en que la institución oficialista de los escritosos, artistosos, musicosos y criticosos; o sea, la Asociación Nacional de Obreros Culturales (ANOC), de la Isla, ha querido hacer ver que la crítica constructivamente política de hecho está dentro de los avances del sistema y ha ayudado para que perdonen al “Guille” WV (menos mal), y lo dejen tranquilo (menos mal), simplemente porque él hace literatura iconoclasta, con su doble fondo, su doble lectura y algunas veces hasta lectura directa. Y yo sé bien que los censores del Gobierno (hablo del Gobierno de la Isla, la que ustedes saben, la que sigue anclada en la Edad Media pero con las ganas siempre de ser un continente) han tratado, pero no han podido debido a que no entienden los recovecos y entresijos de la escritura y entonces se han contentado con hacer una sonrisa vacilante, ignorante, de exculpar, mientras que el que se ríe de verdad es WV, y es por esto, entre tantas cosas, que aprecio a mi amigo, a quien también le puedo llamar el Inconquistable, aunque mi otro amigo Joel no esté de acuerdo porque dice que a WV nadie lo ha intentado conquistar, y yo le digo que sí, que lo han hecho muchas veces y el Inconquistable no se deja, como que también, y ya lo hemos repetido, lo han querido joder, pasarle por arriba como una aplanadora, hacerlo polvo, pero en fin no han podido lograrlo por el asunto del qué-dirán y porque los demás escritores, los más conscientes, digamos, podrían hacer una guerrita de e-mails, y no lo han podido joder tampoco porque él nunca ha mencionado a quien todos sabemos; claro, hay que ser cuidadoso y no mencionarlo; no obstante, los anocomeses (de ANO-C, claro) no saben, o no quieren saber (o saben y no lo dejan saber), que así es mejor para no buscarse problemas, y es que tampoco hace falta; no hay nada más easy que ignorar lo que literariamente (o también se puede decir: literalmente) se ha ignorado para no obstruir el mejor sentido de la creación… Y todo esto último que estoy diciendo no tiene que ver con WV, alias el “Guille”, porque él no ha sabido ni imaginado siquiera que somos nosotros acá los que estamos hablando y escribiendo sobre lo imaginario, lo personaje de ficción que siempre fue él allá, para que en definitiva WV no se quemara, porque a él ya no le va ni le viene su circunstancia política de la Isla, porque quien está hablando aquí soy yo y no él (y el que se va a quemar más adelante soy yo y no él si es que no estoy quemado ya desde hace tiempo); y, por otra parte, ninguno de nosotros, ni el estudiante Joel ni yo, el Mano (que así me dicen), lo podíamos juzgar, porque WV estaba en la Isla, en el ojo del huracán, viviendo en una pocilga, primero, y después en una cobacha de cuartería desbaratada, sin excusado, defecando en una lata, señores, ¿se pueden imaginar?, ¿cómo es posible que un escritor tenga que vivir así, defecar en una lata y después ponerse a escribir novelas y ganarse premios?, y también ganarse el cariño y la admiración de mucha gente (esto ya lo dije alguna vez, pero vale la pena repetirlo), mientras Joel y yo estamos aquí, en la Yuma, sabrosones, tomando malta Hatuey y cognac, y Felipe Segundo y Pedro Domec, ah, y Bacardí (que lo hacen en Puerto Rico y en México); también estamos comiendo carne a tuti plein, y WV, en comparación con nosotros, se ha estado “jamando un cable”, y de seguro perdió el sabor de la carne, cuando estaba resistiendo “la resistencia”, como decían allá en la Isla en las décadas de los años 80 y 90, y él quedó allí como una conciencia, un hablador de su visión, de su verdad, y que además siempre hizo falta que se mantuviera escribiendo, diciendo los temas que le reventaban, porque al hacerlo bien estéticamente, sus escritos se van sumando para la historia… literaria, digo.
Bell, septiembre de 2003 – Eastvale, marzo de 2014, California
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