Los sexalescentes

Written by on 17/08/2016 in Critica, Política, Sociedad - No comments
Política. Sociedad. Crítica.
Por Blanca Acosta…

          Tú tenías puesto precio desde ayer, / tú valías cuatro cuños de la ley…

Cantaba con ira el Silvio aquel, que fue rebelde y honesto.

Hippies 2

Jaap Joris. Creative Commons.

Las nuevas generaciones, incluso los no tan jóvenes como mis hijos cerca de los 40 y los 50, nos ven como vejestorios que nada saben de la nueva tecnología y que hay que tratarlos con paternalismo; para ellos somos del pasado.

Se equivocan. En primer lugar, toman como muy normal la libertad sexual, la igualdad de la mujer, la legitimidad de los gays. No saben que todo eso se lo deben a nuestra generación. Como le digo a mi hijo, que se divierte muchísimo con su excéntrica madre, si no hubiera sido por nosotros tú hubieras tenido que visitar a tu hoy esposa con una chaperona en la sala [1]… eso de vivir juntos antes de casarse hubiera sido un escándalo y un estigma social.

En los países occidentales surgió el movimiento hippie, de una ingenuidad y falta de viabilidad suprema, ¡pero lograron poner patas arriba los valores tradicionales para siempre! Sí, ahora sabemos que aquellas comunas de marihuana, LSD y no muy capaces de producir bienes para el autoabastecimiento no tenían futuro. No obstante, asustaron a los gobiernos; en Estados Unidos el FBI los seguía muy de cerca; en la Francia de “Prohibido prohibir” la cosa fue de revueltas sofocadas por los militares; y aquella matanza de tanta sangre joven derramada, Tlatelolco “no se olvida”, como dicen los mexicanos.

Hippies 4

Creative Commons. Uploaded by: Wikivisual

Las muchachas se ponían coronas de flores como hadas de un bosque sicodélico y se sentían en el soberano derecho (lo tenemos) de mostrar sus senos. ¿Por qué no? El patriarcado determinó qué podían mostrar las mujeres o no, y en muchas partes del globo las mujeres solo se cubren de la cintura para abajo. Los muchachos volvieron al varonil cabello largo de remotas épocas y de jeans tan apretados que se tenían que echar talco en las piernas para que les cupieran.

Hippies

Creative Commons.

Como todo movimiento incipiente, llegaba a los extremos; las mujeres no querían aceptar la caballerosidad masculina de abrirles una puerta o levantarse si una dama se iba a sentar; aquella inocente promiscuidad (que nada tenía que ver con la perniciosa pornografía o los bien pervertidos ménage a trois) era insostenible a la larga; la familia ha sido, es y será la principal célula de cualquier sociedad sana. Las drogas al por mayor matan. Todavía hay en Berkeley algunos que no se han enterado que los 70 pasaron y andan tirados en la calle con los cerebros fritos.

Esta generación creó también un movimiento artístico que aún se imita.

En Cuba no y sí. Sucede que trascurría lo que algunos llaman la “década gris”; no sé por qué así la llaman ya que todavía no he visto una década de arcoíris, y se actuó como en la simpática comedia de Ugo Tognazzi, Vogliamo i coronelli, que no sé cómo se exhibió en Cuba; se cazaban a “los peludos”[2], a los homosexuales los mandaban a trabajos forzados en la UMAP [campos de concentración para trabajos forzados, nota del ed.] y las canciones de la época, los pantalones apretados en los hombres y la minifalda eran tendencias “extranjerizantes”. Con las minis no se ensañaron tanto, quizás por escasez, y las muchachas sí podíamos usarlas y llevar las blusas sin sostén (que no había). La única droga, que yo conozca era la marihuana; en mi mundo solo conozco dos o tres personas que no la usaron, entre ellas una servidora, no por pazguata sino porque no me interesaba en lo absoluto. La Nueva Trova le metía a las dos manos, con las únicas excepciones, que yo conozca, de Pedro Luis Ferrer (lo suyo era el café y las mujeres) y Vicente Feliú.

Pero las chicas tuvimos un campo de batalla bien fuerte; nuestros padres, que aún seguían pensando que el himen era un tesoro guardado para el matrimonio legal, y algunos, no los míos, de minifalda nada. Ganamos la batalla, aunque fuera jugando cabeza.

En esta historia Cuba y los EE.UU. confluyeron de la manera más hilarante. Aquellas americanas y aquellos americanos que se creían, y se creen, que la Cuba de Castro es un jueguito de lo más entretenido y exótico iban a la isla con todas sus ínfulas hippies; terminaban en una estación de policía por la marihuana; les decían botija verde a los muchachos que por caballerosidad querían llevarles los bultos en una guagua abarrotada y armaban las de San Quintín. En un trabajo productivo de la Escuela de Letras, los hombres iban a “cortar caña” (el corte de caña manual es un arte y aquellos muchachos tenían, por lo tanto, una productividad de -567354); las muchachas apilábamos la caña. Las americanas que estaban allí, en su mayoría profesoras, querían hacer “trabaja de hombra”, OK, vete a cortar caña si te da la gana, pero ahí no acababa la cosa, sin camisa como los hombras. Una de las chivatas mayores del campamento me pidió que les explicara que eso no se veía en Cuba y traería mil problemas.

—Eso se lo explicas tú; yo soy soldado raso; si quieres te traduzco.

Nos fueron cayendo los años, todavía muchos no hemos entendido cómo es que tenemos canas y años, pero no envejecimos. La generación nuestra no solo borró tabúes, sino que nos negamos a envejecer.

Así, que, gente de pocos años, no solo, a diferencia de lo que creen los más jóvenes, estamos en la ultimilla en eso de la tecnología, aunque sea para un extraño sucedido que se ha dado en llamar “cazar pokemones”; los entendemos porque el no envejecer implica estar abierto, sin anquilosarse, a las ideas de las nuevas generaciones; disfrutamos sin envidia su radiante juventud.

Hippies 3

Auckland Santa Parade, 28 de noviembre de 2010 – Hippies. Creative Commons.

Nos deben un legado. Cuando vivan sin casarse, escuchen rock, salgan del closet si son gays, se pongan una minifalda sin que nadie se escandalice, eso se los deben a estos que ustedes creen vejetes… muy pronto el rock inundará los nursing homes.

Notas:

[1] Mis padres, por fortuna, no fueron tan trucutuses; nunca supe lo que era una chaperona, y a las fiestecitas podía ir sola… pero hasta ahí.

[2] En la Velada Solemne por la Muerte de Guevara Fernández, Retamar fue interceptado por un policía por llevar el pelo algo largo, más allá de los que Pucho y sus perrerías permitía. Si no saben quién fue aquel nefasto personaje busque el excelente blog “El archivo de Conni”.

 

Blanca Acosta

 

 

 

 

 

 

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About the Author

Blanca Acosta. Profesora y editora cubana. Fue editora en la Editorial José Martí, en La Habana, Cuba. Traductora literaria con dos premios, uno de la UNEAC y otro de la American Literary Translators Association; y también se ha dedicado siempre a la crítica literaria y teatral. En Estados Unidos trabajó como editora de prensa en la Universidad de Arkansas. En esa misma universidad, en Fayetteville, enseñó español y asimismo trabajó en los laboratorios de escritura de ese alto centro docente (1996 – 2000). A partir de ese año 2000, y hasta 2004, fue profesora en Tougallo College, en Jackson, Missouri. Desde el 2011, y hasta el presente, trabaja como profesora en la Lincoln University of Missouri, en Jefferson City.

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