La cámara

Written by on 26/05/2014 in Literatura, Relato - No comments

Literatura. Relato.

Por Tania Pérez Cano…

niños jugando en la playa

Un día alguien descubre por azar una filmación de no más de dos minutos en una vieja cámara. Las imágenes muestran a una familia en cierta playa de Belfast, Irlanda del Norte. Una niña juega a tirarle agua a su hermano, mientras la madre se ríe y un hombre, que lleva un salvavidas ridículo embutido en el pecho, intenta aprender a nadar. Muchos años después aún no lo ha conseguido.

Espero que pase algo, porque ya no es posible ver una escena así y no esperar que de pronto surja de entre las aguas oscuras algo, cualquier cosa terrible. Pero no, el hombre del salvavidas se pone de pie y  puedo ver que el agua le llega solo a las rodillas. Yo jamás he estado en Irlanda del Norte, apenas me parece escuchar una flauta triste que suena en alguna parte. Joyce. Me preguntan si me imagino lo fría que estará esa agua. Escucho que el tipo que ha encontrado la cámara está diciendo que llega a Belfast un domingo, el primer día de alto al fuego en mucho tiempo. Parece increíble que alguien viaje de  París a Belfast solo para devolver las imágenes a sus dueños. Me pregunto si sería capaz de hacer algo así y me siento miserable.

Irlanda del Norte

Después, aparece una de esas mujeres caminando hacia la cámara —ya no está en la playa—, y el brillo de una bandeja que lleva en la mano me molesta en los ojos. La mujer enseña su bandeja, que parece de plata, como si aquello fuera algo muy importante. Entonces se ve una tienda de antigüedades —se sabe porque el tipo de la cámara lo dice—, un desorden de objetos borrosos y un letrero con letras góticas, rojas. La cámara se detiene en el piso, en las baldosas —puedo ver que están gastadas y siento que debe haber mucho polvo ahí—. Casi estornudo.

Tienda de antiguedades

Lo más sorprendente es que el tipo de la cámara quiere de verdad encontrar a aquella gente. Va y pregunta, encuentra la tienda (la reconoce por aquellas letras del cartel). Lo reciben unos viejos que lo invitan a tomar té mientras ven el video. Pienso de pronto si estaría dispuesta a dedicarle tiempo a un excéntrico que busca a una familia que ni conoce, para devolverles unas imágenes que no son nada del otro mundo, y encima brindarle té y conversar con ese entusiasmo amable que veo en esos viejitos que sé que llevan años viviendo en un lugar que está en guerra. Me siento miserable una vez más. Tengo que aceptar que me gusta ese matrimonio de ancianos y también el hombre de la cámara —a quien no puedo ver porque no se filma a sí mismo—, aunque me causa extrañeza y hasta me siento incómoda, sin saber por qué, con aquella paz de té y cucharitas. Reconocen a la mujer de la bandeja. Llaman por teléfono. Les divierte saber que los están filmando. No piensan en que cuando yo los vea pueden estar ya muertos. La mujer que responde el teléfono se llama Mollie.

La bandeja era un trofeo que Mollie había ganado diez años atrás, jugando a las cartas. El hombre del salvavidas que nunca aprendió a nadar era por entonces campeón de tiro con dardo. La niña es todavía rubia pero ha crecido mucho y ahora tiene dieciséis años. Cartas y dardos tienen algo en común… La hija de la mujer de la bandeja recuerda cuando fueron a aquella playa. El que filmó las imágenes se llamaba Alec. Nunca sabré cómo era. Alec acostumbraba filmar a su familia pero nunca les enseñaba las imágenes y tampoco se filmaba a sí mismo. Por eso ahora que no está es más fácil aceptar su ausencia, dice el tipo de la cámara, que ayer estuvo hablando con el hombre del salvavidas para saber su opinión sobre el conflicto. El conflicto es algo absurdo y el hombre del salvavidas quisiera volver a la época en que se podía andar por Belfast sin preguntar si se caminaba por un barrio católico o protestante. Me sorprendo pensando que siempre he creído que para un irlandés era muy importante ser una cosa o la otra. El tipo de la cámara dice que ha hecho videos de su familia toda la vida. Él es el gran ausente. Los mira a todos en la playa y piensa en Alec, dice.

El tipo de la cámara regresará a Francia. Los que se quedan en Belfast mirarán una y otra vez las imágenes, sintiendo esa distancia que se siente al mirarse en un espejo. Pienso que la conciencia de que los observaban hacía que sus gestos no les pertenecieran, como si un brazo o una pierna pudieran hablar o quién sabe si opinar sobre las personas.

Apago el televisor. Me doy cuenta de que no me acuerdo si las imágenes del video estaban en blanco y negro o en colores. ¿De dónde saqué que las letras del cartel de la tienda eran rojas? Antes de dormirme pienso en los dos tipos de la cámara, y que Alec nunca podrá saber qué hace, en este mismo instante, su familia.

 [2007]

[El relato “La cámara” fue enviado especialmente por su autora a Palabra Abierta]

Tania Perez-Cano[

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About the Author

Tania Pérez Cano (Matanzas, Cuba, 1972). Profesora universitaria, editora y ensayista. Licenciada en Letras por la Universidad de La Habana en 1996. Trabajó como editora y subdirectora editorial en la Casa de las Américas desde ese año hasta su salida de Cuba en 2006. Recibe su Maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos en 2005 y su Doctorado por la Universidad de Iowa en 2013. Ha publicado artículos, reseñas y comentarios sobre literatura, entre ellos, el prólogo a la edición cubana de la novela "El gran arte", del escritor brasileño Rubem Fonseca; también ha traducido de este autor su libro de cuentos "Pequeñas criaturas". Es autora además de un estudio monográfico sobre el éxito editorial de la chilena Isabel Allende (Premio Pinos Nuevos 1997). Recibió el Premio de ensayo Razón de Ser en 2006. Actualmente trabaja como profesora y directora del Programa de Estudios Subgraduados en el Departamento de Lenguas y Literaturas Hispánicas de la Universidad de Pittsburgh, Pennsylvania, donde imparte cursos de literatura latinoamericana y peninsular. Se encuentra trabajando en un proyecto de libro sobre poéticas medioambientales en España y América Latina.

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