La fascinación de Frank Kafka

Literatura. Crítica.
Por Claudio Ferrufino-Coqueugniot…
Frank Kafka

Frank Kafka, 1923, de Wikimedia Commons. Autor anónimo

Qué fascinación ejerce todavía el pequeño judío de Praga. Tal vez su juego fue apostar al misterio, y, borgiano a priori, elaboró un simulacro de espejos y laberintos donde en principio y final estaba él. Lo logró.

Tuve por casi veinte años, en la pared de casa, un afiche donde la mirada de Kafka acecha sobre la ciudad vieja de Rilke, de Franz Werfel, Jan Neruda, Karel Capek, Julius Fucik, Nezval, Jaroslav Seifert y tantos que nacieron, vivieron, murieron allí. No son ojos de cucaracha; son ojos de hombre capaz de hacer de dioses cucarachas, de penetrar hasta el último recodo de la duda, del amor y del poder…

Brújula, de Santa Cruz, me envió un cuestionario acerca del autor judío checo-alemán (hoy todos lo reclaman), y ya que el espacio no fue bastante para las opiniones, me tomo la voluntad de plagiarme y repetir algo de lo ya escrito.

Kierkegaard lo prefigura en la angustia como fuente literaria. Kafka, individuo por encima de escritor, se sitúa en los márgenes de todo: política, religión, judaísmo. Alimenta su mente, la expone en su obra con la riqueza de no poder ser, una opción pendular casi alógica que acarrea consigo los demonios de la duda, el terror, la incertidumbre. Escritor perfecto de un universo que perece mientras nace otro, casi el Nietzsche de Liliana Cavani sobre el que se reflexiona en la extraña ubicuidad de pertenecer -y también prefigurar- dos mundos.

Preguntaron el por qué pidió a Max Brod quemar sus manuscritos. Respondí con unas líneas alucinantes del crítico literario austro-brasilero Otto Maria Carpeaux. Como sigue: “(…) não pretendia criar “literatura”: teria mandado a Brod destruir os originais por fundado receio de que o mundo os pudesse interpretar como literatura”. No necesita traducción.

Sobre qué y dónde es y leí La metamorfosis, dije: en Buenos Aires, en 1975, en un viaje con mi madre. El impacto tuvo estrecha relación con el momento que vivía la Argentina. En la primera noche me paseé por los portones cerrados del Abasto, y la humedad de la ciudad, más el agua utilizada para lavar los pisos, hacían brillar el pavimento como caparazón de cucaracha (…). Corrían tiempos de muerte. ¿La metamorfosis? Encrucijada del hombre ante el futuro. Lo incierto de mañana y la aguda sensatez de saberse poco, o nada. Quizá única rebelión posible ante la maquinaria del universo que, aunque parece absurda (kafkiana), funciona a la perfección en sus facultades destructivas.

[Publicado en Opinión, Cochabamba, el 25 de julio de 2010]

Claudio Ferrufino-Coqueugniot 2

©Claudio Ferrufino-Coqueugniot

About the Author

Nació en Cochabamba, Bolivia, en 1960. Poeta y novelista, ha publicado la colección de prosas breves "Virginianos" y las novelas "El señor don Rómulo", Mención Casa de las Américas 2002, y "El exilio voluntario", Premio Casa de las Américas 2009. "Diario secreto", su tercera novela, ha ganado el Premio Nacional de Novela 2011. Mantiene, desde 1984, columnas periodísticas en diversos diarios del país. Vive desde 1989 en Denver, Colorado.

Leave a Comment