El pensamiento poético y sus nuevos paradigmas

Por Ivette Fuentes de la Paz                                                                                                                                                                                              
Los nuevos paradigmas culturales, definitorios en el siglo XX,
apuntan a la consolidación de enlaces
entre géneros y rangos expresivos.
 
A la memoria del P. René David
 

 Poesía-filosofía

Los nuevos paradigmas culturales, definitorios en el siglo XX, apuntan a la consolidación de enlaces entre géneros y rangos expresivos, que prenuncian la decisiva participación de los contextos espaciales, interiores y exteriores, determinativos de los variados discursos estéticos.

En la profundización de los rasgos de un pensamiento poético, hemos observado las relaciones que se establecen con la physis, como espacio interior, que crece más allá del signo circunstancial para darnos la espiritualidad —y el alma— expresada de tan disímiles maneras, y que se aviene, además, a una poética trascendente no solo en espíritu, sino en clave estética, toda vez que sus expresiones atañen no solamente a la poesía, el ensayo, la narrativa, propiamente dichas, sino al engarce entre ellas y de ellas con otras manifestaciones de la humanística, como son la filosofía y el arte.

Nos asiste la dicha de tropezar —en este itinerario del pensamiento reflexivo— con otras figuras que prosiguen con sus particulares obras, la misma línea de prosa ensayística que tanto tiene que ver con la línea metafísica y espiritual que hemos destacado (con el apunte de alguna de sus figuras emblemáticas) y que vienen a representar nuevos derroteros en la ensayística del siglo XXI al hacer de la cultura y la poesía nuevos paradigmas filosóficos. Su carácter más notorio, como ha sido el expresado, es la introspección y el juego con elementos de la filosofía (conceptos, ideas) dentro de una prosa eminentemente literaria, creación que, con esa carga filosófica, propone una armazón conceptual original, donde poesía y filosofía (tal y como siempre ansiara la pensadora Maria Zambrano) se entretejen y borran sus lindes. La literatura, con su expresión de signos propios, se sistematiza y sustenta con el orden de esos significados que en su trama alcanzan una cosmología propia.

Entre esas nuevas figuras* que hacen del ensayo, además de un género literario por su signo estético, un texto de resonancias filosóficas y cosmogónicas, está el narrador y poeta Manuel Gayol Mecías, quien no fortuitamente ha escogido como objeto de estudio de sus piezas críticas, a poetas-filósofos, narradores-pensadores, que le aportan, como una onda crecida, sustancia para sus propias reflexiones, que felizmente continúan aquellas a las que se refiere. De tal modo, el libro Viaje inverso hacia el reino de Imago (Miami, Neo Club Ediciones, 2013), llega a ser una “constelación articulada de significados” que refiriera la investigadora Antonella Cancellier, como macroimagen de una “concepción especular del mundo”. Juego de espejos donde se reflejan tanto las voces primeras, escuchadas con atención por el ensayista, como la resonancia, que es la palabra ya asumida, incorporada y enriquecida por los juicios del escritor.

Lo más significativo del libro es esta calidad crecida del pensamiento, donde la “razón  crítica” —al estilo kantiano— se despierta por una valoración totalmente conjugada y engarzada a lo criticado por la empatía, sentimiento sin el cual todo juicio crítico sería nulo y vacío.

Pero no estamos en presencia de una simple “resonancia” de elementos conjuntados y comunizados, tan solo, sino ante una increíble “imagen del mundo” que eleva un propio edificio conceptual construido por sobre los “elementales” que el escritor ha tomado como sustancias que a él mismo importan e interesan. El valor de esta propuesta radica en haber sabido tomar lo común y esencial de cada autor, el factor común destacado, que en tal diversidad y complejidad de figuras, se torna tarea ardua y difícil, y que, sin embargo, al ser leída, se deshace en una organicidad tan genuina, que parece repetir aquella divisa filosófica de la antigüedad de “Lo Uno es lo Múltiple”.

Este ensayo poliédrico, destaca esa comunidad de poéticas en una diversidad asombrosa de valoraciones que construyen un “diálogo entre culturas” de distintos tiempos y latitudes.  En su “Introducción” el autor sitúa sus coordenadas:

Viaje inverso hacia el reino de Imago intenta proyectar en siete autores (Armando Añel, Rosa Marina González-Quevedo, Ángel Velázquez Callejas, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges, Octavio Paz y José Lezama Lima) la riqueza de un pensamiento diverso que tiene vasos comunicantes con un humanismo en evolución hacia una dimensión poética de trascendencia espiritual. (p.13)

Todo —agregará el autor— bajo un visaje intuitivo que descubre “regiones de sensibilidades” que ayudan al acercamiento “a esa alma que llevamos dentro, oculta, para no perecer ante el ego irracional”.

Me atrevo a decir que este ensayo constituye una moderna epopeya de escritura que da fe de la lucha del alma contra el ego irracional (conceptos apropiados por Gayol para su original cosmovisión), por el que asoma lo más valioso y hondo de cada ser humano, en este caso, de cada escritor.

Para esto, el autor presenta sus armas: la proyeccion de un ego racional, mutación de su ergo proteico, como sería el esse sustancialis para el hombre, ser sustancial, yo profundo, que denota cada individualidad. Pero este ergo proteico en la medida en que se introspecta, tiende al encuentro con el Anima Mundi, de la cual, cada individuo es parte, así sea en su dimensión racional o irracional.

Los “métodos” de reflexión —que sin definiciones a ultranza son anunciados por Manuel Gayol— contemplan un desmenuzamiento (análisis) del discurso narrativo o ensayístico, ya sea el caso, para buscar una integración conceptual (síntesis), maneras de asumir su discurso sin previsiones, solamente guiada la impulsión —y a veces la compulsión— por las intuiciones. De este modo, el ensayista busca aquí y allá todos aquellos “elementales” —como componentes de la obra alquímica— que le interesan, sirvan, inspiran, y que luego serán argamasa de su propio decir. Son —al decir “lezamiano”— los “enlaces ocultos” que van recomponiendo un discurso vuelto a cohesionar por los anhelos de un ergo racional, convertido por el “fulgor poético” que es la simple inspiración, en ergo proteico.

Todo este Diálogo entre la sustancia del mundo y el Alma Humana, está guiado por la Imago, la que puede ser, de acuerdo a cada vision, el reflejo del Ser Absoluto, de Dios, o del Punto Omega, al que se tiende sin poderse nunca apresar.

Para Gayol, imbuidos por la Imago, hay dos tipos de creadores: el circunstancial, que visita la Imago para luego regresar a su circunstancia; y aquel que vive en la Imago, y que una vez que la visita no puede dejar de vivir en ella. La “envolvente creación” es la burbuja que protege la Imago y que se muestra a los creadores potegida a su vez en el abrazo de la creación.

Pero lo más importante de esta propuesta es que ya sea creador circunstancial o creador en Imago, el mundo creado es un “mundo imaginal”, con fuerza propia para vivir una existencia, dependiente pero autónoma, articulada a la imaginación del creador, pero plena de “vida imaginaria”, lo llamado por Gaston Bachelard “aureola imaginaria” y por el escritor cubano Cintio Vitier “la imaginización”.

Una constelación articulada de significados

No ha compuesto Manuel Gayol una cosmología explícita, sino que queda  subyacente a su discurso crítico, dentro del que hay que advertir su esse sustancialis, o quizas su propio ergo proteico como alma del escritor. En cada pieza ensayística va trazando estelas que guiarán el rumbo al que nos convoca.

En la novela de Armando Añel, Erótica, descubre “lo imaginario” como “desconcertante universo paralelo”, donde el erotismo salta del signo más conocido para dibujarse en metáfora, cuando el eros traza su macroimagen como cuerpo cosmico, digamos ahora cuerpo nacional, que se vulnera, penetra y desnuda sin pudor.

Como dice Gayol, Erótica es la “dimension no-fisica y contraria a la Isla que inventaron los Castro […] extremadamente cerrada y prohibitiva, crepuscular y resbaladiza”, rehecha en el subconsciente como mundo paralelo, imaginario, virtual, que se escapa de una realidad rechazada como tal.

En “De los egos al alma. Un viaje hacia Apocalipsis: la resurrección”, sobre la  novela homonima de Añel, descubre la fuerza de los instintos y lo irracional, capaces de minar la relación armónica del hombre y su alma. Traducido al imaginario del autor, es cuando el ego irracional ataca las fibras más sensibles del ser humano para establecer un antagonismo con el ego racional (logico, pero intuitivo, como sustancia de la mente humana), que solo puede ser salvado por la potencia creadora de la imaginación.

Destacado en la novela también, un personaje de tremenda fuerza, digamos gravitacional, es Idamanda quien, con su energía primordial, se identifica en la cosmovisión del autor con el ámbar, color del ángel y de la luz.

Es en este ensayo donde Manuel Gayol, sustentado en la poética del novelista, enuncia sus conceptos de ergo proteico y egos racional e irracional, subrayando además, al enmarcar los “espacios imaginales”, la diferencia entre “estado” y “estación”, en un acercamiento tácito a la filosofía oriental, particularmente la sufí. La “estación”, como estado espiritual “materializado”, se identifica plenamente con la Imago, momento de esplendor o de “fulgor” alcanzado por el viaje interior procurado por la poesía.

Dice Gayol de la novela Apocalipsis: la resurrección, que es “en realidad el preludio del comienzo”. Como todo comienzo, debe pagar su cuota de sacrificio en su camino por la Nada, pago que es para el ensayista el “gen de la oscuridad” que conlleva  la marcha hacia la luz del nacimiento. Este sacrificio es lo que permite que en la “resurrección” el contacto con la Imago Mundi deje impregnado sus nutrientes, su vitalidad y su espíritu.

En “Epistola virtual a Rosa Marina González-Quevedo. Un viaje espontáneo a De la luz y sus contrastes. El aura de la soledad”, despliega el autor todo un arsenal teórico que dinamiza una escritura de sustrato filosófico. Así argumenta en su diálogo imaginario con la filósofa cubana que “los elementos de la expresión poética pueden insertarse en el análisis filosófico”, que la realidad está conformada también “por la dimensión de lo imaginativo relacionado con lo físico”, que la filosofía tiene derecho a “entrar en el reino de lo intangible” y que el lenguaje es habitáculo tanto de la filosofia como de la poesía, ideas todas que le hacen participar del linaje de los poetas-filósofos, en el que se hallan tantas voces pedurables: William Yeats, William Blake, Goethe, Rimbaud…

Como bien expresa Manuel Gayol, “la filosofía también existe en su modalidad de poesía filosófica (o quien dice poesía-filosofía) y no al revés”, especulación que nos remonta a la línea metafísica del pensamiento reflexivo en Cuba, ya apuntada.

En “El alma y el sueño”, texto dedicado al escritor Ángel Velázquez Callejas, insiste Gayol en sus reflexiones sobre Imago, el alma y los sueños, “realidad mayor” de la que participa la prosa de Callejas aun cuando permanezca subsumida por otra realidad plenamente fenoménica. De esta “realidad corpórea” parte el discurso del ensayista para especular acerca de los espacios oníricos, del mundo nocturno, donde el Alma existe mejor.

Recuerda el discurso crítico de Gayol los conocidos versos de José Martí: “Dos Patrias tengo yo, Cuba y la noche”, que denotan a su vez el concepto medieval de “patria” como receptáculo del alma, que sostiene tambien al de “patria poética” de Juan Ramón Jiménez, donde el alma es sustanciada por la poesía para hacerse espacio íntimo.

En esta inmersión en la Imago, la vocación unitiva se explica por la atracción hacia Omega, punto atrayente que, en las analogías establecidas por el autor con las teorías del sacerdote Pierre Teilhard de Chardin —uno de los tutelares de Manuel Gayol— rerpresenta el final de un proceso evolutivo como Cristogénesis. La Imago es, para el autor, lo que fuera la Ultraconciencia para el padre jesuita, Anima Mundi como alma de un mundo vivo, inacabado y eterno.

En “La invención de Morel o la inversión de la realidad”, el autor da rienda suelta a sus especulaciones sobre “lo imaginario” motivado por la novela homónima del argentino Adolfo Bioy Casares, donde el “mundo imaginal” se acerca a la realidad como enlace virtual, al crear una realidad palpabale y asumible por el lector. A mi jucio, el elemento más controversial de sus disquisiciones es aquel que cuestiona la existencia o no de alma en las imágenes, cuestionamiento que el propio Casares lanza en el año 1940, fecha de publicación de su novela (La invención de Morell), “profecía” que llega hoy a ser tomada como real por el hombre moderno ante los indiscutibles hechos de la holografía y la realidad virtual.

El “mundo imaginal” de la novela es asumido como otra realidad que se fusiona plenamente, sin costuras, en una propuesta donde “lo fantastico” deja de serlo.

Propuesta parecida es la que interesa a Manuel Gayol de la obra de Borges y que expresa en “Jorge Luis Borges y el otro imaginario”. El leitmotiv de los espejos es aquí  el reflejo vivo de un ergo proteico que asume una rivalidad con el ego que quiere expresarse, pero que titubea en su camino laberíntico. El traspaso por esas sendas es —para el ensayista— la seducción de encontrar el mundo de Imago “al otro lado del espejo”, como un viaje inverso que vuelve la realidad un envés.

Para Gayol, Borges muestra la “historia otra” que tiene cada hombre oculta como doblez, y que se halla en la “creación imaginativa”. Una realidad soñada, o tal vez recordada.

Otro tanto ocurre con el texto “Octavio Paz, la pre-esencia del presente”, donde la dicotomía de los espejos —a los ojos del autor— se resuelve en la coexistencia de dos espacios: el interior, íntimo del hombre, comprimido por el mundo del “afuera”, espacio constreñido en el que el hombre debe vivir, con la esperanza de que pueda fugarse su espíritu a traves de la palabra poética.

El “mundo imaginal” de la poesía será en Octavio Paz, “un estado que podemos llamar poético”. Gracia original de la poiesis que invade el mundo con su Anima, y que salta de una a otra orilla (de una a otra estación) por la palabra.

En “Sentir a Lezama. Del fulgor, la contemplación y la libertad imaginativa”, Manuel Gayol enfatiza en el modo de aprehender la poesía, no como proceso racional, sino como atención al sonido, a la palabra poética que se acoge como resonancia propia.

Para el ensayista, “entender” a Lezama es “sentir a Lezama”, lo que pone en evidencia un concepto de la estética moderna dado en la “estimación” que es el grado más alto logrado por el sentimiento del gusto y la emoción que suscita. La estimación, de este modo, se acerca a una apehensión intuitiva relacionada con el origen de la poesía, cuando aún era “escuchada” más que “leída”, en lo que tiene que ver su “musicalidad”, cualidad sin la cual no existiera.

Importante es el enjuiciamiento que hace Gayol de una superficial y falsa crítica que se queda en lo extraliterario para comentar la obra lezamiana, más cercana a la “comprensión” demasiado racional que al “entendimiento” sentido. Para Gayol, el error ha estado en el lastre “racionalista” de una exegética que empaña la sensibilidad abierta al disfrute de una palabra solo asumible por la intuición y por un “dejarse llevar” por el “río tumultuoso de su lenguaje escrito”, “rauda cetrería de metáforas” —diria Ángel Gaztelu— que entraña un misterio que, como tal, permanece imperturbable ante las exégesis filológicas y que, no obstante, regala la gracia emanada de lo inusual y diferente.

Para Manuel Gayol, Lezama está plenamente imbuido por una “estetica de la intuición y lo intuido” que expresa todas las “clarividencias”. Es aquí donde, a sus anchas, encuentra el ensayista un terreno fértil a su imaginación, pues el centro del  cosmos lezamiano es la perseguida Imago; y el camino hacia su Omega, el Anima Mundi, es guiada por un “eros de conocimiento”, o —diria también Lezama— un “hambre protoplasmática” traducida en el autor por una apetencia a la conversión del ego racional mediante el ergo proteico.

En el acápite “Del portal de las formas y la conversión de la otra busqueda”, Gayol reflexiona sobre la circunstancia de Lezama y el poeta dentro de ella, momento en el que el aura crecida de su propia leyenda, atrajo a su orbita a estudiosos, admiradores, detractores, manipuladores, que redimensionaron ese “portal de formas” de manera no siempre feliz, denigrado con una utilización politica de su imagen como egos irracionales que lastran el ergo proteico del escritor cubano.

La propuesta de Manuel Gayol es simple: leer a Lezama no desde esa sobre-dimensión circunstancial, sino desde su propia Obra, la que establece su verdadero ser poético con el “sentimiento” de aprehensión inteligente y esencial.

Otra consideración “estimable” en el acercamiento a Lezama Lima, es la postura de “contemplación” ante su obra, como vía aprehensiva de asociaciones intuitivas. Contemplación que genera acción interna, intelectual, anímica. La lectura contemplativa —y no meditativa— será el modo de “sentir a Lezama” en su “libertad imaginativa” y empatía que llevara al conocimiento profundo de su obra como “preludio a sus eras imaginarias”.

En Viaje inverso hacia el reino de la Imago, Manuel Gayol es un poeta que conjuga un lenguaje articulado de significados filosóficos, con una armazon conceptual que escapa a cualquier ubicación crítica conocida. Su explicitez, aun a pesar de su no sistematización dentro de una obra con otros énfasis e intereses, evidencia una alta conciencia del rol del escritor: su eticidad va más allá que cualquier juicio crítico, la que enaltece la postura del narrador, del poeta, del ensayista, como un “ejercicio de virtud” que es el mejor ejemplo de civilidad.

La literatura, y con ella la filosofía, vuelven con este autor al lugar cimero que deben ocupar en la sociedad, más dedicada en estos tiempos a expresar un ego irracional a veces tan incierto. Las virtudes ciudadanas del creador, y así las de este ensayista colosal, ponen al descubierto el “Alma del Mundo”.


* Entre ellas mencionamos a Jorge Luis Arcos, Rosa Marina Gonzalez-Quevedo, y los más jóvenes Armando Añel, Ángel Velázquez Callejas y Joaquín Gálvez.

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[Este trabajo, “Pensamiento poético y sus nuevos paradigmas”, es la parte final de su ensayo mayor titulado: “Pensamientos en La Habana. Acerca del ensayo reflexivo en Cuba. Algunas figuras emblemáticas”, que expuso y leyó en la presentación del libro de Manuel Gayol Mecías: Viaje inverso hacia el reino de Imago (publicado por Neo Club Ediciones, Miami, 27 de noviembre de 2013), en la tertulia La Otra Esquina de las Palabras, en el Café Demetrio, Coral Gables, Florida, el día 20 de diciembre de 2013]

Ivette Fuentes de la Paz

 

 

 

 

 

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About the Author

Ivette Fuentes de la Paz Ensayista y narradora. Doctora en Ciencias Filológicas (1993) y Doctora por la Universidad de Salamanca (2016). Es directora de la Cátedra de Estudios Culturales Vivarium y de su revista homónima, y profesora de Literatura Hispanoamericana y de Evolución de las Ideas Estéticas en el Instituto Superior de Estudios de Estudios Eclesiásticos P. Félix Varela.

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