EE.UU. atrapado en las pasiones y la confusión

Periodismo. Política. Sociedad. Crítica.
Por Jesús Hernández Cuéllar…

Congreso en pleno de Estados Unidos. (Wikimedia Commons).

Fue un golpe demoledor, traumático para la izquierda norteamericana. Para muchas izquierdas. Hay quienes piensan que sorprendió al propio Donald Trump. Por su parte, la derecha, que permaneció fuera de la Casa Blanca durante ocho años, se siente atribulada como niño con juguete nuevo, ante tantos manjares sobre la mesa. Ahora no solamente está en la Oficina Oval, sino también en las dos cámaras del Congreso federal, gobierna por amplia mayoría los estados de la nación y domina una enorme cantidad de legislaturas estatales. La llamada “rebelión blanca” se extendió mucho más allá de Donald Trump.

Los republicanos tomaron por asalto el Congreso número 114, con 247 miembros en la Cámara de Representantes y 54 en el Senado, la mayoría republicana más fuerte desde el Congreso 71 que sesionó entre 1929 y 1931. El predominio conservador no quedó ahí. De los 50 estados de la nación, 33 están gobernados hoy día por republicanos y solamente 16 por demócratas. Uno lo gobierna un independiente. Los conservadores, además, dominan 68 cámaras legislativas del país entre senados y asambleas de los estados.

A pesar de los insultos contra los inmigrantes indocumentados, y la ofensa que representa para México haber escuchado una y otra vez que enviaba a Estados Unidos “a criminales y violadores”, por lo que había que deportar a millones y construir un muro fronterizo que pagaría la nación azteca, Trump obtuvo el 29% del voto latino en las elecciones de noviembre, más votos de la comunidad hispana de los que recibió Mitt Romney, 27%, el otro candidato republicano que se enfrentó a Barack Obama en 2012.

¿Qué significa todo eso, cuando en realidad las encuestas indican que Obama se retiró de la Casa Blanca con un promedio de 56% de aprobación, y Hillary Clinton habría ganado el voto popular por más de dos millones y medio de boletas a su favor? Pues significa una conducta muy “americana”, pero con nuevos aires. Son muchos los estadounidenses, de derecha y de izquierda, que se sienten defraudados por la clase política establecida en Washington, indolente e inerte, y por la nueva clase ejecutiva de las corporaciones, que busca dinero y más dinero por encima de otros muchos valores tradicionales de Estados Unidos.

Una nación no sabe a dónde va si no sabe de dónde viene. La derecha norteamericana no tiene claro que su último gran líder fue Ronald Reagan. Un hombre que no tenía nada que ver con Donald Trump. La izquierda se pierde en vagas consideraciones, sin tomar nota de que su último gran líder fue Lyndon B. Johnson, a pesar de la guerra de Vietnam. Eran líderes de equilibrio y fuerza. John F. Kennedy no tuvo tiempo de demostrar su capacidad, porque fue asesinado antes de cumplir tres años en la Casa Blanca. Ninguno de los dos tuvo nada que ver con Hillary Clinton.

Reagan protagonizó las últimas batallas de la Guerra Fría hasta doblegar a la Unión Soviética, potencia nuclear enemiga que se desintegró como nación en 1991. Reagan, que había sido gobernador de California durante ocho años, apoyó y firmó el Acta de Control y Reforma Migratoria que permitió la legalización de más de tres millones de inmigrantes indocumentados en 1986; reformó la base conservadora del país al punto de tener a su lado un movimiento de “demócratas por Reagan”; sufrió dos recesiones con una tasa de desempleo del 10.8% en sus primeros años, la más alta desde la Gran Depresión, pero dejó esa tasa en 5.4% al concluir su mandato, con un crecimiento de la economía nacional de 7.9%.

Ciertamente, en su afán de detener el paso de las fuerzas comunistas por el sudeste asiático, Johnson escaló la guerra de Vietnam aumentando la presencia de fuerzas norteamericanas en la zona de 16 mil asesores militares en 1963 a más de medio millón de soldados en 1968. Pero por otra parte tomó el Acta de Derechos Civiles que había dejado Kennedy casi en las sombras, y logró su aprobación en 1964. Con su política de la Gran Sociedad, Johnson consiguió también la aprobación en 1965 del Medicare, seguro médico para personas retiradas, en medio de fuertes críticas. Como si fuera poco, en 1966 entró en vigor su programa de Medicaid, otro seguro médico pero para personas de bajos ingresos que se encontraban en los programas de ayuda pública. Igualmente, bajo un océano de condenas.

Desde entonces, la izquierda democrática, contagiada por elementos de la izquierda radical, ha entendido mal la importancia de la seguridad nacional para un país como Estados Unidos y el valor de las finanzas personales. Del otro lado, la derecha democrática, también contagiada por la derecha radical, ha entendido mal el rol de las políticas sociales como factor humanitario de equilibrio. Pero hay un punto básico en el proceso de comprender la conducta del votante norteamericano promedio. La cuenta bancaria familiar tiene que estar muy sana. Fue por ello que en 1992, con gran aprecio por el extraordinario prestigio de George Bush padre, que venía de disfrutar dos grandes triunfos, la victoria de la Guerra Fría y la derrota a cañonazos del dictador iraquí Saddam Hussein, quien había ocupado el territorio de Kuwait, el votante decidió mejor dar una oportunidad a un joven abogado que tocaba saxofón y había sido gobernador de Arkansas, llamado Bill Clinton. En esas fechas, la cuenta familiar no estaba del todo sana. Ahora, a pesar de la recuperación económica, tambaleante por cierto, tras la Gran Recesión, tampoco lo está.

A lo largo de su historia, el votante norteamericano ha sido un amante empedernido del bienestar y la prosperidad en libertad. Es posible que todavía lo sea, solo que la nueva realidad impuesta por nuevos líderes lo tiene atrapado en un mar de pasiones, y en una desacostumbrada confusión.

[Este trabajo fue tomado de ContactoMagazine.com]

©Jesús Hernández Cuéllar. All Rights Reserved

About the Author

Jesús Hernández Cuéllar es director y editor de Contacto Magazine. Desde 1981 ha trabajado en todo tipo de medios: agencias de prensa, diarios, radio, televisión, semanarios, internet, revistas y redes sociales. Fue redactor de la agencia EFE en Cuba, Costa Rica y Estados Unidos, así como editor metropolitano del diario La Opinión de Los Angeles, California, e instructor de periodismo de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA). Ha trabajado como periodista en las elecciones presidenciales de Estados Unidos desde la elección de Ronald Reagan en 1984.

Leave a Comment