Tres cuentos breves de Diana Rosa Pérez

Written by on 11/03/2018 in Literatura, Relato - No comments
Literatura. Relato.
Por Diana Rosa Pérez.
El tiempo, J y yo

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Yo lo seguía hasta que comenzó a hablar del flujo del tiempo. Inmediatamente después, me perdí. Transcurrió una hora –creo–  y calló. Él esperaba una disquisición mía, pero yo estaba tan perdida que ni mis palabras habituales pude encontrar. Pero él siguió esperando, y en esa espera pude sentir un poco de ese flujo al cual se refería. Es que parece que el tiempo fluye solo en el silencio, y aquí hay muy poco silencio; parece que el tiempo no puede avanzar sobre oraciones, mucho menos sobre las oraciones tan complicadas gramaticalmente de J.

En ese tiempo de silencio entre los dos pude comprender que J. solo me estaba instando a marcharme. Él teme por mí, cree que yo me diluiré en ese flujo, cree que me volveré acuosa y me perderé para siempre.

Cuando pude encontrar las palabras para tranquilizar a J., hablé:

  • Es verdad que a veces me vuelvo acuosa, pero siempre vuelvo a mi estado original. No voy a ir a ningún otro lugar, tampoco me perderé. Solo sigue hablándome, el tiempo no fluye si tú estás conmigo.

Claro que sé que mis palabras sonaron tontas –solo quería que J. confiara en mí.

No hubo una disquisición, no hubo una respuesta de su parte. Terminó la noche en el silencio de ambos. Y yo me recosté en mi cama sin saber exactamente qué hacer para que J. no callara nunca más, para que siguiera inventando oraciones complicadas que ahuyenten el tiempo y lo saquen de este lugar para siempre.   Él – el Tiempo… no J. – es el que se tiene que marchar, no yo.

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Mis pies

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Después de un largo rato fumando en el traspatio, miró mis pies descalzos y dijo:

  • No todo será como tú lo desees.
  • Sí lo será. No deseo que nada sea diferente a como será… ¿y por qué me miras tanto los pies? —al fin hablé yo, después de casi una hora de los dos en silencio y otra anterior escuchándolo.
  • Porque tienes problemas con tus pies.

Y tiene razón J. Nunca me he entendido con mis pies, tienen una personalidad inquieta. Tengo extraños recuerdos de días en que he despertado sin ningún propósito y mis pies han empezado a caminar y yo solo quiero parar, llegar a algún lugar, pero ellos han seguido; sin importarle el dolor ni el cansancio ni mucho menos mi escaso sentido de orientación.  Nunca he sabido qué buscan ellos; no sé qué desean. Y yo no he encontrado la manera de hacer hablar a mis pies, de sacarle una respuesta, unas palabras que me alumbren sus sueños, si es que mis pies tienen algún sueño pensado para mí —creo que sí.

Hubo un día casi fatal en que mis pies empezaron a caminar por caminos desapacibles…  y yo a veces tengo la impresión de que perdieron el rumbo, que andan tan desorientados como yo. A veces llegan a lugares inusuales para mí, a lugares que nunca yo hubiese escogido llegar, y allí es donde prefieren descansar, allí se paran y se deshacen de mis incómodos zapatos, allí se sienten como en casa. Nunca puedo ganar contra mis pies; por eso es que voy y me quedo donde ellos manden. Hasta que vuelvan a mandar, y yo vuelva a partir a algún otro lugar tan insólito como el anterior.

Hasta el traspatio con J. me han traído mis pies. Trato de imaginar cómo es que mis pies encontraron este lugar. Y ahora estoy aquí, fumando con J. en este lugar tan insólito. Pero mis pies descalzos creo que se sienten bien aquí, creo que no dejarán que yo me marche, creo que solo aquí han encontrado reposo… y  parecen anclados.

Por eso es que J. cree que no lograré mis sueños. Él sabe que yo tengo problemas con mis pies. Pero él no quiere entender que son mis pies los que sueñan, no yo. Yo solo quiero descansar, ver la vida pasar, tres comidas al día —quizás. Si es verdad que mis pies no están desorientados, que han encontrado una losa para descansar, entonces, yo estaré bien. Al final, si mis pies y yo nos reconciliamos, si logramos vivir juntos la vida que nos tocará, será un bonito camino, no un sueño, solo un agradable camino para andar: mis pies y yo.

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  Martín o el demonio blanco

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—… I forgot your name…Martin, do you want bread?

—Martin alargó su brazo y descubrió unos dedos flacuchos y temblorosos.

—Thanks, but I prefer a cigar.

Cuando Martin llegó morí por unas horas. J. —para no perderme— comenzó a hablar gramaticalmente tan complicado que Martin no pudo resistir la opresión de las palabras y terminó por diluirse en un tiempo que fluía respecto al mío, a la vez que la heroína se diluía en su flujo sanguíneo. Inmediatamente posterior al punto final de J., yo renací.

Martin era (estaba) asqueroso. Su ropa no se había lavado en meses y apestaba, su boca babeaba al hablar y sus comisuras eran blancas, su cuerpo estaba famélico y amoratado. Yo penaba cada vez que se acercaba para pedirme un cigarro. Sacaba el cigarro y se lo extendía con la misma actitud que  Dios creó a Adán; y a él no le bastaba el cigarro, necesitaba lumbre y la hacía arder en el cuenco de su mano. Yo no lo apartaba, solo jugaba con la lumbre dentro de su cuenco y quemaba su palma, pero ni una sola vez sintió el dolor de la quemadura. La heroína es el mejor antídoto contra el fuego de Dios… y Martin lo sabía, por eso no temía a mis quemaduras.

Yo sí temía a Martin, temía que me ensuciara el traspatio con J., temía que me arrastrara en su flujo de tiempo y de sangre. Temía que me apuntase a la sien el día que no tuviese dinero para comprar heroína, temía que quisiese fumar conmigo, temía que trocase mi destino, que lo hiciese nuestro.

Entonces apareció J. en el traspatio para consolarme. Cuando terminó de hablar yo miré a mi costado y vi a Martin levitar por la levedad de su sangre anestesiada. Su imagen retrataba una ilustración de un demonio blanco tendido sobre un fondo azul que en algún lugar yo había visto, o eran mis ojos de renacida —no sé.  El demonio blanco giró la cabeza hacia mí y en ese momento de perfecta confluencia los dos comprendimos que el temor no desaparecería porque no era el asqueroso Martin el catalizador de mis reacciones, que mi tiempo encontraría un millón de Martin más. Que el camino estaría siempre vigilado por demonios. Hasta el final.

Un día quizás Martín me apunte a la sien. Sí así fuese, espero recibirlo en el traspatio, conversando con J.

 

 

 

 

©Diana Rosa Pérez Castellanos. All Rights Reserved

 

About the Author

La Habana, Cuba, 1973. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de la Habana. Fue asistente de dirección cinematográfica del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC). Ha publicado, entre otros poemas, "Hija", Editorial La Pereza. Tiene en proceso de edición el libro de poemas “Demasiado lejos de Grecia y sus misterios”, en el que aborda temáticas relacionadas con la reencarnación, la vida y la tristeza, tópicos habituales en su obra. Actualmente trabaja en su primera novela. Reside en Santiago de Chile.

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