Más del 20% de aquellos bosques (un 10% de los existentes en todo el planeta) ya han sido talados en Brasil; en Perú se pierden anualmente unas 150.000 hectáreas de arbolado o, por seguir, en Ecuador se autorizó hace pocos años la explotación petrolífera en el Parque de Yasuní (declarado por la ONU, en 1989, Reserva de la Biosfera). La deforestación para uso ganadero o agrícola, en pos del biodiesel, explica una disminución de la selva que se calcula del 40% para 2050 y podría haber desaparecido por entero a finales del siglo. Yo mismo presencié en Perú, junto al río Madre de Dios (el lugar donde soñé vivir muchos años atrás), el deterioro que causan, en lamentable simbiosis, los madereros y las dragas con que se extrae la grava aurífera de los lechos fluviales. El proceso utilizado para amalgamar el oro, termina con el mercurio vertido a las aguas y se calcula que, en los últimos veinte años, se habrán arrojado a los ríos unas 3000 toneladas sin control ni regulación legal alguna. Visto lo visto, el fracking o las prospecciones petrolíferas en el Mediterráneo son simplemente más de lo mismo.
Y viene todo lo anterior a propósito del reciente proyecto brasileño de construir una enorme presa en el río Tapajós, en el corazón de la Amazonía, que inundará centenares de kilómetros como sucedió tiempo atrás con la levantada en el Xingú. Hay mucho dinero de por medio, así que poco que hacer, pese a Greenpeace y la reciente recogida de firmas contra dicha obra, a no ser que se sobornara debidamente a Dilma Rousseff, Lula da Silva o a ambos, mejor. Por lo que se va sabiendo quizá no se lo tomarían a mal aunque, para hacerles llegar un algo de tapadillo, ¡cualquiera compite con Petrobras!