Literatura. Crítica.
Por Roberto Álvarez Quiñones
Hay en Cuba “personas mayores” (cubanismo para decir “viejo” sin ofender) muy disgustadas por la vida miserable que hoy llevan, pero que siguen siendo castristas y añoran los primeros años de la “revolución”, cuando sí era legítima, según ellos, y vivían mejor que ahora.
Alegan que se trabajaba con más responsabilidad, eficiencia y productividad. El transporte público funcionaba mejor. No había apagones. Había escasez de alimentos, pero no hambre. Las calles y los edificios estaban en buen estado. No había niños y ancianos en harapos pidiendo limosna, ni basureros nauseabundos en las calles.
Rememoran que no había crisis de combustible, de gas para cocinar, ni falta de agua. Todo se compraba en pesos cubanos, incluso para pagar viajes turísticos a países socialistas. Y la vida nocturna en La Habana seguía siendo intensa, sensual, formidable.
Por supuesto, obvian a los miles de civiles inocentes fusilados, los presos políticos, los abusos y el terror contra “burgueses” y “gusanos” (los no castristas)
Pero hagamos hoy abstracción de la barbarie castro-comunista y enfoquémonos en la faceta económica. Esos nostálgicos concluyen que la “revolución” en aquel entonces sí era tal porque los cubanos tenían “conciencia revolucionaria, entusiasmo, patriotismo, y vergüenza,” y que eso se perdió. Sueñan con lo que llaman etapa “romántica de la revolución” y no se explican por qué antes todo marchaba mejor, con “bloqueo” (de EE. UU.) y todo.
Subconscientemente, sienten morriña por el pasado capitalista
Pues bien, la explicación es bien simple. Sin ser conscientes de ello, añoran el capitalismo precastrista, el know how y la cultura “burguesa” laboral y empresarial de eficiencia, productividad y disciplina inherentes a la economía de mercado.
Y a la vez se olvidan de que hasta marzo de 1968 hubo en Cuba unos 60 mil negocios privados que satisfacían muchas necesidades de la población y hacían la vida más llevadera.
Todos fueron cerrados o estatizados por el dictador con la depredadora “Ofensiva Revolucionaria” lanzada por el faraón cubano, y que puso fin formalmente a la denominada etapa “romántica” castrista. Es decir, la morriña de esas “personas mayores” es por la economía de mercado, y punto.
Sí, subliminalmente añoran la infraestructura industrial, comercial (incluidos los pequeños negocios privados), la banca, minería, almacenes, transporte, carreteras, ferrocarriles, puertos, aeropuertos, comunicaciones, de aquella economía que en 1958 ya marchaba paulatinamente hacia el Primer Mundo.
El valor de todo lo expropiado por Fidel Castro no baja de unos $35,000 millones de dólares de hoy (2025), incluidas las tierras y haciendas estatizadas. A cada propietario siquitrillado (epíteto lanzado por TV por el propio dictador) le colocaron en su empresa robada un letrero que decía “Nacionalizada”, y a la inmensa mayoría no se le pagó un solo centavo.
Lo peor es que muchos se tragaron el cuento chino de que, además de la “conciencia revolucionaria” la economía entonces funcionó mejor gracias a la “genialidad” del Che Guevara como ministro y rector de las industrias y de la economía nacional en su conjunto al frente también de la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN, el Ministerio de Economía de entonces).
Fue ¡a pesar!, del Che y de su aberrante centralismo trotskista
El comandante argentino tenía una formación teórica marxista-leninista- estalinista-maoísta, y sobre todo trotskista, más completa que Fidel Castro, y al “Carnicero de La Cabaña” se le encargó el montaje del sistema económico comunista. Para ello, Fidel Castro lo nombró ministro de Industrias, e interventor de la JUCEPLAN.
Digo interventor porque formalmente el Che era solo el “asesor técnico” de la JUCEPLAN, pero en la práctica era quien la dirigía, por encima del ministro-presidente Regino Boti (economista egresado de Harvard). Yo trabajaba entonces en el Ministerio del Comercio Exterior y recuerdo que era “vox populi” que el argentino era quien controlaba la JUCEPLAN y “proponía” los planes y decisiones a tomar.
De manera que si la economía en aquel entonces funcionó fue ¡a pesar!, de Guevara, que es cosa muy diferente. El comandante argentino se dedicó a desmontar el andamiaje económico heredado del capitalismo e implantar el nefasto sistema presupuestario aplicado por Stalin en la URSS en los años 30, y luego por Mao Tse Tung en China.
Y hago aquí un paréntesis necesario. El llamado “pensamiento económico” del Che Guevara es puro trotskismo. León Trotski fue el bolchevique más fanático de la planificación centralizada y única de la economía en su conjunto, “para asegurar la proporcionalidad necesaria entre las diferentes ramas de la economía”, como le dijo a Lenin en una carta, el 3 de mayo de 1921.
La dirigencia bolchevique rechazó el plan único y Lenin explicó que eso solo podría ser efectivo en una economía altamente industrializada y desarrollada. ¿Pero, bueno, Fidel Castro no gritaba a diario que se hizo la “revolución” para sacar a Cuba del subdesarrollo? ¿En qué quedamos?
El centralismo aberrante en la URSS resultó desastroso y, al morir Stalin, el Kremlin lo sustituyó con el sistema llamado “cálculo económico”, menos irracional.
Pero el Che lo consideraba una “traición al socialismo” pues las empresas estatales soviéticas tenían bastante autonomía, obtenían un porcentaje de las utilidades, decidían los surtidos a producir y las inversiones a realizar. Y los trabajadores recibían primas en dinero según las ganancias obtenidas. Además, con el nuevo sistema económico soviético se puso fin al disparatado e incosteable trabajo ¿voluntario?, y a los premios solo “morales” con banderitas, aplausos, y fotos en el mural.
En Cuba, Guevara, apoyado por Castro I, impuso el “sistema presupuestario”, que concebía a toda la economía como si fuera una sola empresa, con un plan central único, a lo Trotski.
El Che decía que darles autonomía a las empresas estatales sería un regreso al capitalismo, las convertiría en “lobitos entre sí dentro de la construcción del socialismo“, como dijo en una reunión en el Ministerio de Industrias, en febrero de 1964, en la cual insistió en “considerar el conjunto de la economía como una gran empresa“.
Guevara creó monopolios estatales en cada rama de la economía, las tristemente recordadas “Empresas Consolidadas”. Implantó la “emulación socialista”, dizque para sustituir la libre competencia capitalista; el trabajo ¿voluntario? para forjar al “hombre nuevo” (copiado de los nazis); y trabajar por pura conciencia revolucionaria, no pensando en un salario.
Y a propósito, es un insulto a los cubanos que hoy en Cuba se siga reeditando el libro “El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara”, de Carlos Tablada, y que ese señor continúe alabando el sistema económico que rechazaron los mismísimos bolcheviques.
Con su trotskismo, Guevara desmanteló de raíz el andamiaje de una eficiente economía que en 1958 ya había situado a Cuba, con solo 6.5 millones de habitantes, en la posición 29 entre las mayores economías del mundo, según estadísticas de la ONU.
La fuerza laboral “romántica” solo sabía hacer las cosas bien
Lo que no pudo el dueto Castro-Guevara fue acabar por decreto con el “know-how” capitalista heredado. La fuerza de trabajo era mayormente la misma “cujeada” en la economía de mercado, que solo sabía trabajar bien.
Y ahí está el detalle, que en el capitalismo las cosas se hacen bien, o no se hacen, pues no se venden. O para decirlo en el léxico de Karl Marx, “no se realiza la mercancía”. Si el productor no vende lo producido, pierde todo el dinero invertido en eso que produjo.
En aquellos primeros años 60 en la isla en buena medida se continuó trabajando con la productividad precastrista. Aunque ya no al 100%, pues fueron desapareciendo los incentivos de antes. Muchos técnicos y trabajadores calificados emigraron, y a los restantes los empezó a golpear la escasez de alimentos (en julio de 1963 surgió la “libreta”) y de otros bienes de consumo.
Pero ya por reflejo condicionado se trabajaba con una eficiencia muy superior a la de fuerza laboral, ya netamente socialista, que la fue sustituyendo. Los trabajadores de entonces no eran eficientes por “conciencia revolucionaria”, o por la “emulación socialista” o para ganar banderitas, o diplomas de “Trabajador de Vanguardia”.
Ah, otro detalle clave, en aquellos años del “romanticismo” castrista el país producía más, exportaba más y lógicamente importaba más de todo. La vida en general era menos difícil.
Claro, con el avance del comunismo, se fue diluyendo aquel pedigree económico heredado del capitalismo, que en 1958 llegó a ubicar a Cuba entre las 30 mayores economías del planeta, según el Banco Mundial. Pero “en eso llegó Fidel”, como decía la adulona canción de Carlos Puebla.
Por eso le pregunto a los nostálgicos “románticos” de marras: ¿se imaginan ustedes cómo sería hoy Cuba si Fidel Castro no hubiese nacido?
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