Manos rotas

Literatura. Relato.
Por Rosa Marina González-Quevedo…
manos-rotas

Con estas manos dibujé en tu cuerpo 

aquel  país de extrañas lejanías,

y  un mar enamorado del silencio

con su misterio de asombradas islas.

(Alberto Cortés, Canción para mis manos)

Despertó y vio que sus manos estaban repletas de incomprensibles abismos, algunos profundos; otros, más superficiales. Y bien, mejor tenerlas rotas que vacías, pensó; sobre todo, porque en tal estado sus manos representaban la constancia de estar vivo aún. Y además, porque sabía muy bien que las pasiones, si son desenfrenadas, al igual que el viento, tarde o temprano terminan erosionando la piel y despedazando la carne (por no decir el alma). En fin, que en la habitación de aquel hotel permanecían él y sus aventuras dibujadas en sus manos, las cuales, quizás, estaban rotas de tanto usarlas (probablemente sí)… ¡Benditas las pasiones!… Virilidad, hambre saciada en cuerpos extraños. (A veces, también en cuerpos conocidos que luego llegaban a parecerles extraños). Y es que con esas manos  había dado la vuelta al mundo, robando ilusiones y amasando victorias que alimentaban su insatisfecho ego de varón dominante. Sin embargo, a pesar de tantas dudas, lo cierto era que sus manos, ésas que antes esculpieran caricias y desencadenaran vibraciones extremas no eran ya las mismas. Pues ahora, si bien entrelazadas y en reposo, estaban a punto de quebrarse cual esculturas de barro bajo la acción de un terremoto.

Claro, como hombre había navegado sin límites en el mar de la experiencia y ya nada podría resultarle inquietante. Por ello, a pesar de su sorpresa, no se inmutó en lo absoluto ante la incomprensión. (Todo lo absurdo es real, ¿no?) Porque, al final, nada había que entender: él estaba allí, y aunque transformadas, esas manos seguían siendo las suyas y no piezas de museo, ni nada por el estilo. Entonces, simplemente, se detuvo a observarlas, igual que haría un niño al descubrir un cuadro impresionista de Paul Wright entre sus juguetes más preciados. Y así, observándolas, inició una especie de estudio ¡tan minucioso! como el que podría realizar el mejor de los científicos. Para encontrar algo nuevo en ellas, algo que explicara el misterio de su quiebra.
De esta forma, comenzó por analizar las características de cada hendidura, clasificándolas de acuerdo con parámetros como la longitud y la profundidad. Le importaba descubrir, ante todo, cuál de todas las incomprensibles grietas era la más peligrosa, por donde quizás había escapado una mayor cuota de felicidad. Y nada: las conclusiones no fueron demasiado alentadoras. Porque más allá de los datos visibles, descubrió la existencia de pozos sin fondo abiertos por la soledad y el despecho de un macho abandonado; esos que explicaban por qué, en los últimos años de su vida, había dejado huir el amor reteniendo sólo deseos erosivos.

Tenía, por tanto, que tomar alguna medida urgente. Necesitaba hacer alguna acción de salvamento antes de perder para siempre aquellas manos. Y pensó que, a pesar de estar rotas, éstas todavía podían permitirle producir y sacar a la luz sentimientos que, por vanidad, había mantenido ocultos en su pecho desde hacía mucho tiempo.
Y fue así que probó a escribir. A pesar del dolor que le provocaba sujetar la pluma entre sus dedos quebradizos, a pesar de la insoportable sensación provocada por las heridas y las llagas, probó a escribir de nuevo.
Y escribió un poema a la memoria.

Y luego, tomando el pincel, dibujó con sus manos rotas un enorme corazón.

Tal vez, desde un extraño país, ella estaría leyendo esa, su última carta de amor.

25 de octubre de 2016

 Rosa marina 10

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About the Author

Rosa Marina González-Quevedo Valhuerdi (Matanzas, Cuba). Ensayista y narradora. Licenciada en Filosofía por la Universidad de La Habana (1984) con la tesis La filosofía de Baruch Spinoza y las ciencias del siglo XVII, y Licenciada en Lengua y Literatura Románica y Latinoamericana por la Università degli Studi “L’Orientale”, de Nápoles (2009), con la tesis Il “Libre dels tres Reys d’Orient” nella tradizione agiografica spagnola di carattere giullaresco. Profesora de Historia de la Filosofía en la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana desde 1984 hasta 1993. Fue miembro del Centro Arquidiocesano de Estudios del Arzobispado de La Habana y del consejo de redacción de la revista Vivarium, órgano del mismo. Ha sido profesora de español en el Instituto Cervantes de Nápoles, así como en diferentes institutos superiores estatales italianos. Entre sus publicaciones están: Antología del positivismo en México (Universidad de La Habana, 1992); Teilhard y Lezama: teología poética (Ediciones Vivarium, La Habana, 1996); San Manuel Bueno, mártir: leyendo con Unamuno (IF Press, Roma, 2008), así como los cuentos “Ojos incrédulos” (Revista Vivarium, n. XIII, dic. 1995) y “Desdoblamiento” (Revista Vivarium, n. XXII, junio 2000). Actualmente reside en León, España.

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