Literatura. Crítica. Política. Sociedad.
Por Flavio P. Sabbatius (*).
1- Lo político y lo políticamente correcto.
Hace unos días conversaba con una amiga epidemióloga que me contó acerca de una reunión sostenida en las altas instancias del Ministerio de Salud Pública de Cuba, en la cual recibió una reprimenda por emplear el término “epidemia” para referirse al hecho de que miles de personas estaban siendo afectadas por cierta enfermedad. El personaje en cuestión, creo que un viceministro, le exigió airadamente a mi amiga que se refiriera al evento como “brote” porque, según él, “llamarlo epidemia no era político…”.
Eso me retrotrajo en instantáneo flashback a las añejas reuniones del comité de base de la UJC en las que me vi obligado a participar en una aciaga y remota etapa de mi vida. Un tema reiterativo era la necesidad de modular el lenguaje convenientemente a los intereses de la Revolución, el partido y el comandante en jefe (fuesen los que fuesen) y evitar el empleo de frases o términos que no fueran políticos, o lo que es lo mismo, que pudieran interpretarse de forma adversa a los antedichos intereses. Yo mismo, y muchos de mis compañeros, sufríamos de vez en cuando los efectos de la perpetua vigilancia sobre todo lo que decíamos, con la siempre presente posibilidad de emitir voluntaria o involuntariamente algún comentario que no fuera político. Recuerdo particularmente la discusión en una asamblea de ejemplares cuando estaba en noveno grado. Le sacaron a uno de los muchachos que se le había oído exclamar : “¡Ay Dios mío!”, en respuesta a un rayo que cayó cerca o algo así. El pobre infeliz tuvo que emplear cerca de media hora justificándose acerca del involuntario desliz que trasudaba cierto tufillo de debilidad ideológica y deficiencia política, que de todas formas quedo sólidamente implantada en su expediente.
Y en otro instantáneo flashback regresé al presente con la aguda y dolorosa conciencia de que aquí mismo, en las “entrañas del Monstruo”, supuesta antítesis de la revolución y el socialismo del que muchos escapamos buscando aquí, entre otras cosas, huir de la permanente vigilancia, del miedo y para tener libertad de expresión, resulta que algunas cosas no son tan diferentes. Una frase mal dicha o mal interpretada puede traerte serias consecuencias laborales y sociales. Puedes convertirte en un apestado de la noche a la mañana, perder tu empleo y más nadie atreverse a darte trabajo. Mucha gente en el mundo empresarial, académico, farandulero o incluso deportivo se ve forzada a vivir en un estado de permanente angustia, no vaya a ser que a un joven y avispado “periodista” se le ocurra desenterrar un tweet de hace quince años (cuando siendo un adolescente, al acusado se le ocurrió decir algo inconveniente), publicarlo y desgraciarle la vida al infeliz u obligarlo a una abyecta apology (o como solíamos llamarlo en el comité de base, hara-kiri o hara-critica),
que de ninguna forma garantiza que la víctima no sea sancionada con la pérdida de su empleo o contrato por opiniones “inaceptables”. Y lo más irritante, es que, con el mayor cinismo, el joven y avispado “periodista” de marras y los demás cotorrones que le hacen eco en lo mainstream media afirme que el Auto de Fe se debió a un tweet que emergió… por sí mismo, como por generación espontánea, y no por una búsqueda deliberada con el declarado propósito de hundir a la víctima, en venganza por solo Dios sabe qué. Igualito que, en Cuba, cuando te decían que te sancionaban porque se supo que habías recibido un paquete con una camisita de afuera o se te oyó decir algo inconveniente o no político. Pero siempre sin sujeto.
2- Cultural appropriation
Un muchacho que conozco que ostenta una hirsuta y ya anticuada melena rubia, estando en el college se le ocurrió por comodidad hacerse trencitas a lo Bob Marley, para no tener que estarse peinando. El cambio de look le duró solo un día, pues fue inmediatamente señalado y acusado de Apropiación cultural por la Thinking Police de su campus, pues semejante peinado solo pertenece legítimamente a los “afroamericanos”, o para decirlo política-incorrectamente, a los negros, y al blanco que se le ocurra hacerlo se está apropiando ilícitamente de un rasgo cultural que no le corresponde y debe ser por ende confrontado y combatido. Como el muchacho tenia cosas más importantes que hacer que perder su tiempo discutiendo con los fanáticos, pues se deshizo las trencitas y siguió teniendo que peinarse. La misma cosa le hicieron a otra blanquita que se le ocurrió ponerse un traje tradicional de China. Los blancos, dicen los Social Justice Warriors (la Thinking Police liberal moderna que plaga las instituciones educativas del país, de cuya constitución posee una primera enmienda), no tienen derecho a ostentar ningún rasgo cultural de ninguna de las razas oprimidas, puesto que por default lo hacen con la mala intención de apropiarse de sus culturas, en remedo del abyecto colonialismo de otrora… Y ahí viene de nuevo el flash back, retrotrayéndome a las páginas culturales del Granma, Bohemia y otros panfletos propagandísticos del castrismo, donde el tema del colonialismo cultural y el furibundo rechazo a lo extranjerizante era permanente allá a principios de los ’70, durante la época dorada del rock, en denodado, pero estéril intento de adoctrinarnos y apartarnos convenientemente de nuestra debilidad por los ídolos rockeros y su música, que la Revolución, el partido y el comandante en jefe estimaban nociva para nuestra salud ideológica. Allí se vio a algún destacado plumífero denostar a Carlos Santana por haberse atrevido a la infamia de ligar el son cubano con el rock duro, constituyéndose así en epítome de la colonización cultural, lo que motivó su prohibición de la radio cubana por cerca de 30 años. Ello no fue obstáculo para que muchos años después el buen Santana, bendito en su plácida ignorancia, se apareciera a los Grammys vistiendo una camiseta del Che Guevara. Algún otro plumífero (o plumífera) similar la emprendió contra los Beatles, en específico con el pobre George Harrison, acusándolo de haber saqueado desvergonzadamente el folklore hindú…
No tengo dudas de que
debemos estar inquietos y preocupados por estos paralelos, pues revelan un
fondo mental (mindset) muy similar
entre los fanáticos castristas de entonces y las fuerzas que actualmente
controlan el mundo cultural, académico e incluso empresarial de esta nación
(Estados Unidos). Solo espero, contra toda esperanza, que este control no se
haga total…
* Flavio P. Sabbatius es el nom de plume adoptado por un profesional que siente que el impulso irresistible de expresar su opinión heterodoxa o políticamente incorrecta en el actual clima totalitario de intolerancia política, vigente en las instituciones académicas de este país, en las que se arriesga la pérdida del empleo y la capacidad de mantener a su familia si su identidad es revelada públicamente.
Flavio P. Sabbatius. All Rights Reserved