Antonio Maceo y las causas de sus leyendas

Written by on 17/05/2015 in Critica, Literatura - No comments
Literatura. Historia. Crítica.
Por Santos Fernández Pavón…

Antonio Maceo y Grajales

La vida y obra del general Antonio Maceo y Grajales, antianexionista, prócer, excelso guerrero, caballero de ideología firme y visionario, no puede desligarse del hombre negro, pobre, campesino y de instrucción media en gran parte autodidacta, cuyo ejemplo y protagonismo social continuó siendo muy  temible para los aristócratas,  intelectuales racistas, gobernantes y clasistas del poder en el transcurso del siglo XX.

Con el cese gradual de la esclavitud en América y otros confines del planeta, según prioridades y conveniencias de los gobernantes, aparecieron políticas de paternalismo neocolonial en las que se daban ciertas prerrogativas a los “seres inferiores” para lograr sumisión, agradecimiento y, como común propósito, lograr el divisionismo entre los discriminados. Un ejemplo claro de ello y que se inscribe en la desvergüenza histórica fue la creación en Cuba por las autoridades españolas del “ejército de pardos y morenos”. La primera cortesía era no llamarles “negros” y utilizar esta clasificación racial para que se sintieran diferentes, cuando a todos en sus partidas de nacimiento se les clasificaba en la raza negra (pues el término “mestizo” no tuvo aplicación en Cuba hasta muy avanzado el siglo XX).

Diversas modalidades separatistas dieron el fruto esperado: el complejo de sentirse inferior y el pánico a ser negro; temor este que fuera mucho más arraigado en las provincias orientales de la isla donde reinó el desespero por “adelantar la raza”, aunque ello fuese a costa de hijos ilegítimos. Vergonzosa renuncia de autoestima.

Antonio Maceo, historia y leyenda

El ancestral prejuicio incluso afloraba sin mala intención en célebres historiadores cubanos como Emilio Roig, cuando refiriéndose al General Maceo escribió: “Asombra que un joven campesino, perteneciente a una raza a la que le estaban cerrados en aquellos tiempos todos los caminos para adquirir educación y cultura, que jamás había vislumbrado otros horizontes, ni materiales ni intelectuales que el de su comarca guajira… lograra adquirir en poco tiempo conceptos tan definidos y precisos de patriotismo y ciudadanía…”.

En un escrito publicado por la revista Calibán en Diciembre de 2011 aparece una reseña muy vinculante a nuestras apreciaciones y cito: “tras el estudio antropológico del cráneo del general Antonio (…) llegaron a la ‘sensacional’ conclusión de que este pertenecía a un hombre joven y de la raza blanca”,  y que  “para alcanzar tal dimensión y trascendencia histórica, Maceo no podía tener  el cerebro de un negro de cincuenta y dos años”.

En el citado dictamen  El cráneo de Antonio Maceo de los doctores J. R. Montalvo, C. de la Torre y L. Montané posteriormente indican: “…muchos caracteres antropológicos reintegran a Maceo en el tipo negro  —en particular las proporciones de los huesos largos del esqueleto; pero se aproxima más a la raza blanca, la iguala, y aún la supera por la conformación general de la cabeza, por el peso probable del encéfalo, por la capacidad craneana, lo que permite definitivamente afirmar en nombre de la antropología: Que dada la raza a la que pertenecía y en el medio en el cual ejercitó y desarrolló sus actividades, Antonio Maceo puede con perfecto derecho ser considerado como un hombre realmente superior”. Son claros ejemplos de la influencia racista en el campo de la Ciencia.

Armando Hart, en el prólogo de un libro publicado por la Editorial Oriente (2003), “Donde son más altas las palmas”, dijo:

“Analizar las diferencias siempre inevitables que se presentan entre los hombres en la historia, agudizando sus matices más complejos, exagerarlos y extraerlos de contexto, entorpece alcanzar un juicio histórico sereno y certero. Llevar a cabo una tarea constructiva y de búsquedas del equilibrio en el análisis histórico, como aquí se hace es más difícil labor intelectual que la de destruir con perversidad o, simplemente, con intelectualismo infecundo, las esencias que se esconden en las contradicciones presentes en los héroes en cuanto a las formas de actuar frente a los retos que tienen ante sí”.

Sin embargo,  la verborrea crítica contemporánea de algunos ensayistas cubanos es tan prominente como la falta de profundidad o coherencia en sus conceptos y diversos planteamientos que, si bien logran satisfacer sus egos, propenden a ridiculizar el trabajo y merecido prestigio de los historiadores.

Excepto unos pocos escritores salvados en su consideración, quizás por indulgencia o relación personal, el látigo estilográfico de los articulistas de última hora fustiga sin piedad impúdica a personalidades de la cultura cubana como: José Martí Pérez, Juan Marinello, Carmen Almodóvar, José Luciano Franco, Eusebio Hernández, José Antonio Portuondo y Eduardo Torres Cuevas.

Ninguno de ellos logra quedar incólume en la saña elitista de los beatos, sin tener en cuenta para su análisis objetivo, el contexto social, época y prejuicios existentes en la nación cubana durante las épocas en las que los citados historiadores necesitaron publicar sus libros o realizaban aportes y testimonios en su labor para la Historia. Serían estas y no otras, las razones que explicarían las imágenes que tildan como hagiográficas, edulcoradas, apologistas o facetas sublimadas en las narraciones y memoria popular sobre el Titán de Bronce que constituyeron la única opción para lograr evadir la censura con el beneplácito y aceptación de los oponentes.

El racismo ha escrito las páginas más execrables en la historia de América y el motivo principal de genocidios y manipulaciones. Es un engendro que se lleva dentro y por lo general  oculto en el inexpugnable rincón más intimo del pensamiento, compartido a voluntad y detectado solo en actuaciones. Procede aclarar que el comportamiento racista también está condicionado por la educación inicial y luego ideológica, por lo que se observan actitudes de homofobia en personas de la misma raza. Ese estigma perdura en nuestros días con nuevas argucias y bien estructuradas tendencias de discriminación.

Las causas de tal aberración se deben, en gran parte, a la herencia de prejuicios desde la etapa colonial española con el tratamiento brutal y despectivo a los individuos de otras razas a cuyo rigor eran merecedores por constituir seres humanoides de inferior categoría. Reforzada esta práctica por las sociedades franco-inglesas de la época, su consecuencia nefasta, aunque sea moderada, continúa vigente en esta época. Aun cuando el prominente país de la gran guerra de secesión ha logrado tener un presidente negro por dos legislaturas y hay equidad en las opciones a cargos públicos y empresariales, persiste la ocurrencia de hechos racistas que, aunque sean puntuales, denigran a la sociedad democrática norteamericana. Esta enfermedad mental no se limita al color de la piel que puede ser el mismo, sino que trasciende más allá del fenotipo hacia el origen o procedencia del árbol genealógico del individuo. Constancia de ello es la discriminación que ejercen algunos blancos americanos hacia descendientes irlandeses, rusos, franceses, italianos o judíos.

Con el advenimiento del triunfo revolucionario y la implantación del derecho ciudadano a la educación gratuita se logró el pleno acceso de los marginados a la instrucción; pero aún siendo brillantes no se les permitía rebasar la barrera no institucional de “hasta aquí puedes llegar”, y si bien es cierto que Cuba ha alcanzado logros en este abominable renglón no ha llegado nunca, de manera inverosímil, a lograr los niveles de igualdad en oportunidades. Durante largas décadas del siglo pasado los cubanos no blancos solo podían brillar en el deporte, misiones internacionales, los oficios, conflictos bélicos, la música, profesiones, las artes plásticas y otras manifestaciones culturales.

Tomás Fernández Robaina, en su artículo sobre la actualidad cubana: “¿Avanzamos o retrocedemos en la lucha contra el racismo hoy en Cuba?”, describe: “No puede pasarse por alto que durante los años 90 del período especial, la problemática racial alcanzó una visibilidad relevante, debido a que durante décadas, no pocos de nosotros, afirmamos y creímos en el discurso oficial de que la discriminación racial había sido eliminada de nuestro país. Lo anterior fue posible porque comenzaron a verse a afrodescendientes trabajando en sitios donde nunca habían podido laborar de manera significativa como en los bancos, en la gastronomía, por citar solo dos áreas”… Cuando de vez en vez alguien hacía referencia a su existencia, ese alguien era tildado de ser un instrumento del enemigo para crear la división entre las filas revolucionarias y no se analizaba qué elementos objetivos podía haber en dicha denuncia, la cual se desestimaba con la completa convicción de que era un ardid de los enemigos de la revolución por destruirla”.

Coincide la revelación anterior, obligatoriamente moderada,  en la opinión crítica de muchos españoles que hasta el año 2013 se lamentaban de haber visitado Cuba mediante la compra de paquetes turísticos en la modalidad de tours ofrecidos por las agencias de viajes. El comentario más abrumador que sintetizaba sus experiencias se refería a la impresión generalizada de no haber realizado una visita a un país del Caribe, sino a locaciones para el turismo del norte de Europa por la imagen nórdica y rubia de los trabajadores cubanos en los hoteles, restaurantes y centros turísticos de Cuba. Se conoce que tal realidad desde el año 2014 es motivo de análisis y acciones por esferas del Gobierno para resolver este dilema e imponer equidad étnica en la imagen del sector y se observan en este aspecto avances significativos.

En el análisis del Sr. Robaina, referido anteriormente, se expone: “No son pocos los que aún creen que hablar del problema es crearlo, sin tener en cuenta que el no enfrentamiento a tal desafío hace que dicha problemática se radicalice más y, por lo tanto, su malévolo quehacer se expanda de manera más rápida y silenciosa”.

Retomando algunos cuestionamientos de neohistoriadores, procedemos a formular estas preguntas: ¿Tuvieron Francisco Pérez Guzmán y Luis Felipe Le Roy la posibilidad esotérica de trasladarse en el tiempo a San Pedro y, antes de ello, entrar en los pensamientos de oficiales blancos que acompañaban al Titán de Bronce para desmentir las declaraciones de Ramón Vasconcelos en 1916 y confirmar de manera fehaciente que la muerte de Maceo no estuvo vinculada a la conspiración?

Y la segunda interrogante, ¿cómo lograrían refutar las causas reales del asesinato al general Quintín Banderas, la discriminación laboral, social y represiva a los negros o mestizos exmiembros del Ejército Libertador hasta 1907 o la marginación inmerecida a Juan Gualberto Gómez? Creo que estos temas nunca se podrán dilucidar a plenitud y ha sido mejor para la sociedad cubana no investigarlos con tenacidad, porque en el refranero popular de los cubanos “cuando el río suena… es porque agua trae”.

Daymaris Taboada, de Radio Cadena Agramonte, en Camagüey,  aporta la siguiente conclusión: “No solo con el brazo, sino con inteligencia el Titán tuvo que sobreponerse al racismo, a las diferencias entre los hombres” [De la leyenda y la bravura, surge un titán: Antonio Maceo y Grajales]; y el Sr. Alfredo M. Cepero, en su escrito Antonio Maceo: el hombre tras la leyenda [Baracutey Cubano] abunda en este aspecto al expresar esta convicción:

“Se había ganado el ascenso con mucha antelación; pero lamentablemente, ni los riesgos y miserias compartidas en el campo de batalla, habían logrado todavía borrar de la mente de aquellos cubanos, por otra parte honorables, los detestables prejuicios contra el color, la cuna, la riqueza material y el nivel educativo de los seres humanos. Sin embargo, Maceo nunca dio indicios de sentirse discriminado porque su autoestima era tan alta que jamás se consideró inferior a ningún otro hombre”.

Incluso el Sr. Guillermo Rodríguez Rivera, desde una posición oficialista en su escrito “La discriminación racial en Cuba: un poco de historia y de actualidad”, reconoce al racismo en Cuba como una herencia de privilegios y riqueza devenida desde la época colonial hasta y durante la mayor parte del siglo XX. Pero es necesario insistir y rectificarle al Sr. Rivera que la realidad actual confirma la herencia de tales privilegios en la Cuba del siglo XXI.

Los cubanos negros, mulatos y mestizos de diversas etnias, se agolpaban en las huestes libertadoras no solo durante las tres guerras independentistas del siglo XIX, sino que se integraron significativamente a los movimientos reivindicativos sociales, a las guerrillas y células clandestinas durante la última insurrección popular del siglo XX que propició el triunfo revolucionario en el año 1959.

Cientos de miles de estas personas discriminadas ofrendaron sus vidas durante la época colonial, de la seudo-rrepública, por  la defensa del país y en misiones internacionalistas posteriores. Sin embargo, todavía no se les reconoce el pleno derecho a la igualdad de trabajo y oportunidades. No son solo estas las secuelas del prejuicio racial, pues a tal despropósito se suma siempre la presunción de riesgo por las administraciones y de culpabilidad ante cualquier delito o contravención pública. Los cuerpos de seguridad primero le piden su identificación a un negro médico que al delincuente casi blanco que le acosa.  Pero aún resulta más execrable y bochornoso cuando esta realidad se cuenta en forma jocosa o burlesca en un país supuestamente civilizado.

Sobre el Titán de Bronce encontramos lo siguiente en Wikipedia: “Maceo y Calixto García en Nueva York planearon una invasión a Cuba que dio inicio a la también fracasada Guerra Chiquita en 1879, en la cual Calixto García no peleó directamente por haber sido enviado delante, como jefe principal, con vistas a evitar la exacerbación de los prejuicios raciales que actuaban contra Maceo, fundamentalmente a causa de la propaganda española, que lo acusaba de buscar una guerra de razas, calumnias que rechazó dignamente en repetidas ocasiones”.

Aspiremos a que aquellos mismos cánones que presionaron al general  Calixto García a prescindir de la inteligencia, sagacidad en combate y del brazo de Maceo no continúen hasta el año 2019, en que se cumplirían 14 décadas con esta secuela a cuestas.

Un análisis imparcial de cualquier persona con instrucción media llevaría inexorablemente a las mismas conclusiones del Dr. Esteban Morales Domínguez, cuando refiere en su artículo publicado en el año 2010: “Cuba: ciencia y racialidad 50 años después”, que con las exhortaciones de la dirección revolucionaria a partir del año 1959 en contra de la discriminación racial, se indujo la idea en la mayoría de los cubanos de que con la lucha nacional por alcanzar derechos sociales y aplicación efectiva de las leyes se eliminarían los prejuicios de raza y color en todos los estratos de la sociedad. Es lógico  decir que tal concepto fue totalmente alejado de la realidad y contribuyó firmemente en la ilusión de creer que el problema estaba resuelto.

Conociendo el daño que para la causa independentista estaba causando el racismo entre los cubanos blancos,  por expandirse tal intención española, es precisamente su convicción sobre estos prejuicios lo que induce al general Antonio Maceo, en respuesta a la solicitud de José Martí, a plantear como única condición inexorable para incorporarse a la guerra necesaria, que la máxima jefatura militar recayese en la responsabilidad del general dominicano Máximo Gómez.

Una digna y estratégica decisión política del Titán de Bronce, cuando antepuso la causa por la libertad de Cuba sobre cualquier derecho merecido y desbarató con ello la campaña ideológica desatada en cuanto al posible advenimiento de un nuevo Toussaint Loverture. Estos temores habían motivado a los consulados españoles en Haití y Jamaica, durante las cortas estadías de Maceo por estas islas, a conspirar para asesinarle. En Costa Rica tuvo que enfrentar revólver en mano otro intento de asesinato que terminó con la muerte de uno de los agresores.

Después del triunfo de la revolución, y tal como describe en su escrito citado Esteban Morales: “Los negros y mestizos, al parecer, no necesitaban ya que nadie los defendiera, ni defenderse a sí mismos, los defendía la propia institucionalidad revolucionaria. Por lo que se acogieron a esa nueva institucionalidad que, al parecer, podría satisfacer hacia el futuro todas sus aspiraciones. Pero en realidad, desde la cual, finalmente ha resultado que aún tienen que luchar mucho para ocupar el lugar que les corresponde dentro de la sociedad cubana actual”.

Con este panorama, ¿cómo es posible que un articulista se permita lanzar tan airada crítica?:  “Sólo después de cincuenta años de que Fermín Peraza Saraúza publicara Bibliografía de Antonio Maceo, es que aparece un intento similar”, y se cuestiona que “durante más de cuatro décadas prácticamente no aparecieron biografías sobre Maceo”.  La respuesta sería obvia por cualquier ciudadano sincero y mucho más realista.

De manera subliminal, estos nuevos críticos, sin modestia alguna, se erigen como Mesías sapientes en la historiografía de Antonio de la Caridad Maceo y Grajales; dictan las reglas de investigación a seguir que, aun cuando revisten velada prepotencia de su parte, en nuestra humilde opinión son acertadas en ciertos aspectos exagerados sobre las hazañas militares que se le otorgan al general Maceo. ¿Qué otra cosa podían hacer los escritores del siglo XX para que el paladín histórico fuera aceptado?. Hubo, y persisten, limitaciones reales en esta encomienda.

Por otra parte, en lo que se refiere a otro intelectual cubano, es comprensible señalar que los hombres en alguna etapa sean proclives a la enajenación y al surrealismo, pero ni siquiera en la mayor crisis puede enunciarse una crítica tan severa hacia un intelectual cubano, que en las condiciones más adversas y de recursos mínimos fue capaz de publicar en general más de 50 libros y hacer la mayor recopilación de datos sobre la vida  de Antonio Maceo, para llegar a recibir más de 10 condecoraciones internacionales y nacionales, así como numerosos reconocimientos. Su vida y ejemplo inspiraron a obras clásicas de arte, cine y música. Es cierto que este historiador tenía un fatal y personal gran defecto: era mestizo. Recibió golpes e incomprensiones, y como intelectual tuvo que cuidarse de los mediocres y racistas para publicar sus obras, aunque fueran escritas con astucia.  Me refiero a don José Luciano Franco.

Al recuerdo llega aquella histórica y aleccionadora ocasión en la que durante el transcurso del XX Congreso  del Partido Comunista de la Unión Soviética, famoso por la realización de la crítica a Stalin, Nikita Sergieievich Jrushiov recibió una nota anónima en la que se le preguntaba: ¿por qué no se atrevieron a realizar tales enjuiciamientos durante el anterior congreso, cuando el exgobernante ruso  regía el poder y los destinos de la sociedad socialista? Ante tal cuestionamiento, y con toda calma, Jrushiov solicitó tres veces: “Por favor, levante su mano el delegado que envió esta nota”. Un silencio absoluto invadió la sala  del congreso y nunca se alzó un dedo. Entonces la respuesta de Nikita fue más que elocuente: “Por esa misma razón que a usted le impide [decirlo], no hicimos la crítica en vida de Stalin durante el XIX Congreso del PCUS”.

Tal anécdota no es un símil, pero explicaría en el comportamiento humano las causas de leyendas edulcoradas, quizás exageradas, por los escritores en torno a la vida del mayor general Maceo para ser aceptados por la mediocridad imperante, evitar censuras o afrentas,  poder publicar sus libros y mantenerlo como símbolo en las memorias, sin poder resaltar en su historia los ultrajes, la discriminación, traiciones, desprecios y subestimación que sufrió uno de los pocos grandes hombres que ha tenido la mayor isla de las Antillas. Todavía no se ha llegado al XX Congreso en la Historia de Cuba.

Entre la realidad y la leyenda sobre Antonio Maceo, los historiadores han tenido y tendrán que sortear el fantasma de la problemática racial, abierta o solapada, como estigma perenne en la nación cubana.

[Este trabajo fue enviado por su autor especialemnbte para Palabra Abierta]

 

Santos Fernandez Pavón

 

 

 

 

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About the Author

Orlando Toussaint Fernández Pavón (Santos Fernández, La Habana, 1945). Con arraigo en Madrid, cursó la educación media en la Europa del Este y logra su formación integral en la Universidad de Las Villas y posteriormente en la Universidad de La Habana, Cuba, en su país natal. Durante años dedicó su labor a la investigación científica y proyectos de desarrollo sostenible así como a la colaboración económica y asesoría para las inversiones extranjeras en el perfil comercial y cultural. Sus reportes científicos han sido reconocidos por instituciones de América, Europa y la FAO (1971-1975). Los viajes y vínculos en más de 20 países de Europa, África y América le brindaron una concepción realista sobre los acontecimientos históricos y culturales durante los siglos XIX - XXI. Todo ello condicionó su expresión crítica, poética y literaria con acepciones y alegorías afrolatinas en lenguaje llano y popular. Las crónicas, artículos y poesías de Santos Fernández han sido publicadas en connotados espacios internacionales de Radio, Prensa y Poesía, Revista “Aquí Latinos” (España) y la Editorial United de la UE. En su quehacer literario ha obtenido menciones en concursos nacionales y una parte de sus obras han sido incluidas en certámenes auspiciados por la UNEAC, la Casa de América, el ICRT, CPCE-Rubén Darío y Sant Jordi.

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